Un odio adulto

-Feliz cumpleaños, Maca.- Dijo la madre, dándole una hermosa caja decorada con un papel azul y moños rojos. Maca no dijo nada, pero abrió el envoltorio con fuerza y un poquito de entusiasmo. Adentro, como esperaba, había algo que sin duda desataría la polémica familiar.

Fue ahí cuando dejó de prestar atención, porque el abuelo comenzó a decirle a su mamá, con quién siempre hay cuentas pendientes, que un regalo así le haría más marimacho. Maca no entendía muy bien cómo era que uno de los autos de juguete que le gustaban podrían hacerla hombre, paulatina o directamente, así que simplemente se enfocó en adorar su regalo mientras el abuelo daba su explicación objetiva de por qué era un regalo equívoco.

La siguiente fue su madrina. Ella se acercó con una sonrisa enorme, y repitió los ritos del cumpleaños una vez más. «Feliz cumpleaños», un ruido de papel rompiéndose y alguien con un discurso acerca de lo mucho que era un error. No importaba el sujeto, porque siempre cambiaba. Incluso su mamá empezó a criticar uno de los muy polémicos regalos, cuando le regalaron una remera muy corta que claramente no era de su edad.

Maca estaba abrumada. No era el primer cumpleaños que una cosa así pasaba, y tenía la seguridad de que muchos otros faltaban por padecer.

Uno a uno, los regalos fueron, sin ningún tipo de excepción, desencadenando anteriores peleas, gritos y comentarios gentiles, pero completamente agresivos. Algunos incluso se enfocaron en continuar con la discusión, lo que los dejaba fuera del juego de enojarse por un tiempo. El abuelo, por ejemplo, que estaba a los gritos con la tía Inés en el fondo y se gritaban cosas que Maca no conocía aún, como «facho» y «zurdita», entre muchas otras.

Desde ese momento en adelante, entró la política a la mesa. Los regalos claramente podían esperar. Ya había escuchado discusiones así muchísimas veces, así que no se sorprendió mucho. Tenía una táctica de escape con el primo Felipe, que consistía en que en cuanto la política asomara sus garras, se sentarían juntos para poder ignorar la conversación más cómodamente. Era algo que venían practicando cada vez que la familia se juntaba alegremente, es decir navidad, año nuevo, pascuas, y los hermosos y divertidos cumpleaños.

Más regalos fueron llegando, algo opacados por los problemas que fueron surgiendo. Uno a uno, los adultos fueron cayendo víctimas de los regalos de cumpleaños, uno a uno. El trencito de juguete es simplemente peligroso y puede lastimarla, el arco y flecha con punta de plástico puede hacerla ahorcar si se lo lleva a la boca (y no empecemos a hablar de sexualidad, por favor), las colitas de pelo solamente perpetúan los estereotipos de género y le obliga a tener pelo largo (y no empecemos de nuevo con lo que tiene que ser Maca, por favor), etcétera y etcéteras.

Llegó el momento en el cual el barullo e indignación palpable había inundado toda la habitación y el cumpleaños. Y ahí, solo ahí, Felipe le dio su regalo. Omitió los ritos, incluso, y simplemente se lo deslizó sobre la mesa. Maca sonrió con genuina felicidad, algo que no estaba segura de haber hecho antes ese día.

El regalo: un peligrosísimo collar perpetuador de estereotipos femeninos, que la haría muy sexual para su edad, junto con un dije de plástico de una serie de dibujitos animados que le arruinaría la cabeza y le haría homosexual sin duda. Y gracias a que los adultos ya estaban enfocados en ver quién grita más fuerte, nadie lo dijo.

Maca abrazó a Felipe, y él le deseó que sea lo más feliz que pudiera en su cumpleaños.

Ignacio Abella
ignacioabella@huellas-suburbanas.info