
05 Jul Tras las huellas de la pasión primitiva
Son tiempos de reírse de las babas del diablo hasta hacerlo enojar. De incitar su ira y dinamitar su genio hasta que lo ahogue su impotencia. Pero la gracia y la valentía, tan caras a nuestra argentinidad, brillan por su ausencia. ¿Dónde está esa parte de nuestra identidad? Bueno….es difícil precisarlo. Una aproximación a una respuesta plausible sería que el mercado la compró, o la tomó sin pedir permiso, o la infectó. La habilidad insuperable del capitalismo a través del mercado, al que Marx supo definir profundamente como un fluido que infecta todo lo que toca, para vulgarizar lo precioso de la rebeldía, alcanzó a las masas hace mucho tiempo. Iorio caracterizó este fenómeno como «la masa anestesiada». Quedemos con esa definición por un momento y trasladémosla a cada instancia de la vida social en esta época para constatar que, salvo en pequeños grupos elitistas de la Baires arty o progre pequeño burguesa que insisten en reemplazar la lucha por el pensamiento con la batalla cultural, no hay una resistencia organizada contra el establishment que, aunque sea, amague con masificarse.
En el plano de la política profesional, el “dedómetro” marca la obediencia debida de los «dirigentes» para con los intereses que los obligan. Ya sea dicho desde esta misma columna: se cristaliza un Pacto de la Moncloa criollo en el cuál el movimiento nacional se parece cada vez más al PSOE (Massa, CFK, Scioli, etc, etc, etc) o, lo que es peor, nos acercamos cada vez más a un esquema símil bipartidismo yanqui donde Biden-Massa se enfrenta al republicanismo más asqueroso y podrido.
En el plano artístico la cosa no varía demasiado. Circa el año 2007, Wallas de Massacre señalaba que no podía pedirle a su público que compre sus discos o pague una entrada a sus shows en vez de comprar leche y pan porque era demasiado frívolo. Y eso hoy se multiplica por miles. Quién puede pagar para ir al teatro o al cine o dejar el 15% de su salario en un recital…..ni hablar de bandas internacionales…solamente la élite, de la pequeña burguesía para arriba. Este año se cumplen 30 años de Radio Olmos, cuando el rock fue a la cárcel a tocar para los outsiders del sistema y ya hablaremos de eso en una nota aparte, pero jamás volvió a acercarse el arte, el rock, lo alternativo, a la plebe tanto como en esa ocasión.
Y no se putea contra eso, no se piensa, no se habla y no se toca. No hay más Sex Pistols. No hay más Los Violadores. No hay más Kurt Cobain. No hay más Warhol, ni Buddy Holly, ni Jims Morrisons. En política no hay más Néstor, no hay más Ubaldini, ni Atilio López, ni Ongaros. Nadie rompe nada. Es la era del corregidor como decía PilTrafa. Y el mercado lo ocupa todo con sus escaparates llenos de las momias (o momies) de los traidores que vulgarizó y cooptó. Y lo ocupa todo. Porque, por ejemplo y en contra de lo que podría pensarse, cuando Kurt Cobain murió y se llevó consigo a Nirvana no quedó un espacio vacío ni por un segundo: el mercado lo ocupó instantáneamente. Pero con productos. Con plástico. La industria perpetuó para siempre el smoking, como decía Johnny Rotten, y pasamos sin escalas del alarido rebelde de una juventud que pateó las puertas del mainstream con toda la fuerza de su angustia, a esta cosa vertical de les pibes para liberación que no piensan y obedecen, o les rockerites de premio Gardel que no dicen nada y solamente homenajean los restos fosilizados del folk rock de hace cincuenta años.
Seamos graciosos y valientes, como dice el Indio Solari. Es una cuestión seminal. Primordial. Crear lo nonato y ser el monstruo de lo que vendrá. Si hay nuevas huellas, habrá nuevos caminos o, sin remedio, el fárrago de los comunes se va a terminar de tragar lo que queda de la pasión primitiva.