
07 Abr Sin hablar de las causas, hay muy poca memoria, solo una parte de la verdad y nada de justicia
Cuando se habla del 24 de marzo de 1976 y los compañeros desaparecidos, casi siempre lo que trasciende o se publica es el anecdotario policial, el relato macabro de la persecución, captura, tortura y muerte, y casi nunca se hace alusión a las causas por las cuales el imperialismo secuestró, torturó y asesinó a 30.000 argentinos. Así, las acciones llevadas a cabo por memoria, verdad y justicia, son parciales, no llegan a ser completas, dado que la puesta en escena del proyecto político de liberación nacional al que pertenecían queda para un después que nunca llega; no se explican las razones profundas que el terrorismo vino a destruir.
El relato policial, las denuncias civiles y penales, no hacen justicia plena si no se incluye el proyecto político como factor determinante. De lo contrario, la crueldad del imperio parece gratuita, inexplicable, absurda y puede quedar como un “error” histórico o un acto de locura de algunos sujetos. Hace de las víctimas de una geopolítica imperial, personas con una terrible mala suerte, que estuvieron en el momento y lugar equivocado, cuando en realidad fueron estudiados, apuntados, perseguidos y asesinados con un propósito definido. De otra manera, no se explica el terrible ensañamiento con la militancia de base, delegados de fábrica y estudiantes. En consecuencia, si no se abordan las verdaderas causas, nunca estaremos cerca de restituir el terrible daño generado; porque, aunque el terrorismo fue brutal y perverso, no por eso dejó de ser planificado, inteligente y eficaz en el cumplimiento de sus objetivos.
La amenaza que representaban estos jóvenes para la voluntad de la geopolítica norteamericana, era que habían transformado el proyecto político en su propia vida, estaba encarnado en su piel junto con una fuerte convicción e inquebrantable voluntad de llevarlo a cabo. Así, tanto en la fábrica, como en la facultad o el barrio, su mayor elocuencia no era lo que decían sino lo que hacían; con sus actos, sus propias vidas, divulgaban, difundían, luchaban y daban testimonio de una Argentina industrial, pujante, con trabajo, y en pleno crecimiento económico, social y cultural.
Entonces, sus propias vidas eran sus discursos más poderosos. Y cuando alguien hace de la propia vida su discurso, la única forma de silenciarlo es… matándolo.
Simple y brutal razonamiento de la embajada y los servicios de inteligencia, mortal pero eficaz freno a un debate político que subía desde el pie. Ya no era solo el regreso de Perón, se trataba de la proyección al futuro de otros, miles de protagonistas que estaban decididos a perpetuar, y actualizar a los distintos contextos, su doctrina. Un pueblo trabajador que había luchado para traer de vuelta al General con la mira puesta en un futuro de grandeza para la Patria. Una militancia, un sentimiento, una forma de actuar no sectaria, que unía a la juventud peronista con la izquierda nacional, el radicalismo por la liberación y el nacionalismo popular.
Era la Argentina, con el pueblo mismo como actor principal defendiendo un modelo de desarrollo económico propio. Ni capitalista, 100% privado, ni comunista, 100% estatal. El Estado, como vector de la comunidad organizada, ocupando los sectores estratégicos de la economía, produciendo e impulsando, conduciendo y promoviendo, al desarrollo del capital privado en grandes, pequeñas y medianas empresas. Modelo de economía mixta que tuvo enorme éxito en el país y era criticado en los dos polos del orden mundial, por no subordinarse ni someterse a ninguno de ellos.
Y como si fuera poco, un modelo productivo que sembraba la, cada vez mayor, participación de los trabajadores. Ejemplo de esto, fue la designación de directores obreros en todas las fábricas estatales de la época, tanto en las civiles como militares, dando luz a una militancia industrial que defendía lo propio mucho más allá de la mera reivindicación salarial. Organización colectiva de los trabajadores que empezaban a observar y comprender el mundo empresario, las estructuras de costos, los márgenes de ganancias; una verdadera participación que garantizaba una distribución más justa de las riquezas y un aumento de los beneficios empresarios de la mano con los derechos y el salario.
En otras palabras, una nación políticamente soberana, económicamente libre y en camino a ser socialmente justa, con una comunidad que se organizaba a través de las relaciones políticas y humanas.
Toda eso es lo que vino a destruir el terrorismo de la dictadura cívico militar en 1976 y los resultados están a la vista: Una Argentina con hambre a pesar de producir materias primas para abastecer a 10 veces su población, un pueblo desempleado aun cuando está todo por hacerse, un país sin industrias y lleno de productos importados, una Patria hermosa y rica naturalmente, pero oprimida y empobrecida por la implementación de un proyecto político que atiende a intereses foráneos. Resulta que, a pesar de cumplirse 47 años desde aquel momento, el modelo económico y productivo impuesto se encuentra vigente y en profundización en estos momentos.
Una economía liberal, con el comercio exterior en manos de un puñado de transnacionales que deciden qué entra y sale del país, dejando el absurdo saldo anual de 6 millones de puestos de trabajo importados en manufacturas, mientras que nuestro pueblo sufre la ausencia de empleo genuino, y la aberración de ser exportadores de materias primas, mientras padecemos hambre y crisis energética a la par.
Una Patria dependiente de la logística extranjera, por no contar con buques de bandera nacional, mientras que antes de 1976 supo tener la quinta flota mercante más grande del mundo y la segunda en tamaño de Nuestra América.
Una situación financiera de dependencia a una moneda extranjera y endeudamiento permanente, mientras que, hasta 1976, teníamos posición neta acreedora con el mundo.
Una nación sin crédito para la producción, ni la vivienda, por la vigencia de la ley de Entidades Financieras de facto de Martinez de Hoz que permite que un puñado de Bancos y Fondos de Inversión determinen la política monetaria, mientras que, hasta 1976, el Banco Central de la República Argentina administraba y orientaba el destino del ahorro nacional.
Un mercado interno regulado por el acopio y fijación de precios de un grupo concentrado de empresas transnacionales, mientras que hasta 1976 lo hacía el propio estado argentino a través del acopio y distribución de mercaderías del IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio).
Por todo esto, y más, es que Memoria, Verdad y Justicia son objetivos de lucha aún no resueltos.
A 47 años de aquel 24 de marzo, la dictadura cívico militar significa una herida, que día a día se abre más, al calor de la profundización del modelo económico que vino a instalar. La democracia liberal, la dependencia económica y el modelo productivo vigente son su herencia genuina.
Identificar sus verdaderas causas y luchar para torcer el rumbo de sus acciones, es la única manera posible de alejarnos de la utilización propagandística – marketinera de Memoria, Verdad y Justicia y transformarlas en lo que son: Un horizonte urgente que alcanzar.