
06 Dic Renovar la esperanza en tiempo de tragedias
En algunas ocasiones nos despertamos sofocados de un mal sueño, o pesadilla como comúnmente se los denomina. Lo pavoroso es cuando, creyendo que lo peor ya pasó, volvemos a dormirnos y nuestra psiquis retoma la misma secuencia tortuosa u otra distinta pero con similar efecto de angustia y pánico en el individuo que la está soñando.
Hasta el mayor de los optimistas sabrá que, una vez habiendo dejado atrás –sólo en apariencia- la mayor pesadilla neoliberal de nuestra historia, las secuelas continuarán por un prolongado período de tiempo, en especial en lo que al aspecto económico y financiero refiere. Ello como punta de un iceberg plagado de zancadillas, operaciones mediáticas (¿el poder judicial moderará la conducta de ciertos magistrados, a la luz del cambio de color político en el gobierno?), presiones de los operadores de la oligarquía rentística, insaciable y explotadora como siempre, un viento internacional “ de frente” que promete hacérsela de lo más difícil al presidente electo, Alberto Fernández; todo ello atravesado por un escenario geopolítico con anclaje en lo regional, hostil al proyecto peronista clásico de reindustrialización, desarrollo interno y justicia social a través de una mayor redistribución de la riqueza…
… condimentos todos que, entrecruzados en un delicado tablero de ajedrez cuyo reglamento pertenece a las castas acomodadas de nuestra sociedad, prometen una pulseada feroz, junto a un bloque político opositor que será, probablemente, encabezado en buena parte por el trinomio Macri – Bullrich – Carrió (y todo lo que de tal matriz ideológica, judicial y financiera se desprende), seguramente de franco paladar desestabilizador. No por nada se han cuidado, religiosa y alevosamente, de condenar los atropellos inacabables que acontecen en Bolivia desde el golpe de Estado con el cual se impuso literalmente a la fuerza a Jeanine Áñez como presidenta-usurpadora en funciones.
Son muy coherentes con sus raíces: Diversos apellidos “ilustres” y la mayoría de quienes conforman el núcleo duro del macrismo –y una parte no menor del radicalismo filo Pro- poseen amplia experiencia en accionares similares al que por estas horas se vive en el hermano territorio boliviano. La historia, invariablemente, es nuestra mejor aliada para comprender buena parte del presente que transitamos.
Ante dicho panorama, no menos que inquietante, brota un cuadro de prudente pero sostenida esperanza en una porción muy amplia de nuestro pueblo, a raíz del cambio de gobierno que se concretará este 10 de diciembre.
Esperanza que bajo ningún punto de vista debe transformarse en desesperación y ansiedad, ya que el binomio Fernández Fernández deberá erigirse poco menos que en el mejor gobierno de la historia nacional, a los fines de enderezar el rumbo de una nave que se hunde: Primero deberán emparchar las rajaduras por donde se filtra el líquido. Luego volver a encender las máquinas… y en simultáneo, demostrar sus mejores dotes para capitanear a una tripulación que no cuenta con plena cohesión en sus objetivos. Estarán, como es natural por más patético que suene, quienes se esfuercen por hacer andar la nave, y estarán quienes se esmeren en sabotearla vaya uno a saber por orden de qué intereses multinacionales. Bajo la misma gran casa, intentamos a diario convivir ambos grupos sociales.
Aún así, la construcción de la esperanza está en marcha. Habrá que limpiar las cárceles de presos políticos. Habrá que tender puentes solidarios y vasos comunicantes entre las organizaciones populares, en todo momento. Para ello será necesario preservarse lejos de la obsecuencia –esa fiel hermana del oportunismo- y de los obsecuentes y saltimbanquis de ayer y hoy.
Esperanza que tampoco debe devenir en ingenuidad: no es tiempo para tales “lujos”. Para ponerlo una vez más sobre la mesa: No existe el fin de la “grieta”. No es posible, no lo fue en el pasado, mucho menos en un presente cuya más preocupante “herencia” que deja el macrismo, es una matriz cultural de odio irracional que, arengado a diario por múltiples medios de comunicación, se prepara para consolidar y esparcir su germen entre millones de compatriotas.
El futuro, así el estado de las cosas, será una incertidumbre que sólo dilucidaremos fruto de la calidad de gestión que se logre encauzar en los próximos años, contra viento y marea.
Los que claman por segregación, racismo, represión y muerte, no cambiarán su tesitura. Y son muchos argentinos con esas ideas sólidamente incorporadas. Frente a ello, la unidad popular rocosa, deseablemente indestructible, podríamos incluso reconocer que deberá conservarse “a como dé lugar”, para asegurar que con las vicisitudes de cada coyuntura y cuadros dirigentes circunstanciales, el campo nacional, obrero, popular y latinoamericanista pueda sentar las bases sólidas para transitar un proyecto de país para los próximos 50 años. En los cuales los ejes básicos para el buen vivir incluyan a la salud, el trabajo, la educación, la integración social y la fraternidad regional. Y que no puedan ser destruidos, una vez más, por un bloque neoconservador cuyo único fin es la transferencia absoluta de ingresos hacia unas pocas familias, y la genuflexión ante los intereses del “mundo globalizado” (bajo hegemonía yanqui, se entiende).
Aunque la convivencia, medianamente, sea posible entre una vasta mayoría social, incluso desde una democrática y sana discrepancia, es necesario advertir que la otra “grieta” a la que se alude en estas líneas, no puede cerrarse. Es más: Está muy bien que así acontezca.
La esperanza la construyen los pueblos, unidos y hermanados. Corporaciones, egoísmos y antipatria varios, quedan afuera de todo proyecto que aspire al crecimiento integral de la nación.