Pocas historias

Ediciones atrás presentamos un relato con pocos registros históricos confiables. Pero tal vez más los tengan otras dos historias, por épocas relativamente próximas y la particularidad de que son de dos nativos con sangre indígena (como la de Rivero, que sería hijo de una querandí).

La del Fray Francisco Inalicán y la del cacique Yaite.

De ambos nos queda el recuerdo en sendas calles del distrito de Morón.

El primero de ellos, de origen mapuche, ingresó a la vida eclesiástica por la época prerrevolucionaria. Y luego adhirió a la causa de Mayo. La llegada de José de San Martín a Mendoza lo encontró ocupado en tareas eclesiásticas, pero también como productor (habría iniciado el cultivo de la vid y de los sauces). Y como organizador de las comunidades de nativos en la zona.

En el llamado “Parlamento de San Carlos”, Francisco arengó a un grupo numeroso de pehuenches (los mapuches de la región neuquina de pinares: tal vez más de dos mil personas) y presentó la propuesta sanmartiniana de cruzar los Andes para derrotar a los realistas. Los conmovió con su discurso (una de las artes más valoradas por los mapuches es “el buen decir”) sobre la necesidad y la importancia de adherir a la causa sanmartiniana y colaborar en su empresa. El cruce libertador de los Andes.

Inalicán habría logrado su objetivo y sus paisanos colaboraron con San Martín. Bien que, como el cura le había advertido al General, no todos eran confiables. Y el Libertador los había inducido a informar a los realistas trasandinos que el cruce iba a ser sólo por la Cordillera baja sureña.  Y lanzó las columnas más nutridas por el norte mendocino, San Juan y La Rioja. Las más altas cumbres del planeta cruzadas por un ejército, hasta entonces.

El otro personaje que queremos hoy recordar, da nombre a una calle de la ciudad de Haedo, en el este-noreste del distrito de Morón.

El cacique Yaite o Yaité, tal vez el mismo al que le canta Rubén Patagonia, como Yatel.

Rubén hace gala de su origen tehuelche. Como Yatel. Que entre sus “supuestas aventuras” y sus bienes de los que había sido despojado, habría conservado su modo de vida “salvaje” (cazando con boleadoras, en tiempos del Winchester), pero había sucumbido a la ginebra.  Que tomaba como agua.

Entre sus pertenencias, luego de su muerte (que parece haber ocurrido hacia 1980), se encontró la bandera argentina (hecha en lona), que le había entregado a su padre el Comandante Luis Piedrabuena, para “que no olvidasen que los tehuelches eran argentinos”.

Mucho no importó la intención del marino (don Luis Piedrabuena alcanzó el grado de capitán de fragata) y murió a los cuarenta y nueve años de edad.

 

Mucho no importó el gesto de Piedrabuena, porque la pacata sociedad porteño – provinciana, encaramada en el poder de manera descarada luego del golpe del año 30, los olvidó a todos.

Edmundo Mario Zanini
eduardo.zanini@huellas-suburbanas.info