Pixie, el valiente gatito ruso

“Quien alguna vez fue empujado a combatir en una guerra, sabe de sobra que no existe peor mierda que ésa, en este mundo enloquecido”, así suele repetir ese enorme amigo cálido a la distancia, que es el sargento retirado, y nuevamente convocado a ejercer funciones, Vlad L. Veterano con medallas de honor durante el conflicto con Chechenia, que le dejó como “herencia” cefaleas recurrentes en un oído, secuela de una explosión, y una rodilla a la miseria, que le ocasiona indecibles dolores durante los días de humedad. Todo lo cual, lo obligó a abandonar en aquellos años su gran pasión, que era la práctica profesional de hockey sobre hielo. Aún se rumorea que es un eximio patinador en las pistas de hielo que se conforman, casi naturalmente, en los parques durante los largos inviernos de la periferia moscovita.

Tiempo atrás escribí para Huellas Suburbanas su historia, como una de tantas miles de historias de personas comunes y sencillas que marchan a las guerras en este mundo cada día más carente de sensatez, y de cuyas muertes o mutilaciones, los responsables de dichas contiendas jamás se hacen cargo. El valor del mero número por encima de la sacralidad humana, en todo su desparpajo.

El «cosaco de acero» Vlad, transportando troncos a inicios del año pasado… en tiempos menos dolorosos que el actual

Nuevamente evoco a este buen amigo de mil oficios, taximetrero, chofer de ambulancias, bombero, rescatista, artesano de bellos muñecos realizados en porcelana fría, quien se la pasa aconsejándome acerca de mi –aburguesada y occidentalizada- salud deteriorada, pero que en los últimos dos meses se fue volviendo más hermético para hablar de su vida diaria, su hija amada y su yerno, su madre querida, internada con mal de Alzheimer… aunque más discontinuada su comunicación, siguió profundizando su escepticismo, ya total, respecto al devenir de la humanidad, y en contraparte, su amor por los amaneceres, las flores silvestres, los paisajes campestres, los caballos, las aves de corral, las auroras boreales.. y en particular, los gatos.

En épocas en las que Vlad trabajó como rescatista, se apegó mucho a la relación entre las mascotas y las personas. Así que su modesto departamento en un típico monoblock de tiempos soviéticos –algunas veces, época explícitamente añorada por mi amigo- conviven un perro, un gato y un pequeño acuario con varios peces de apreciable tamaño, que conozco por fotos.

Anoche, finalmente, logré que Vlad confiese lo que venía siendo un desenlace horrendo pero que estaba al caer: desde hace dos meses lo notificaron y, al igual que sus compañeros d armas con los que convivió y sobrevivió hace unos 20 años en combates contra los que él define como “terroristas chechenos”, debieron marchar a dirigir pequeños grupos de jóvenes soldados. Vlad me los define como “mis chicos” o, dependiendo de su estado de ánimo, directamente habla de ellos como “mis pequeños hijos”. También me dijo que ya está abrumado y su alma cansada de asistir a los funerales de hijos de sus mejores amigos, jóvenes que, como en cualquier otra guerra, van cayendo en combate.

El sargento, “cosaco bigotudo de acero” como le llaman con sorna sus camaradas desde hace años, también menciona con tristeza el hecho de no haber podido seguir visitando a diario a su madre, a sabiendas que, de seguir ella con vida, ya no le volverá a reconocer la próxima vez, con suerte a su favor, que él pueda ir a verla al geriátrico.

En este escenario, irrumpe la inesperada función de este cronista, ejerciendo un impensado papel de confidente e incondicional amigo de un buen ser humano, colmado de ternura interior, de extraordinaria sensibilidad… hasta que su luz se apague en cualquier momento.

Y en esto, llegó Pixie

Semanas atrás, Vlad encontró a un gatito cachorrón en las adyacencias de un hospital donde estuvo apostado, seguramente en patrullaje, algunas semanas. Comenzó a alimentarlo, a abrigarlo, y por supuesto a pesar de mis advertencias al respecto, el pequeño felino lo adoptó a él como su padre humano. Una buena noche, Vlad se comunicó con quien escribe, mientras sujetaba al gatito en brazos, ante las burlas de sus “chicos” que lo tildan de ser un “padre loco y baboso”… y me pidió consensuar un nombre para la mascota. En un perfecto ruso doblado al castellano, y tras algunas negativas, se lo llamó Pixie (duendecito, en ruso). El apego creció mutuamente, y el día en que debió abandonar aquel lugar, Vlad no tuvo corazón para abandonar al minino, por lo cual ahora Pixie recorre largas estepas en un bolsillo del sargento cosaco, y apenas se aleja de él algunos metros para hacer sus necesidades.

Artesanías en porcelana fría que produce mi amigo y vende en ferias

La guerra, que como afirmara en los años 30s del siglo pasado el escritor francés Georges Bernanos , consiste en que dos seres humanos hagan sus mayores esfuerzos para introducir metal en la carne del otro, trae estas experiencias vitales detrás de la locura y la crueldad que cubre todo ese escenario.

Un veterano de guerra, devenido pacifista, artista manual, trabajador de mil oficios, ahora ya fuera de forma, es empujado otra vez a una nueva contienda. Que no se permite a sí mismo dejar de apreciar cada amanecer, o arropar a esa “pequeña bola de pelos” que es su compañero Pixie. Cuántos más, sin duda, serán así tras los solemnes uniformes, del país que fueren. Cuántos más entre ellos no habrán elegido esto, de hecho odiarán las guerras, y habrían deseado simplemente, compartir una reunión familiar y comer sopa okroshka, esperanzados en el progreso humano y en un final definitivo para las guerras por los motivos que sean.

Nada de ello ha sido posible. Muchos decidieron emigrar, y es razonable. Otros, como Vlad, recibieron intentos de gestiones a tales fines, pero decidieron permanecer en su tierra, cerca de sus familias, su cultura y su idioma… y también es muy respetable.

Insiste en ser un témpano impenetrable para hablar de los horrores de la guerra. De algún modo bastante claro, éste es su mejor regalo para cuidar la salud mental de su “hermano argentino”. Insiste, además, que seamos felices en nuestra tierra, bendecidos por vivir “bien lejos de todo el hemisferio norte”, y que valoremos mucho más las cosas simples que tenemos, y que debemos defender como valor supremo de convivencia, que es nuestra paz.

Quizás, algún día que espero no sea muy cercano, se acabará la comunicación con Vlad. Entonces sucederá ese vacío tan perturbador de saber que uno de mis mejores amigos en la adultez, ha muerto prematuramente, y yo no he podido levantar ni un dedo para intentar evitarlo. Esta sensación, propongo que la llevemos de lo particular a lo más general, y podremos dimensionar, en clave humanitaria, todo el dolor que está en juego desde confortables búnkers donde se deciden los teatros de operaciones, aparentemente sin el menor remordimiento.

Por ahora, como el propio Vlad dice con una fingida y paternal sonrisa, celebramos que él sigue vivo, y reímos de las sencillas aventuras del valiente Pixie durmiendo en la mochila del sargento. Un hermano en peligro, y el otro hermano que observa en completa impotencia.

Esto me recuerda al poema que Julio Cortázar le escribió a Ernesto “Che” Guevara tras su hora final, por aquello de que:

“Yo tuve un hermano / no nos vimos nunca / pero no importaba / yo tuve un hermano / que iba por los montes / mientras yo dormía…”  

Daniel Chaves
dafachaves@gmail.com