Persistencia de Gorilania

¡Nos han engañado en los claustros universitarios por décadas! Los datos duros de la realidad, la evidencia de la praxis, aparentemente irrefutable, de un país que no para de desmoronarse sobre los pies de barro de un pseudo proyecto que jamás existió realmente como tal, no terminan de obrar a modo de evidencia suficiente para que el conjunto de la sociedad asimile –racionalmente si cabe- que todo el componente de la alianza Cambiemos resultó en la mayor estafa electoral de la historia argentina.

En efecto, un país que ve pulverizar toda su matriz productiva industrial. Que es testigo impotente del cierre compulsivo de pymes y, para añadirle una tonalidad aún más tenebrosa, situaciones análogas o cercanas en empresas de la magnitud de Peugeot o Coca Cola por citar sólo dos casos paradigmáticos.

Que frente al abuso descarnado de los tarifazos en los servicios públicos, la carestía de la vida que ya no precisa indicadores científicos para mostrarse al desnudo en la calle, en cualquier situación de nuestra vida cotidiana, apenas si logra expresarse en ruidazos bienintencionados pero “flacos” en convocatoria.

Que ante la dignidad de los desposeídos y arrojados al tacho de la basura del sistema, cada vez que reclaman por sus derechos arrancados, reciben paliza tras paliza y una mezcla pareja entre indignación de unos, indiferencia de otros y morboso placer de parte de otro tanto del público espectador.

Un país donde los grandes holdings financieros, bancarios y del empresariado pseudo esclavista del autodenominado “campo argentino” son los únicos grandes, y muy grandes ganadores del actual régimen, y aún así las cosas, un 60 por ciento de la población se devanea entre la indiferencia, el escepticismo y los aplaudidores seriales de todo esto que pasa, es que vivimos en Gorilania.

¡No nos habíamos percatado, al parecer, de las robustas raíces que echó Gorilania en 1930, y que consolidó a partir de 1955!

En nuestro optimismo popular, muchas veces hemos soslayado esa matriz de pensamiento impenetrable, con la que, de algún modo, debemos convivir y a pesar de la misma, levantar las bases de un país justo, libre y soberano.

Gorilania persiste. De Argentina queda poco y nada. Gorilania es nuestra espantosa “mancha voraz” que subsiste y se reproduce sin mayores estridencias. Incluso algunos de sus integrantes – las más de las veces, sin haber tomado plena conciencia de su orientación y posicionamiento frente a la realidad social- podrá elegir muy circunstancialmente a una alternativa de país popular: Podrán incluso animarse muy de vez en cuando a optar por ello, en silencio y a lo sumo enarbolando algún estandarte de su raído moralismo pequebú, en aras de salvaguardar sus ahorros y con la esperanza de relanzar su crecimiento económico personal y familiar. Luego, ya sabemos, desconocen los méritos gubernamentales para generar las condiciones estructurales que posibilitan su recuperación laboral, salarial, y demás. Y optan por la consabida “yo me rompí el c… trabajando, nadie me regaló nada”.

Desde ese punto, el salto a su idealizada Gorilania, vuelve a demorar un puñado de segundos.

Ganar, ¿Y después?

El campo nacional popular debe ganar las elecciones este año. No sólo la nacional, sino todas las que le resulte posible alcanzar. Pero tengamos presente que Gorilania persiste controlando celosamente todos los resortes institucionales, jurídicos, comunicacionales y financieros de la nación. Vencer en dicho marco, sólo puede servir como un paliativo para enmendar parcialmente la bancarrota nacional inminente que nos espera. Y evitar, entre otras cuestiones, la tragedia alimentario-humanitaria que ya asoma entre millones de compatriotas. Vaya que no es poco.

Pero con Gorilania en tamaña posición anquilosada de control de los “reglamentos” del Poder real constituido, no será posible proyectar en profundidad una nación con plena independencia económica, soberanía política y justicia social.

El desafío en el que nos va la vida, entonces, puede que pase, una vez más, por intentar reducir a los resortes sobre los que se asienta Gorilania a tan sólo un puñado de polvo en el viento.

Y que el reducto mínimo en el que se concentre tamaño odio y racismo de la minoría resistente en Gorilania, quede confinado a una bronca a duras penas, sentada frente a la pantalla del televisor. Ni un centímetro más que eso.

Recién entonces, la mayoría del pueblo podrá abrazarse en las calles, respirar aliviados, sentir la plenitud del aire libre, y mirar al futuro con genuinas esperanzas.

Daniel Chaves
dafachaves@gmail.com