Malvinas: de la tragedia al heroísmo

A 41 años del inicio de la guerra de 1982, definirla como una tragedia resulta una cuestión de arada poco profunda. Lo mismo vale para el sempiterno intento de la historiografía liberal por asociar la gesta de Malvinas de forma unívoca, al quijotismo militar de una dictadura ya en decadencia, jaqueada por la aurora popular de las manifestaciones obreras que renacían al calor del hartazgo con la represión y el modelo de enajenación de los recursos nacionales que proponía el proceso. Este tipo de conceptos, esa clase de intromisiones en el lenguaje identitario de este pueblo, está determinado por intereses que, como argentinos, nos son totalmente ajenos.

Hubo una decisión de la dictadura que supuso que si la Junta Militar, y el resto del generalato, eran obsecuentes vitalicios de la Embajada y la Escuela de las Américas, todo el conjunto del poder imperial los iba a apoyar contra el Reino Unido, pero las consecuencias de una probable victoria hubieran superado al propio proceso y es ahí donde entra en juego la identidad de este pueblo. Imagínese el lector este escenario; cómo UK que, desplazado del centro del poder mundial después de Yalta y después de haberse apropiado de los recursos del Brasil, la Banda Oriental y Argentina dividiendo definitivamente su futuro común, es derrotado por uno de los países que conforman su propia periferia colonial. El desenvolvimiento de las fuerzas nacionales en el plano social hubiese terminado de difuminar el carácter antinacional de la política dictatorial. Las continuas manifestaciones obreras ya habían horadado el núcleo duro militar de cara a la sociedad, y la bandera de la soberanía y la defensa patriótica eran el aglutinante de las fuerzas, eran mucho más de lo que hubiese soportado la dictadura. Porque si hablar de Malvinas es hablar de soberanía a recuperar, esto implica necesariamente a un opresor que arrebató esa soberanía. No reconocer esto, no conceptualizar la existencia siempre latente de una hipótesis de conflicto mientras se sufre la explotación del propio territorio por un enclave colonial insoportable, equivale a empantanar como lo está hoy una causa que debiera ser central para la lucha popular.

El mismo Alfonsín supo reconocerle a Jorge Spilimbergo que temía un triunfo argentino en la guerra por temor a una «salida nasserista» del Proceso post Malvinas. Esa mirada completamente enajenada a los intereses de la dominación, fue el germen de la desmalvinización de los 80′ y los 90′. Y a esa forma del cipayismo liberal, el pueblo argentino le opone la Patria. La Patria por encima de todo. Este enfoque, el enfoque patriótico para un país semicolonial, es el primer paso para empezar a pensar Malvinas, no como una tragedia, ni un designio fatal de los dioses ni el hamartia sostenido en hybris por pura terquedad o desconocimiento de las causas que determinaron el combate de los soldados argentinos, sino como  una gesta heroica de nuestro ejército y nuestro pueblo, contra una potencia imperialista, opresora y contra la cobardía y la mendacidad los altos mandos del Proceso de Reorganización Nacional. Fue, prácticamente, una batalla sin tregua en tres frentes implacables; contra la incapacidad del generalato argentino, contra el clima lacerante y contra el enemigo invasor.

Y más allá de Galtieri y de los amigos Johnnys que tuvo, a pesar de los bollitos que hace el Consejo de Seguridad de la ONU con las solicitadas y acuerdos internacionales que suscribe la Argentina, a pesar del aparato cultural y educativo del imperialismo y la oligarquía, subyace bajo el manto de neblinas la memoria de un Pueblo que no olvida ni por un instante la defensa de su tierra. Aunque a veces lo distraigan con reality shows, pseudo ciencias o las taras académicas de la educación sistemática, su memoria es implacable, la identidad no se olvida nunca por completo, y  las Malvinas Argentinas son su corazón inescindible.

Sebastián Jiménez
sebastianjimenez@huellas-suburbanas.info