LA PRIMERA APARICION DE LAS MASAS EN EL RIO DE LA PLATA

Por: Rubén Lombardi

Estaba por cumplir un año el manejo del virreinato del Río de la Plata por elementos nativos: Integrado por tres siglos al Imperio Español y aunque matizado por malos gobiernos metropolitanos, una atrasado monopolio comercial que estimulaba el contrabando y frecuentes peculados públicos, la verdad era que en las Gobernaciones del amplio territorio no parecía haber cuestiones de peso esenciales a la pertenencia dentro de la comunidad castellana.

El apotegma “¡Viva el Rey!…Muera el mal Gobierno”, en cierta forma resumía el estado de ánimo de la mayoría poblacional.

Pero Napoleón invadió la península Ibérica, y Buenos Aires (como el continente todo) se resistió a seguir la suerte de una España afrancesada: Seguiríamos sometidos al amo viejo o tomaríamos un rumbo independiente (como le anunció Manuel Belgrano a uno de los oficiales de las Invasiones Inglesas).

Ahí fue que apareció Inglaterra que merced a su guerra sin cuartel por el dominio mundial contra Bonaparte impuso la fórmula intermedia: Los americanos tomarían las formalidades del Poder Público sin declarar independencia alguna, en resguardo del rey Fernando, momentáneamente cautivo de los franceses. Era la “Máscara de Fernando VII”. De yapa los gobiernos del Nuevo Mundo adoptarían el libre comercio con Gran Bretaña.

Así transcurrió en líneas generales la llamada Primera Junta de mayo de 1810. Sin embargo en su seno se fueron agrandando matices diferentes que pasaron a obturar la inicial alianza que determinó la expulsión del último virrey de Buenos Aires. La intelectualidad porteña, identificada con el fogoso Secretario Mariano Moreno consolidaba sus pasos a la idea antes descripta (aunque matizada con una sorprendente línea dura y casi terrorista desde el mismo Poder Estatal). Por el contrario, la oficialidad criolla originada democráticamente en su conformación (sus jefes eran elegidos por el voto de la misma tropa) no veían con buenos ojos las ejecuciones de enemigos.

A su vez fueron apareciendo otros elementos en el fundacional 1810: La Junta era netamente porteña. Había sido el Cabildo de Buenos Aires quien la había creado, lo que motivaba la presión de representantes del Interior para incorporarse a ella. En  éste caso, Moreno y su gente se negaron de plano. Argumentaban que los momentos iniciales exigían centralizar el manejo de la cosa pública en pocas manos. Por el contrario, los oficiales no le hacían asco a las provincias y en dicha tesis erigieron al Coronel Saavedra como su líder.

Derrotado políticamente Moreno en la ocasión, se alejó el secretario del país y la Junta se amplió de 9 a 18 integrantes, aunque en la práctica todo lo decidían Saavedra y el Dean Funes, cordobés.

Erosionada su fortaleza por tres hechos militares provenientes de las fronteras Norte y Este (derrota de Belgrano en Paraguay, guerra declarada por el virrey Elío desde Montevideo con bombardeos al puerto y derrota de la escuadra de Azopardo en San Nicolás), la Junta Grande necesitaba la Unidad del frente interno (como la necesitó CFK en el conflicto con los Fondos Buitres).

La Historia muestra paralelismos significativos: Hace unos años el senador Sanz propiciaba el CUANTO PEOR MEJOR. En 1811, muchos opositores a la Junta criolla proclamaban similares ideas. Fue así que en célebres cafés, jóvenes que ya sentían rechazo por los hombres de nuestras provincias, conspiraron abiertamente contra el debilitado Gobierno y hasta abrieron puentes de reconciliación con el enemigo. A ello siguen medidas graves de seguridad tomadas por la Junta, como la internación fuera de Buenos Aires de españoles solteros, lo que motivó la queja de los que antes habían aplaudido las ejecuciones de españoles del Alto Perú y del antiguo héroe de las Invasiones Inglesas.

Asediada de mil maneras, la junta flaquea. Es en esas circunstancias que en la noche del 5 de abril de 1811, en la actual Plaza de Mayo, se van concentran do silenciosamente gente de a caballo y de a pie.

¿Y esto? Son cada vez más… ¿De donde vienen?…Llegan de dos direcciones. Por el Oeste, desde los Mataderos, concentrándose en los Corrales de Miserere. Y por el Norte, desde Palermo y los rancherios del Retiro. No vienen gritando ni alzando puños en actitud agresiva. Con pasividad provinciana se ubican disciplinadamente alrededor de la plaza y frente al Cabildo y el Fuerte. Algunos se sientan en el suelo (aún no estaba la célebre fuente de 1945 para “lavarse las patas” en ella), como intuyendo que la cosa iría para largo, hasta que una voz inicial exclama: “Queremos cabildo. Cabildo Abierto”.

Los cuarteles se iluminan y oficiales y soldados de los regimientos salen a confraternizar con la paisanada y a respaldarlos con sus armas. Es de hacer notar que en esos momentos fundacionales, las milicias estaban lejos de tener el que tuvo la Dictadura de 1976. Muchos de aquellos provenían del pueblo humilde y su vida estaba totalmente vinculada a la emancipación política del país naciente. El llamado Partido Patriota surgido de la lucha contra el Invasor británico los había tenido como su columna vertebral.

Los manifestantes llegaban desde las Orillas de la entonces pequeña Buenos Aires. Eran barbudos y usaban poncho y chiripá. Descendían de los primeros ocupantes de la ciudad, pero carecían de bienes personales: Peones algunos, pequeños propietarios y artesanos otros, los unía una cultura popular que los lectores de libros llamaría “Barbarie”.

Eran el Pueblo, las masas orilleras de aquellos años. Pero su sola presencia, absolutamente inesperada, provoca un cimbronazo terrible en la dirigencia de entonces. Tan terrible como el silenciamiento posterior a que la sometieron los historiadores y publicistas.

El morenismo sobreviviente a su jefe ya muerto la condenó con los peores epítetos. Los próximos rivadavianos la tergiversaron. Y hasta Saavedra, original beneficiado, la negó descartando su participación.

Es que la Revolución de Mayo se había hecho con un par de preconceptos y condiciones tácitas: Una cosa era hablar de pueblo en asambleas y cafés y otra que el pueblo de carne y hueso desee ejercer el poder en forma directa. Mitre como historiador lo había puesto en claro: Pueblo era el que había estado el 25 de mayo de 1810. Lo de éste abril fue obra del POPULACHO.

Claramente aparece en escena una adjetivación ideológica, cultural y económica: Buenos Aires toma el Poder, siempre que permanezca en sus exclusivas manos. Y habrá 2 sectores excluidos: La Plebe y las Provincias. Con Rivadavia y Mitre la distribución de tareas funcionó con el siguiente principio: La plebe a trabajar y hacer la guerra. Las provincias, a obedecer al Puerto y a producir para exportar.

La revolución orillera estuvo encabezada por el oriental Joaquín Campana, rápidamente ungido como nuevo secretario de Gobierno, y como principales medidas logra la expulsión de los vocales opositores; fortalecimiento del poder y funciones militares del presidente Saavedra, expulsión de españoles sospechados de deslealtad, designación futura de Gobernadores oriundos de las provincias, nombramiento de futuros vocales de la Junta mediante elección popular, y enjuiciamiento de Belgrano (aún no era el creador de la bandera) por su fracaso en el Paraguay.

Para nada se menciona a La Máscara de Fernando VII.

Meses después el embajador inglés en Río de Janeiro desea mediar en una aconsejada reconciliación con España, que Campana rechaza con altura. Y prohíbe la remisión de géneros británicos al Interior, a la vez que impone un 6% de recargo a las deudas impagas por los importadores ingleses…Todo para disgusto de ese embajador, Lord Strangford, mandamás del sur del continente americano.

Sabemos que éste episodio genera discusiones en el Campo Nacional. Es que todos, quien más, quien menos, partimos de algún principio ideológico que nos condiciona. Tal vez algún día logremos la madurez suficiente para miremos los hechos con los claros y oscuros de nuestros próceres, y para aceptar que no hay nada mejor que juzgar desde el pueblo humilde y excluido.