La nueva ola progresista y el mar nuestro de cada día

A partir del triunfo del candidato de la izquierda, Gustavo Petro, en las elecciones colombianas se empieza a afirmar la idea de una nueva ola de gobiernos progresistas en América Latina. Quien esto escribe, ya en Huellas Suburbanas de mediados del año pasado se preguntó si estábamos ante una nueva oleada.

Hay quienes entusiastamente afirman el advenimiento de un nuevo escenario de gobiernos populares en la región y quienes lo relativizan, intentaremos en esta nota aproximar alguna respuesta, teniendo siempre en cuenta que la historia la escriben los pueblos y no los supuestos iluminados.

Hablar de “oleadas” en el proceso histórico latinoamericano es un poco remitirse a los conceptos de Álvaro García Linera[1] quien sostiene el criterio de una unidad político cultural casi sin fisuras entre los pueblos latinoamericanos. Este fenómeno ocurre (Según Linera y otros) más allá de las fronteras locales y las particularidades culturales.

La idea general está abonada por la identidad cultural que liga a “Nuestra América” con la península ibérica, que destruyó otras culturas anteriores, a la colonización imponiendo la propia. También lo está al proceso independentista llevado a un tiempo por todos los estados latinoamericanos, al proceso neo colonial moldeado por Gran Bretaña y obviamente al imperialismo estadounidense, que dirigió y dirige buena parte del “subdesarrollo” continental.

A mediados del año pasado se abrían paso los triunfos de Pedro Castillo en Perú; Gabriel Boricen Chile y cerca de fin de año el de Xiomara Castro en Honduras. El escenario llamaba la atención porque Chile era un “modelo” neoliberal, el equilibrio perfecto donde el desarrollo capitalista beneficiaba a todos. Perú era disputado por distintas fracciones de la derecha en un marco de crecimiento económico, y Honduras supuestamente era un país estable después que en el 2009 un golpe de estado derroco al populista Zelaya.

El devenir de los sucesos demostró que en Chile, 30 años de gobierno apoyados en una constitución redactada por Pinochet, sólo han sido buenos para el 10% de una población privilegiada. Que en Perú al campo popular solo le faltaba unidad para enfrentar a una oligarquía limeña enriquecida y corrupta representada por los FujiMori y otros similares. Que Honduras estaba gobernada por narcotraficantes[2] que mantenían el poder en base a la violencia y el delito.

A los nombrados triunfos populares habría que agregar los de Andrés Manuel López Obrador en México, Luis Arce en Bolivia y el ya nombrado Petro en Colombia. Este último, al decir de García Lineras: “Tiene las propuestas más avanzadas del progresismo continental. Por ejemplo, sustitución gradual de combustibles fósiles. Están mirando el siglo XXI para los siguientes 78 años. La segunda cosa es el esfuerzo por articular las demandas del movimiento feminista, con una condición material. La propuesta de Colombia va a cómo garantizar en la vida cotidiana el empoderamiento de la mujer en términos económicos, materiales y de justicia social”.[3]

A estos avances progresistas habría que sumar la expectativa de las próximas elecciones en Brasil donde Lula cuenta según las encuestas con un 47% de opción de voto.

Hasta acá estamos sumando todo lo positivo y lo podemos resumir en una recuperación de los gobiernos supuestamente perdidos (Argentina, Bolivia y Honduras); las nuevas incorporaciones (México, Chile, Perú y Colombia) y obviamente lo que sigue en manos de gobiernos con vocación antimperialista (Cuba, Nicaragua y Venezuela).

Los críticos “por izquierda” de este nuevo avance continental de fuerzas progresistas señalan que los procesos actuales son mucho más moderados y expresan más contradicciones que la ola anterior encabezada por Chávez, Kirchner, Lula, Morales, Correa, etc. Razón no les falta: hoy los cambios son mucho más tímidos y casi carecen de épica y además se cruzan en debates: Así Boric critica a Maduro como también Daniel Ortega critica a Alberto Fernández.

Sobre la velocidad y profundidad de los cambios se podría decir que existen “progresismos de distintas velocidades” y esto mucho. Depende de si los gobiernos son empujados por un movimiento popular en ebullición y también de la capacidad de resistencia de las fuerzas reaccionarias.

También juegan el grado de amplitud y cohesión de los elencos gobernantes, en la mayoría de los países con gobiernos progresistas, el ascenso se ha producido a través de frentes electorales. ¿Qué tan contenedores son estos acuerdos de gobierno? ¿Cómo procesan sus diferencias?

La respuesta a estas preguntas seguramente marcara fuertemente el sendero de dichos frentes.

Hay un elemento clave a sumar en las dificultades y retrasos en las construcciones populares que a su vez paradójicamente son parte de su fortaleza.

A la necesidad de una posición clara en la lucha de clases, se han sumado el feminismo, el ecologismo y cierto grado de “democratismo”, que por un lado agranda a los sujetos en lucha pero a su vez dificulta la integración de tamaña diversidad.

Hasta aquí una primera reflexión, a la que obviamente le falta profundidad y desarrollo, pero que será objeto de próximas notas.

[1] Ex Vicepresidente de Bolivia (2009-2016) teórico marxista de larga trayectoria

[2]https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-61184469

[3] Por Luis Hernández Navarro 13 de junio de 2022 – 20:23

De La Jornada, especial para Página/12

Gabriel Sarfati
gabriel.sarfati@huellas-suburbanas.info