La lucha de hoy es la continuidad de aquella que inició hace 212 años. Liberación nacional: La revolución inconclusa

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En la semana de mayo, comienzo de sucesivos acontecimientos que desembocaron en la declaración de independencia del 9 de julio de 1816, resulta de vital importancia pensar, y repensar, el estado actual de soberanía política e independencia económica de nuestra Patria, que son, ni más ni menos, los motivos principales de las grandes batallas y conflictos de nuestra historia; desde su inicio hasta hoy.

La soberanía política de nuestra Patria se encuentra fuertemente debilitada por intereses privados y extranjeros como consecuencia del último hito que tuvo esta histórica disputa entre dos modelos de país claramente antagónicos. Por un lado, un proyecto de Patria soberana, industrial, independiente económicamente a través del autoabastecimiento de su producción; y por el otro, un modelo de país colonial, dependiente del capitalismo global y su divisa de intercambio.

Desde 1976 a la fecha, se quebraron, privatizaron o paralizaron la totalidad de las empresas estatales con el objetivo de desindustrializar al país e instalar el actual modelo de economía primarizada, rentística y financiera. Parte fundamental y necesaria de ese proceso consistió en anular la soberanía nacional, demoliendo sus bases estructurales, para consolidar el dominio privado y aumentar la dificultad de una eventual recuperación. Con ese objetivo es que se destruyó nuestra marina mercante, se privatizaron los puertos y desreguló el comercio exterior, relegando al capital transnacional responsabilidades inherentes al Estado que hasta el momento ejercían el Instituto Argentino para la promoción del Intercambio (I.A.P.I.), la Flota Mercante del Estado y Flota Argentina de Navegación de Ultramar, que posteriormente conformaron la Empresa de Líneas Marítimas Argentina (E.L.M.A.).

Así, sin flota y presencia soberana en la comercialización internacional, el país se volvió dependiente de empresas transnacionales y perdió el control sobre su producción. Esta política subordinó nuestra economía a la exportación agropecuaria y al dólar estadounidense, y, desde ese momento es que, año a año, vemos salir mayor cantidad de materia prima alimenticia por nuestros mares, mientras las riquezas quedan en cuentas bancarias extranjeras y existen cada vez más compatriotas que se mueren de hambre en tierras de abundancia.

Por lo expuesto, es que es urgente asumir ese conflicto histórico y volver a poner en discusión el proyecto de país en el que queremos vivir. En otras palabras, debemos asumir el conflicto de luchar por la liberación nacional inconclusa.

En este sentido, los argentinos contamos con una rica historia que debe servirnos de enseñanza y guía para el futuro; el proyecto nacional que hoy debemos poner en debate y ejecutar, no es otro que la continuidad y actualización de las políticas que hicieron grande a esta Patria en distintos contextos y circunstancias.

San Martín, Rosas, Yrigoyen, Perón, más allá de las grandes diferencias de personalidades, orígenes y momentos históricos, comprendieron que había que producir y que el capital extranjero era el enemigo principal de esa producción. La cuestión principal siempre estuvo en el trabajo, en la generación de riquezas.

Ya desde nuestros inicios, el Ejército de los Andes hubo que producirlo con recursos y trabajo local, no se podría haber comprado hecho. Décadas más tarde, la producción nacional de muebles, sillas, cabestros, ponchos, frenos, estribos, tuvo que ser protegida con una Ley de Aduanas, y el mercado interno con la batalla de Vuelta de Obligado que encabezó el gobierno de Juan Manuel de Rosas.

Durante el gobierno de Yrigoyen, el poder en manos de ingleses, holandeses y norteamericanos, no permitían el desarrollo industrial de los argentinos; hubo que producir por mano propia el petróleo, el kerosén, las naftas que los extranjeros negaban, y, así, se crea la petrolera estatal YPF para dar impulso y soberanía a nuestra industria.

Allá por 1946, en plena crisis económica de posguerra, el gobierno de Juan Domingo Perón proyectaba un plan de reconversión de la matriz productiva con el objetivo de no depender de factores exógenos que generen dependencia a la economía nacional. El mismo consistía principalmente en: Desendeudamiento; crecimiento cuantitativo y cualitativo de las exportaciones; adquisición de grandes bienes de capital con la finalidad de sustituir importaciones; planificación de grandes obras de infraestructura y logística; y protección y desarrollo de un fuerte mercado interno.

Lejos de creer en la posibilidad de que ese proyecto se ejecute a partir de inversiones privadas, extranjeras o acuerdos multilaterales, el gobierno peronista planificó la economía utilizando al Estado como medio promotor desde los sectores estratégicos. Como pilares fundamentales, se nacionalizan el Banco Central y el comercio exterior, con el objetivo de administrar los recursos financieros y tomar el control de la compra venta internacional. Además, se crearon empresas del Estado en aquellas áreas industriales, indispensables, aun no desarrolladas.

Por ejemplo, en 1948 se crea el Astillero Río Santiago para dar inicio a la industria naval en gran escala. El 30 de noviembre de 1951, en Córdoba, se crea la Fábrica de Motores y Automotores, y el 28 de marzo de 1952, Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado (IAME), con la función de desarrollar las industrias aeronáutica y automotriz.

Lejos de tratarse de un impulso meramente orientado a la industria liviana para el consumo, se implementó un plan siderúrgico nacional, con la constitución de la empresa SOMISA para producir acero en el país, se impulsó la industria química pesada, desde Fabricaciones Militares, creando las plantas de Río Tercero, José de la Quintana y Tucumán, la Empresa Gas del Estado y, en 1950, la Comisión Nacional de Energía Atómica.

Este, tan ambicioso como exitoso plan, requirió una fuerte voluntad política y tuvo lugar en un contexto determinado que agilizó sus resultados, de tal modo que, pasados seis años, en el plano financiero alcanzó posición internacional acreedora y, en el plano social, la plena ocupación de su población económicamente activa.

Ese modelo argentino de producción, instalado a mediados del siglo XX, sentó bases sólidas y permaneció de pie durante tres décadas, con oscilaciones producto de múltiples intentos de destruirlo, hasta que finalmente en 1976, mediante la dictadura más sangrienta de nuestra historia, se implementó la economía de mercado capitalista en su reemplazo. Desde ese momento, volvió a gobernar el modelo de país colonial que nos ubica, dentro del mercado global, como exportador de materias primas y alimentos e importador de manufacturas industriales.

Hoy, ante la ausencia del debate sobre las causas de la aberrante situación de injusticia social, como así también, de los planes y proyectos de solución, tenemos la obligación moral de encontrarnos como pueblo y hacernos cargo de nuestra historia, nuestro presente y, principalmente, de nuestro futuro.

Rodolfo Pablo Treber
rodotreber@huellassuburbanas.info