La Basura como hecho político

Un análisis crítico de las pautas de producción y consumo en la búsqueda de soluciones integrales

En los últimos años los ciudadanos nos hemos transformado y constituido solo en consumidores, y esa tendencia sin escrúpulos hacia el consumo por sobre todos los derechos   y valores, nos lleva a una ruptura en las relaciones con el medio, seres humanos incluidos. Consumo, luego existo parece ser la consigna.

¿Por qué pensar la producción de desperdicios como un hecho político? En primer lugar, porque la generación de basura se instala en un ciclo de extracción, producción, consumo y descarte con características de linealidad, que produce en cada una de sus fases impactos ambientales; desaparición de especies por la sobre extracción, contaminación de los bienes comunes naturales y de las personas con substancias, por ejemplo, metales pesados y gases con efecto invernadero. Dichos procesos, desde la extracción al descarte y disposición final de los residuos, generan injusticias al interior de la sociedad dado que las comunidades y sus miembros más pobres viven cerca o dentro de los basurales o las zonas “de sacrificio”. Es allí donde se alojan, obtienen recursos con los cuales obtienen magros ingresos y aún los propios alimentos. En segundo lugar, la producción en sí misma requiere de bienes, de energía y que millones de personas ofrezcamos nuestros cuerpos. Esta producción, para satisfacer el consumo también genera afectados: los trabajadores/as expuestos a sustancias y proceso productivos contaminantes, las comunidades cercanas a los centros de producción expuestas al vertido de sustancias tóxicas. Por último, dados los modos actuales de recolección, transporte y vertido una parte importante del (des)manejo de la basura requiere crecientes recursos monetarios de los municipios que deben ser quitados de la salud y la educación. Basura que se traslada de nuestra casa a un centro de acopio y de allí a otro, terminando en vertederos que cobran por tonelada recibida. Gastos en combustibles y en el enterrado, un negocio redondo para las empresas que recogen y trasladan y para el CEAMSE, donde se acumulan toneladas de basura.

A su vez, la exposición a los contaminantes derivados de la basura sea por la emisión de humo producto de la quema, disposición en ríos, enterramiento, etc., generan enfermedades en todos los seres vivos, algunas de tipo agudo: granos, erupciones, problemas respiratorios. Mientras que otros casos son de tipo crónico, como las enfermedades epigenéticas producto de la influencia del ambiente sobre los genes, generando por ejemplo afecciones a nivel del sistema nervioso y con ello dificultades en el aprendizaje en niños.

Es posible afirmar que la basura o los desperdicios poseen el ADN de la sociedad que los produce, la basura habla de nuestros gustos y valores, pero también de nuestra relación con el medio y nuestros semejantes, habla de nosotros, de nuestros intereses, de nuestra cultura, habla de nuestras propias cosmovisiones sobre la vida. Si abrimos la bolsa y vemos plástico veremos a las comunidades saqueadas por el fracking, los desalojos y traslados a otras zonas, la contaminación de los territorios y de los cuerpos humanos. Veremos en los restos de papeles a las comunidades Misioneras saqueadas por las papeleras, monocultivos de eucaliptos y pinos producidos en base a glifosato y otros insecticidas. Veremos plásticos que usamos una sola vez cucharitas, sorbetes, bolsitas, tanto petróleo consumido para luego desecharlo. Una sociedad de consumo y descarte, donde gastamos tanta o más energía en desechar que la requerida para producir bienes. Puede ocurrir que aquello que para nosotros es basura, para otros son bienes de consumo o insumos productivos.

¿Podemos salir de este encierro? ¿Cómo?  Un primer paso consiste en reutilizar una gran parte de aquello que llamamos desperdicios: frascos, latas, envases de vidrio, papeles. También reciclar como el caso de los materiales orgánicos, aquellos que alguna vez tuvieron vida, y que constituyen, en el caso de los habitantes urbanos, casi medio kilo por persona y por día. Esos residuos se pueden transformar en abono, para alimentar los suelos y producir alimentos ricos en energía y proteínas, abonos para alimentar nuestros suelos y desde allí nuestros cuerpos y mentes

Reciclar y reutilizar son herramientas indispensables en un modo diferente de relacionamiento con y en la naturaleza, pero seguramente son insuficientes. Debemos pensar y repensar las pautas de consumo. ¿Podemos desarrollarnos/transformarnos como seres humanos y comunidades, sin basar dicho desarrollo en el consumo? Ser y estar, sin pensar en el tener y consumir.

Cada uno tendrá su respuesta , y dependerá donde ponemos nuestra espiritualidad y nuestro corazón, pero es posible repensar el consumo, quizás de a fases, transitando un camino donde podamos generar, descubrir, plantear tecnologías de procesos  que posibiliten una extracción y uso de los bienes naturales, respetando procesos, las pautas de renovación y de crecimiento, generando mercados de cercanía donde se puedan reducir los combustibles de traslado, producir sin usar plaguicidas respetando los ciclos naturales, recuperando otros sistemas y otras formas de embalajes. Otros saberes y haceres.

Una economía circular, verdaderamente cíclica, no solo en las palabras, donde se generen leyes específicas con posibilidades reales de instrumentarse y verificar su cumplimiento, pautas de extracción y producción sustentables, leyes que en base a la responsabilidad extendida al productor hagan responsables a los empresarios por los desperdicios producidos en todas las fases del ciclo de vida de sus productos. Hacerlos responsables de sus residuos y del impacto que estos poseen. Información para los consumidores para que podamos cada día hacer nuestras elecciones de consumo en modo responsable. Lenguajes claros y consignas precisas.

Debemos romper con la falsa dicotomía de ambiente o trabajo, de ecología o pobreza. Debemos generar trabajo en adecuadas condiciones de salud y además no exponer a nadie al efecto contaminante de los subproductos o desperdicios.  Por último, reflexionar que las comunidades y personas más pobres, las más vulnerables, poseen los trabajos más riesgosos desde el punto de vista ambiental, viven en las zonas más contaminadas y en ocasiones se alimentan de los productos desechados, que no pueden seguir el tránsito legal de la comercialización. Todo esto no solo es inadmisible, sino que constituye un delito.