“Gambito de dama” y ese otro mundo de solo 64 cuadrados

“En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.”

Jorge Luis Borges

Lo mismo sucede con los libros, con las películas, con las ideas, con los secretos: pequeñas unidades que sin embargo conservan mucho. Es el poder de lo humilde, de lo diminuto, desde donde podemos prolongarnos hasta vastos terrenos, lógicas y emociones.

Se trata de un cuadrilátero; dieciséis piezas de un lado, dieciséis del otro. Dos jugadores se sientan y les toca desarmar la perfecta escenografía que se da en el tablero, con el fin de desbaratar las defensas enemigas y llevarse al rey. Otra cultura se nos imprime en la cara (una que habla de reyes y reinas, y que a nosotres nos parece tan lejano en el tiempo y en la identidad). Las reglas fijas obligan a las piezas a cargar con una conducta —el caballo se mueve en “L”, el alfil en diagonal, la torre en línea recta— y se abre la posibilidad de pensar estrategias, tácticas geométricas.

Por fuera del tablero ocurre la vida, pero poco importa cuando se está jugando. Un mundo sustituye al otro. Quizás eso se muestre en los ojos de Beth Harmon, cuando los clava en los de su rival, al mover una pieza, y nos enteramos de una nueva comunicación: una silenciosa, donde se ausentan las palabras, pero continúa el sentido. Las palabras —diría también el sonido mismo, reducido al choque de las piezas contra la madera, diciendo tac— no entran al tablero, sino que se habla de una manera distinta: previendo movimientos, haciendo jaque, amenazando piezas, comiéndolas.

Beth Harmon es la protagonista de “Gambito de dama”, una reciente serie de Netflix que está recibiendo grandes devoluciones y, digamos, está repartiendo en los ojos y en las bocas de muches la magia del ajedrez. Este es uno de los fenómenos más interesantes. Porque al ser un deporte erudito y hermético, la serie acerca sus emociones a las mayorías ajenas.

Cuando se está jugando, a la cámara no le importa mucho qué ocurre en el tablero, sino que se empecina con los rostros (evidencia carnal de las sensaciones que se despliegan) y con eso es suficiente. Quizás hubiera sido más exacto mostrar cada movimiento, de cada partida, pero las reacciones en los jugadores nos enseñan que están atravesados por otro mundo, y para el argumento eso basta. Porque “Gambito de dama” quiere exhibir el choque entre aquel universo de reyes y reinas, de blancos y negros, y este donde, seamos o no jugadores de ajedrez, tenemos la responsabilidad de mover nuestras piezas. “También el jugador es prisionero […] de otro tablero de negras noches y de blancos días”nos recuerda Borges, y el ajedrez es solo una mentira momentánea al continuo curso de la vida.

Beth tiene una biografía violenta que la persigue incesantemente; en el mejor de los casos se escapa jugando al ajedrez, y en los peores momentos huye a través del alcohol, las pastillas y el tabaco. Esos vicios son las piezas que decide mover para defenderse de la angustia, pero no su única alternativa. En el tablero recreativo puede ser la mejor, pero aquí donde hay más cuadrados y más dramas, falla, elige el movimiento equivocado, se daña con sus propias acciones. Aquí, donde las “negras noches” y los “blancos días” se acumulan, no se puede abrir el tablero y acomodar las piezas en su lugar, bajo un orden pactado. En cambio, en el ajedrez se puede reiniciar e intentar todo de nuevo; al inicio de cada partida la disposición siempre es la misma y arrancan las blancas, siempre. (Tal vez por eso Beth sentencia: “Me siento segura en un mundo de solo 64 cuadrados”). Es decir, este diminuto juego tiene la condición que le falta a la vida: la capacidad de restablecerse.

Nacimos y ya nos toca cierto tablero, ciertas posiciones sociales, cierta fisonomía. Avanzan nuestros años y el tablero infinito se altera: lo vivido, lo escuchado, lo sentido se nos impregna irresolublemente. Ya es una carrera iniciada; ni el perdón, ni despertarnos y ver el sol salir (gracias a su repetida costumbre) podrá remover o restablecer lo hecho, lo recibido. Pero, a pesar de ser “prisioneres” de esta continuidad, podemos mover piezas, movernos, actuar. Nuestra biografía y nuestra memoria resguardan el orden de nuestras piezas ¿Cuál será nuestro próximo movimiento para una situación más favorable?

Beth (no voy a spoilear) combate en estos dos tableros, porque su ambición es ser campeona mundial de ajedrez; pero muches de nosotres solo nos quedamos en este, en el cotidiano. Ser les “mejores ajedrecistas con nuestra vida”, quizás, sea la forma de alcanzar lo que deseamos.

Felipe Melicchio
felipemelicchio@huellas-suburbanas.info