Ética, esa cándida cuna de soledades

Se acortan los tiempos. La campaña electoral ya camina con estilos y recursos bastante bien delimitados. Lo que no se corrigió hasta ahora, no será. Aquello que resta despejar, es materia de arduas negociaciones más o menos a contrarreloj antes del 22 de junio. Luego llegará el tiempo para vivir, cada cual desde el lugar que pueda o desee, una de las campañas electorales más agresivas y teñidas de probables irregularidades que se tenga memoria, desde los “buenos viejos tiempos”, diría un abuelo conservador, en el que aquéllos no dudaban en “hacer lo que hubiera que hacer” para entronizarse en el poder político y judicial nacional.

Pero no sólo esas menudencias tienen mal olor en este bendito territorio. Algunas otras cuestiones tampoco se perciben del todo saludables…

Como al pasar, solemos dialogar. Con vecinos, con actores sociales, políticos, incluso religiosos, con colegas. Es parte esencial de nuestra profesión, claro está. Tras cartón, aparecen los que, cuales pajaritos que te cuentan un secreto, nos “sugieren” que desde esta publicación, seamos “más crueles” al opinar acerca de su contrincante ocasional. Ciertamente, ello puede suceder en un constante ida y vuelta de pretendidas operaciones que, desde antaño, hemos enfatizado que no realizaremos.

Tampoco falta el pajarón, o la pajarona para ser ecuánimes, que deslice como quien no quiere la cosa, aquello de que “en algunos momentos hace falta tirar fruta podrida para mover un poco el avispero”. Pero desde esta pequeña trinchera comunicacional intentamos no indigestarnos con dichos productos: Al fin y al cabo, la pestilencia después quedaría impregnada en nuestra humildísima y descascarada oficina de redacción. Y, tal como reza la inolvidable y certera pluma de don Atahualpa, al final del camino, las vaquitas… siempre son ajenas.

Nuestra política distrital de cada día: Cuando todos se consideran campeones morales

 Reiteraré un concepto que introduje en la editorial del mes pasado: Se abre una brecha apreciable de posibilidades para que el campo nacional y popular pueda ganar las elecciones municipales, más por errores ajenos que por méritos propios.

El efecto arrastre de una boleta presidencial, que viene en alza semana tras semana, y la escasa tendencia a cortar boletas (los tiempos de las tijeritas han pasado a retiro, al menos por ahora), pueden forjar lo que apenas un par de meses atrás ingresaba en el terreno de las elucubraciones acerca de la existencia de los milagros.

Así las cosas, los planteos de unidad, en algunos casos, sólo quedan en la mera declamación. En otros, lo ponen a consideración siempre y cuando esa unidad esté regida bajo su impronta y absoluta hegemonía. En unos pocos –aunque no tan pocos-, por el contrario, parece un deseo genuino y que responde a una organicidad superior, que trasciende a los conflictos “de parroquia” que se circunscriben al ámbito distrital. Finalmente, también están los que polarizan desde distintos ángulos, y nunca terminamos de comprender a qué intereses verdaderamente responden.

Frente a tal cambalache, vaya si habrá gestionado defectuosamente el actual intendente Ramiro Tagliaferro, que ya no las tiene todas consigo y por ahí más de uno de su comitiva estaría mirando con el rabillo del ojo hacia algún salvoconducto siempre a mano en la imperturbablemente conservadora Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

La disyuntiva, para la mayoría de la ciudadanía de a pie, y muy en particular para los comunicadores populares autogestionados y que no recibimos financiamiento oficial ni político partidario, vuelve a estar enmarcado por una frontera ética, que bien la podemos metaforizar con una figura de nuestras propias biologías: Caminamos cada vez más sobre una fina orilla que separa, entre respetar lo que la mente nos ordena escribir, o liberar aquel torbellino que el corazón clama por gritar.

En ambas veredas, hay destrato aguardando. Pero la cornisa por la que venimos transitando se vuelve cada día más estrecha.

“Me duermo débil / Sueño que soy fuerte / Pero el futuro aguarda / Es un abismo / No me lo digan cuando me despierte”

(“Hasta mañana”, Mario Benedetti)

Daniel Chaves
dafachaves@gmail.com