El vómito y el pánico: la moral de los caretas

«En la miseria no se puede pensar/ En la enfermedad no se puede bailar/ Mientras tu madre se psicoanaliza/ seguro que este año te lleva a Ibiza/ a París, a Madrid o a Urquiza/ Viene a contarme que se ríe la monalisa…»

Fidel Nadal, «Torquemada».

Intentar escribir cualquier cosa es muy difícil si no se puede pensar. Pensar es aún más difícil si no se puede parar. Parar es casi imposible si el tiempo, la razón y el cuerpo se quemaron dando vueltas para poder comer hasta mediados de mes al menos. «Homero está cansado, come y se quiere acostar…», cantaba el Pity Álvarez, hace más de veinte años, describiendo cómo asesinaba inexorablemente a su propio espíritu un laburante de fines del siglo pasado. Y aquello no cambió mucho. Pero el rock ya casi no lo canta. Son tiempos de trap. Son tiempos de poco vuelo, de poses y sumisión. Y quizás, quien sabe, a lo mejor está bien. Y los equivocados somos todos nosotros.

¿Pero quiénes somos “todos nosotros”? Ni idea. ¿Los millones de seres humanos que no encuentran un lugar donde expresarse, ni una canción que los exprese? Puede ser. Pero sin dudas hay un nosotros cagado a palos, con los ojos vendados y la boca encintada. No es tan difícil reconocerlo. Tampoco está expresada su identidad en el concepto de Patria que manejan los políticos liberales, opositores u oficialistas, como si fuera su propiedad pretendiendo exhibir cómo toda «escritura» el título universitario que obtuvieron en los claustros del sistema. Porque la universidad, hoy, es la universidad de este sistema. Y produce los cuadros de mando de este sistema. No se lee a Jauretche, Scalabrini Ortiz o Abelardo Ramos en la universidad. Y el rock tampoco los canta. Nunca los cantó explícitamente, pero sí, al constituirse en una expresión identitaria auténtica de la juventud de este pueblo, fue de alguna manera herederos de aquellas tradiciones. Hembra Eva Duarte, macho Juan Perón, dupla guerrera argentina… supo cantar el hoy vilipendeado Ricardo Iorio, Los Violadores agitaban Comunicado 166 cantando “…la C.E.E. junto a la N.A.T.O. nos hicieron el bloqueo. América unida, gritó el pueblo entero. El T.I.A.R. fue la mentira que muchos se creyeron…» y Todos tus Muertos gritaba en “Torquemada” contra miles de años de humillación: “… Tomás de Torquemada asesina con sangre bautiza toda América Latina.  Con la impotencia y también con el odio de toda mi gente que quedó en el oprobio. Indio negro con religión de blanco, negro zambo con bozal y candado. Nuestra civilización quiere ser exterminada,  mucha piel india con cabeza blanca…»

Bueno, son los resultados de vivir entre el vómito y el pánico, como cantaba Tom Yorke y así son las cosas.

Muchos genocidas murieron encarcelados, pero su ideología y su ideal de sociedad siguió vivo en la pata civil del proceso que aseguró el triunfo de los dinosaurios, que a pesar de lo que cantó Charly García no quisieron desaparecer.

 Por el momento, discos cómo Víctimas del Vaciamiento o Nevermind the bollocks ya no tienen quién los escriba. O al menos no aparecen. Kurt Cobain se murió hace demasiado tiempo como para revivir a una generación x ya domada por el sistema y hasta los Sex Pistols son ridiculizados y transformados en caricaturas de sí mismos por Netflix.

Johnny Rotten escribió Anarchy in the U.K mientras su mamá le daba de comer un guiso de porotos, era un hijo de obreros desclasados en pleno jubileo real. Hoy los hijos de esos obreros, ni aquí, ni en Lancashire, ni en Villa Caraza siquiera tienen un guiso de porotos en su casa. Capaz alguna «orga» se lo provee en un comedor. Pero ese, en el mejor de los casos, es todo el alcance del Estado.

Son tiempos de dejarle a las plataformas digitales y al management libertad para decirte quién sos, qué te gusta y qué vas a escuchar. El Homero al que le cantó Viejas Locas está más cansado, pero a veces ya no come. Sólo se quiere acostar.

La moral, esta moral da asco. Da hambre, da frío y aliena. Es la moral de los caretas, sean estos políticos, músicos o universitarios. Los hay en todos los ámbitos. Ya lo infectaron todo.

Siempre fue igual, pero nunca, jamás, dolió con tanta intensidad.

Sebastián Jiménez
sebastianjimenez@huellas-suburbanas.info