El riesgo como una política pública

El Presidente Alberto Fernández ha repetido en distintas ocasiones que la cuarentena ya no existe. Si bien la percepción en la calle puede tender a hacer coincidir en forma de verdad el discurso y la realidad, no es menos cierto que muchas personas se mantienen en sus casas respetando las medidas de aislamiento, al mismo tiempo que las fases de restricciones siguen estando vigentes para el Área Metropolitana de Buenos Aires y otras regiones del interior del país. Entonces, parece un desacierto expresar públicamente -desde su figura de autoridad máxima- la negación del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO), aportando a una minimización del riesgo latente.

Con más de 10 mil casos reportados por día, la ocupación de camas de terapia intensiva para AMBA superior al 68%, y la explotación del sistema sanitario en provincias como Río Negro y Jujuy, la responsabilidad individual brilla por su ausencia tanto como la comunicación del riesgo. Los mensajes del Presidente –quien había asumido correctamente una figura pedagógica, consistente y creíble- sobre la inexistencia de la cuarentena no son positivos en esta apuesta que el gobierno puso en práctica luego de la fase 1 llevada adelante en julio. No solamente al día de hoy se carece del compromiso de muchos ciudadanos en los cuidados personales y colectivos, en el respeto a lo que se puede y no se puede hacer, sino también de la buena elección estratégica por parte del equipo comandado por Alberto Fernández para ajustar fuerte en la utilización del miedo como recurso válido para cambiar los hábitos sociales en medio de una situación donde el riesgo es exponencial.

Para el consultor y analista de comunicación política, Mario Riorda, este inconveniente sucede porque los gobiernos “tienen para elegir el miedo y la esperanza, y muchos eligen la esperanza sin miedo”. Estos no se excluyen el uno al otro, sin embargo, en situaciones de riesgo el miedo debe transformarse en una política pública porque implica prevenir. Los contenidos publicitarios motivacionales positivos que aluden a que todo va a pasar, pueden tender a disminuir el impacto del riesgo real de un virus que se propaga rápidamente por el conjunto social. Demás está decir que en algún momento el virus pasará o habrá una vacuna que permita volver a una normalidad (nueva o ya existente), pero el presente se encuentra con una sola realidad efectiva: el aislamiento y la protección máxima de respeto hacia los protocolos de sanidad para no contagiarse son relevantes y no deben minimizarse.

Otro factor que necesita tenerse en consideración al presentar el miedo como un actor necesario de la comunicación en este contexto, es como afirma Riorda que el riesgo “se rutiniza y necesita picos de intensidad para que salga de ese aletargamiento que produce la rutina”. Para esto, propone trabajarlo como si fuese una ola. Subir y bajar la intensidad asociada al miedo para no provocar cansancio en la repetición del mismo y acrecentar esos niveles cuando se considere necesario. Llegar a una manifestación cultural del riesgo que permita que esa comunicación “deje de ser imperativa, para que el riesgo sea asumido como tal, y que ahí permita la cogestión del mismo” (Riorda). Generar campañas públicas que apunten a la concientización de los cuidados y a la peligrosidad del contagio, son entonces necesariamente un producto político-comunicacional que deben entablar un ida y vuelta con la ciudadanía para que la propuesta de la responsabilidad individual sea acompañada por un mensaje de compromiso social que no deje a la cuestión de los cuidados en un marco plenamente egoísta de cada sujeto.

Por lo tanto, si se predica y evoca una plena conformación individual de los cuidados, puede generar el riesgo de que los jóvenes (quienes mayormente impulsan los contagios actualmente según la OMS), pasen por desapercibido o minimicen su preocupación al contagio porque el riesgo de letalidad en su edad es bajo. Por eso mismo, el gobierno debe anudar los mensajes de las campañas apuntando a una solidaridad y empatía colectiva, fortaleciendo aún más que la peligrosidad de contagiarse no es solamente por la salud de uno mismo, sino porque transmitir el virus a otra persona puede provocar que la afección del mismo pueda llevarla a fallecer. Campañas que pongan el pulso sobre el miedo (sean máximos, intermedios o menores) como han sido las publicidades de accidentes viales o las que llevan los paquetes de cigarrillos, son ejemplos claros sobre lo que referimos cuando hablamos de centrarse en la comunicación de riesgo.

Si bien asumimos que el gobierno de Alberto Fernández había hecho hincapié acertadamente en este tipo de comunicación al principio de la cuarentena -como marcamos en esta nota del 6 de abril Coronavirus: ¿Comunicar desde el riesgo o desde la crisis?-, parece haberse alejado de ella cuando es más necesaria. Es cierto que esto pudo producirse porque el ASPO se ha extendido más de lo esperado, que la economía apremia y necesita un aire que le permita repuntar tras las fuertes caídas sostenidas que lleva por motivos de la pandemia, y que el cansancio de las personas sea entendible. Tan cierto como la carta que la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI) publicó advirtiendo de la posible saturación del sistema de salud, y expresando que empiezan a sentirse solos. Dejar de tenerle miedo al miedo para comunicar es una tarea central pensando en ajustar los hábitos de cuidado si no habrá vuelta atrás con las restricciones.

Colaboradores diversos Huellas Suburbanas
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