El hambre como afrenta a la dignidad y a la condición humana

Las discusiones acerca del hambre, de sus causas, relaciones y consecuencias,  de nuevo están con nosotros, aunque este flagelo, que debería interpelarnos como seres humanos, nunca nos ha abandonado,  alcanzando innumerables pueblos, familias, regiones incluso de los países denominados del primer mundo o desarrollados.

Que siempre hubo hambre, y habrá si no hacemos algo pronto y de manera eficaz y sustentable, no debe constituirse en una justificación que evada la crueldad y la ambición sin precedentes en la historia de la humanidad. Las sequías, las inundaciones, las guerras, el destierro, las conquistas, las migraciones, los límites naturales impuestos en los ecosistemas, la existencia de tiranos y dictadores, el acaparamiento por parte de los sectores más acomodados o con poder en cada sociedad han obrado para que las personas no podamos ingerir la cantidad de alimento, la calidad del mismo y con la continuidad requerida según las necesidades propias de cada momento de nuestra vida. En la actualidad, se suma la avidez de lucro, el beneficio económico impulsado por el mercado y las empresas que lo monopolizan y controlan. No acceder a una alimentación sana y equilibrada compromete nuestro desarrollo y desempeño, desde el nacimiento, en todas las etapas de nuestra vida.

El hambre disciplina, da miedo, somete, nos menoscaba como seres humanos tanto al que la padece como al que somete, al no posibilitar recrear las condiciones que hacen a un acceso de alimentos que nuestro cuerpo requiere, pero también indisciplina, y esto quienes detentan el poder lo conocen. Por ello han tratado de disimular las consecuencias, y colorear las causas, sin ir a los orígenes.

Al concluir la Segunda Guerra Mundial , desde la por entonces creada Organización de las Naciones Unidas (ONU), se constituyó la FAO, la organización para la agricultura y la alimentación como un modo de institucionalizar y promover a nivel mundial la producción y el comercio de alimentos. Claro está con tanta promoción del mercado y las transacciones comerciales desde los orígenes, que  se  olvidaron de la alimentación de las personas y tuvieron que anexar nuevos objetivos, a su  preámbulo, varios  años después de su creación.

La FAO, que nace así con un pecado original, fue el organismo, el brazo ejecutor de la denominada “revolución verde”, plan que a nivel mundial se propuso incrementar la producción de alimentos a partir de la difusión de nuevas tecnologías, no siempre adaptadas a las condiciones sociales, culturales, ambientales y económicas donde fueron utilizadas.  Es así, como se promovió el recambio de las semillas tradicionales por las llamadas semillas “milagrosas o de alto rendimiento”, las prácticas  de asociaciones y rotaciones de cultivos por la utilización de plaguicidas, el abonado integral de los suelos por fertilizantes sintéticos  y la cría de animales al aire libre por la estabulación y los criaderos de animales hacinados, a gran escala.

Todos estos cambios no fueron capaces de mejorar la dieta de las personas, ya por su énfasis en el mercado, la elevación de los costos de producción o porque implicaron la pérdida de variedades de cultivos de plantas autóctonas. Si bien la revolución verde posibilitó el incremento de la producción en algunos cultivos y en determinadas zonas del planeta, lo hizo con un gran consumo y despilfarro de energía, con contaminación ambiental y desequilibrios a nivel de los productores y países. Las semillas mejoradas no estaban adaptadas a las condiciones de cultivo, por lo cual requirieron más cantidad de insumos químicos, implicando más costos y más contaminación del agua y de los suelos.

Esa revolución verde, creada geopolíticamente en la guerra fría, donde se pesaba en generar condiciones de mayor producción, de eliminar las asimetrías entre países “desarrollados y subdesarrollados” a partir de la incorporación de las tecnologías, olvidó las circunstancias que hacen al acceso de los alimentos, así como del acceso a los bienes naturales que posibilitan su producción. También se omitió tener en cuenta las condiciones locales de producción, reemplazando la diversidad por uniformidad, las tecnologías de procesos y practicas por insumos,  la relación armónica con los bienes naturales por la depredación, los canales cortos de comercialización y los circuitos no mercantilizados por el avance del mercado. Así los alimentos se transformaron en mercancías, reavivando, complejizando y retroalimentando el problema del hambre, esto es: produciendo más hambre en los propios países productores de alimentos, como el nuestro.

¿Por qué hay hambre hoy?, ¿por qué millones de personas no logran alcanzar una dieta suficiente,  rica en minerales, vitaminas y proteínas, o si lo alcanzan, no se logra continuidad en el tiempo? Existen varias causas pero todas nacen en la voracidad de una parte de la humanidad, en la acaparamiento de tierras, capital, ganancias, agua, en el afán de lucro, el sometimiento y sojuzgamiento de personas. Sólo entendiendo esta situación podemos decir que hay hambre por múltiples causas. En primer lugar, por la acumulación y concentración de bienes naturales; el agua, la   tierra, los bosques y con ello todo lo que vive en los sistemas naturales, limitando en el acceso para producir pero también para recolectar, cazar o pescar. La concentración de la tierra en nuestro país expulsa, determina migraciones y con ello más dificultades para producir y acceder a los alimentos. En segundo lugar, el hambre tiene raíces en los problemas para producir; en las tecnologías, adaptadas a cada lugar, a cada cultura, al cambio climático. No necesitamos una segunda “revolución verde” sino tecnologías creadas y recreadas en cada comunidad, que desde los saberes populares, más el conocimiento científico nos permitan producir más y mejores alimentos.

Indudablemente también subsisten problemas en  el acceso a los alimentos, y como, en la mayoría de las situaciones, este acceso está mediado por los precios del mercado y nuestros  salarios, es un problema de mercado que en sí mismo, esta construcción humana inequitativa y desigual no resolverá según nuestras propias necesidades, sino que provocará más marginación

Son muchas las estrategias y prácticas que podemos encarar desde cada país, cada distrito, cada cultura, cada familia, repensando las fases de producción, distribución, acceso y consumo. Tenemos, y debemos,  producir más alimentos. Recordemos que la soja transgénica y los árboles exóticos que hoy cultivamos no son alimentos, con tecnologías apropiadas y facilitando el acceso a los bienes naturales y recreando mercados de cercanía.

En esta situación, no alcanza que empresas multinacionales, como Syngenta, donen alimentos, ya porque es poco ético, dado su involucramiento en las actuales condiciones de producción agraria, no se puede ser parte del problema y de la solución al mismo tiempo, además al no permitir producir un acceso real y continuo volveríamos a afectar la condición humana. La cuestión de largo plazo no es “dar” sino posibilitar la producción y el acceso directo.

Por último, respecto al acceso sólo se garantiza con mejores salarios y adecuados canales de comercialización, mercados locales con precios justos,  donde consumidores y productores nos conozcamos e involucremos evitando una intermediación que eleva el precio de venta los alimentos hasta 13 veces más que el precio obtenido por los productores,  tal el caso actual de las frutas en Argentina.

Alimentarnos es un hecho político,  y todos debemos contribuir a que lo logremos.

Javier Souza Casadinho
javier@huellas-suburbanas.info