De la vida y la biología

Por: Profs. Adriana Monzón Follonier y Edmundo Zanini

Un especialista mundialmente reconocido, Ernst Mayr, dice en su “Así es la Biología”, entre muchas cosas al considerar los objetivos de la investigación científica que “En la mayoría de los casos, lo que más motiva a los científicos es el simple deseo de comprender mejor los fenómenos enigmáticos de nuestro mundo”.

Es decir, satisfacer su curiosidad individual. Pero no deja de aclarar que sin la ciencia no sería posible la búsqueda de una existencia mejor. Para todos.

Y aquí comienza a teclear este análisis, porque (y el citado autor lo va a reconocer en algún punto) hay intereses, no individuales, no de naturaleza psicológica del que investiga, que definen mucho más que significativamente hacia dónde va la ciencia. Justamente olvidando ese sentido esencial: el bienestar general.

A nuestro criterio, es interesante su libro porque más que describir o definir la vida, el Doctor Mayr apunta a reconocer una ciencia en particular que busca resolver las encrucijadas que desde siempre tuvo esa condición (la vida): primero el asunto del origen; luego la forma de la estructura de “nuestros cuerpos”; también los mecanismos de sus funcionamientos; y, finalmente, la unidad del fenómeno “vida” a pesar de la todavía desconocida diversidad de los seres vivos.

Veamos que, en sólo cinco a seis siglos de conformación de la Biología como una ciencia formal, ha logrado increíbles “avances”… Pero también ha tenido “insoportables” tropiezos, no en sí misma, sino en los principios sobre los que descansaban ciertas certezas de los “dueños” del poder. Por ejemplo, la condición excepcional de la especie (“imagen y semejanza de Dios”), la necesidad de un vínculo de identidad cuasi matemática  “célula” = “ser viviente”; o la de presencia imprescindible de algún ácido nucleico para que se organicen los fenómenos propios de la vida…

Desde el enunciado de la teoría darwiniana (de la cual ya han quedado pocos elementos en pie) y el de  la noción de que “la célula es la unidad de la vida”; han pasado sólo menos de doscientos años. Y hace menos de cincuenta años se ha caído otro axioma central de la Biología: el de que sin el ADN no hay procesos biológicos. Noción que explica (siempre relativamente) una enfermedad tan cruel como “el mal de la vaca loca”.

Pero lo que no cambia en la Biología (y en ninguna de las otras ciencias), a pesar de su carácter provisional, es su apoyatura en la razón y su disposición a poner a prueba, en experiencias reiteradas y rigurosamente planificadas, sus afirmaciones más importantes. Podrá haber muchísimos ejemplos de la presencia de la fe, la intuición, la creatividad (tan caras a otras expresiones humanas como la religión y el arte), pero no dejan afuera esas dos condiciones centrales a la naturaleza de la ciencia: la racionalidad y la experimentación.

En nuestro mundo actual, cuando está en juego la supervivencia de la humanidad, aparecen (re-aparecen) mensajes de otra naturaleza y otro sentido, abiertamente no científico, para intentar controlar las acciones de las personas y los gobiernos.

Esta racionalidad y experimentación nos ha dejado, entre otras cosas, la extensión de la esperanza de vida (entre 75 y 80 años) También la experimentación nos ha alejado, aunque sea a una parte de la Humanidad, del pensamiento irracional o de justificar todo a través de lo sobrenatural. No es poco: es muchísimo. Nos ha dejado la libertad de disentir y volver a experimentar, a repreguntarnos, a cuestionar y cuestionarnos. Es una forma de pensar libremente con justificación, con evidencias. Esa racionalidad es un tesoro muy importante para una sociedad en presente y futuro.

Cabe preguntarse por qué hay hoy en día, a pesar de haber llegado hasta donde llegamos, como los avances científicos, tenemos tanto pensamiento irracional o pensamiento fundamentalista como lo son el movimiento antivacunas o los terraplanistas.

¿Es sólo por la mala educación científica que se desarrolla en el interior de algunas escuelas? ¿Es porque estamos en un momento de la Humanidad, donde lo único que vale y es verdadero es lo que se lee en las  redes sociales?

Es una pregunta para hacernos lxs educadores de todo tipo y más lxs que nos dedicamos al campo de las ciencias. ¿Puede más el discurso de un Pastor que el de epidemiólogo?

Sabemos que muchas escuelas niegan a Darwin solapadamente, directamente lo saltean, o lo enseñan “por arriba”. Ni hablar de los contenidos de la ESI (Educación Sexual Integral), otro tipo de fundamentalistas se ensaña con estos contenidos, los ignoran. Y si los pibes y pibas lo reclaman, tratan de escabullirse en miles de excusas.

Los movimientos fundamentalistas avanzan por todo el Planeta, hordas de gente intolerantes, racistas armados, negacionistas de genocidios debidamente registrados y cuantificados, etc.

Están en la vieja Europa, en EEUU, en América Latina. Tan sólo con mirar lo que sucede en Brasil para darnos cuenta a lo que puede llevarnos esa forma de pensar y mirar la realidad: a miles de muertos diarios.

Una sociedad debidamente alfabetizada científicamente debería considerar críticamente la producción científica, debería poder inmiscuirse en esos asuntos. Tener claridad en separar los intereses corporativos de los intereses comunes, los intereses de la comunidad.

Un ejemplo de esto ocurrió aquí en nuestro país, este verano.  Si, aquí en el tercer mundo, antes de la aparición de la pandemia. En Mendoza se había derogado la ley de protección a los glaciares y daban vía libre a proyectos mineros contaminantes. Inmediatamente la población se organizó y 18 departamentos se pusieron de pie y marcharon por la derogación de la Ley 9209 y para volver atrás a la Ley 7722.

Una movilización con una fuerte presencia de docentes y jóvenes. Docentes que toda su vida profesional han venido batallando sobre el cuidado del agua en la región. Tanta enseñanza dio sus frutos. La organización popular doblegó al poder de turno, representado por el actual gobernador y las empresas mineras asociadas a estos políticos.

La organización popular informada con conocimientos científicos de cuál es el peligro de las explotaciones mineras a cielo abierto, venció aunque una vez a los poderes corporativos. Obvio se dijo poco. Se puso casi nada.

Es un lindo ejemplo que debemos imitar y del cual sacar enseñanzas. Y si aspiramos a que la pandemia (y las reflexiones que en ella se desarrollan) nos promuevan a un mundo mejor, es posible que debamos tomar en cuenta que la producción de conocimiento científico es social, es histórico y colectivo. Estamos cruzados por la historia que nos precede, por nuestra época y el colectivo que pertenecemos.

En estos tiempos de irracionalidades pandémicas se juegan muchas cosas. Es complejo no perder la orientación ante tanta invasión de noticias falsas e intereses corporativos.

Compartimos una breve cita de Marcelino Cereijido (2003) “Pensemos que un ser humano es tanto más exitoso cuanto mayor es el número de variables que puede manejar, cuanto más aptos son sus modelos teóricos, y cuanto más larga es su flecha temporal, porque la cantidad de futuro que puede tener en cuenta se incrementa. Para captar esta relación entre futuro, modelos dinámicos y victoria imaginemos tres ajedrecistas. El primero es un principiante el cual cada vez que le toca jugar se pregunta: ¿Qué puede mover? Su futuro es una jugada. El segundo es capaz de anticipar cuatro o cinco  movimientos, y por ejemplo, saca el alfil y el caballo para poder enrocar, o bien se pregunta por qué su rival ha movido cierta pieza y cae en la cuenta de que le está tendiendo una celada. El tercero es un gran maestro que, en cuanto hacemos un movimiento menos perfecto, sabemos que nos derrotará en treinta jugadas[1]

No caigamos en las telas de arañas irracionales; pensemos en los modelos teóricos que hemos heredado y repensemos juntxs cómo construir nuestro camino pospandémico.

[1]     Cereijido, M Reinking, L (2003) La ignorancia debida. Libros del Zorzal. Buenos Aires

Edmundo Mario Zanini
eduardo.zanini@huellas-suburbanas.info