Atrapados en dogmas y tiempo

El nuevo presidente chileno Gabriel Boric da una señal inusitada para las brújulas ideológicas de la región. Imbuido de los nuevos movimientos estudiantiles del 2011 y 2019 en su país, no dudo en remarcar sin complejos la deriva autoritaria de los actuales gobiernos en Nicaragua, Venezuela, El Salvador, así como también del otro lado del espectro político en Perú (presión de la derecha sobre Pedro Castillo), Bolivia (gobierno de transición de Jeanine Añez), Colombia y Brasil. Lo hizo en voz libre y propia, sin afán de maniobrar un nuevo grupo ad hoc tal como lo fue el grupo de Lima en 2017 para cercar diplomáticamente a Venezuela. Además reconoce los informes de Michelle Bachelet sobre dichos países elaborados por la Comisión de derechos humanos de la ONU.

Dicho de otra forma, Boric no reproduce una mirada convencional o maniquea sobre la actuación de los gobiernos de izquierda. No esquiva las contradicciones a veces trágicas en nombre de la defensa de los dogmas, de la denuncia del imperialismo norteamericano o de la victimización que sirve cómodamente para ocultar los errores políticos. Su palabra parece por ahora tratar de restituir por fuera de estos sesgos una apreciación de los acontecimientos y de las importantes fisuras regionales. ¿Izquierda edulcorada, funcional o moderada dirían los profesionales para otorgar credenciales políticas? ¿O más bien efecto generacional y otro sujeto político saliendo a la superficie?

Hay un nudo gordiano esencial en la región en ambos extremos del escenario político pero afectando con gradiente a todos los ámbitos. Existir en la principal zona de influencia de Washington bajo un flujo incesante de cinismos, dobles estándares, ofensivas económico-financieras y diplomáticas, constituyendo restricciones serias – pero también oportunidades – a la estabilidad y el desarrollo, obliga a encontrar recursos para responder a la dependencia y el resentimiento. Este flujo estructura profundamente el referencial histórico y conceptual de las familias políticas locales.

No es tarea fácil. Y es una tarea eminentemente política porque implica modificar la trama de liderazgos de una nación. En otras latitudes, las élites de Japón, Vietnam o Singapur, después de una etapa de confrontación con el poder occidental, lograron actualizar su marco estratégico dando vuelta a las heridas del pasado y mirando con nuevos ojos la confrontación principal que se da ahora con China. Pocos países en definitiva tienen esta capacidad de operar un giro de brújula al interior de sus élites y transmitirlo a la capa media de la sociedad.

En América Latina, muchas izquierdas y derechas perpetúan, a veces sin estar consciente de ello, el renunciamiento a elaborar una respuesta sino superadora por lo menos más lúcida ante estos temas. La fidelidad a los dogmas, sea el libre mercado, el debilitamiento estatal o el antiimperialismo, se vuelve más importante que trabajar el nuevo rumbo que va tomando el continente o la conflictividad global. La pertenencia y la conformidad a la familia, sea empresarial, sindical, política, se hace en detrimento del sentido de un Estado moderno y del pensamiento crítico y lúcido. El coraje para emprender reformas se diluyen en la especulación retórica, la conservación del poder y el cortoplacismo de los aparatos. Son elementos esquemáticos pero todos presentes con distintos matices en el ADN político suramericano.

Una ilustración de esto es que hay resistencia todavía para reconocer la persecución de militantes de todo tipo en Nicaragua (100000 emigrantes desde 2018) y Venezuela (5 millones de emigrantes desde 2002). No se puede entender que Evo Morales en Bolivia se aisló en el poder y teatralizó un golpe de Estado en pos de amortiguar la crisis de su partido. Tampoco se puede contemplar desde el mismo campo opuesto los desbordes de manipulación de poder durante el macrismo en Argentina o del gobierno de transición post-2019 en Bolivia. A nivel internacional, los imperialismos múltiples son interpretados de manera simplificadora. Los argumentos que permiten recortar selectivamente la realidad se encuentran casi siempre en la demonización del adversario, la conspiración o lo binario, otra expresión de dependencia del otro. Esta ceguera se práctica para mantener un statu quo dogmático en las percepciones, una vía para quedar atrapado en los dogmas y el tiempo.

Estos arcaísmos no son una buena herramienta de combate para levantar el crecimiento y el descontento popular. Obstaculizan los retos de modernización y construcción de potencia. Dada su permanencia y profundidad, veo poco probable que la generación actual de líderes pueda desenredarse de esto. Como diría Neruda, hay que tener esperanza y Boric es probablemente uno de los portadores de esta nueva cultura política.

Francois Soulard
francois@rio20.net