Animarnos a más, o el corset de la eterna coyuntura

Esencia y moral es bueno
Pero de golpe no podemos
El país así cambiar
Confórmate con algún puesto
Sos joven para entender esto
Ché Pibe vení votá” (“Ché Pibe, vení votá” Raúl Porchetto)

Algo no estaría cerrando en el trazo grueso de lo que muchas veces nos afirman nuestros queridos dirigentes, sean éstos liberales o progresistas, conservadores o socialdemócratas, radicales o peronistas: cada vez que alguien o algún sector de la sociedad objeta que las promesas de campaña se proyectan rumbo a un futuro no siempre tan cercano… dicho argumento es denostado por aquellos, o por sus coros militantes, que intentan silenciar(nos) apelando a que tales planteos “exceden la coyuntura” o directamente “no se pueden” no ya aplicar, sino siquiera animar(nos) a empujar en tal dirección. Pero lo que muchas veces se oculta con esta elegante maniobra de sofistas profesionales, es que más allá de buenas intenciones –innegables- del actual oficialismo y su dedicación para paliar el hambre más urgente (que, todos lo sabemos, no nació con la pandemia de Covid, sino con el brutal empobrecimiento causado por políticas neoliberales precedentes. Vale recordarlo), la realidad dura y bien tangible indica que, para redondear con cierto halo de generosidad, 1 de cada 2 argentinos somos pobres o muy pobres. Por no mencionar que, quizás, 1 de cada 4 ni siquiera saben qué van a comer esta misma noche, y no precisamente por disponer de exceso de menú hogareño…

El mañana es el próximo desayuno, si es que hay.

El mañana es el empleo que necesariamente tiene que llegar, a como dé lugar.

No hay futuro que valga la pena llamarse tal, sin pleno empleo ni soberanía alimentaria. Hay elecciones, claro que sí. Y habrá vencedores y vencidos, pero al día siguiente nada habrá cambiado. Y esta cantinela no es una queja de bandoneón del momento; es un reclamo que arrastra muchos años. Y en este mientras tanto, unos cuantos no logran continuar en carrera, y otros llegan a este mundo a pelearla en enorme desventaja, si bien mucho mejor contenidos por el Estado Nacional que antaño. Lo aclaro para que nadie sufra un vahído de indignación porque no menciono ese aspecto positivo.

Incorrección política en tiempo de elecciones.

 Aunque para muchos esto que escribo sea inadecuado e incluso inesperado en “tiempos-del-no-es-el-momento”, es importante poder construir un ámbito, en este caso desde el periodismo, que permita interaccionar a distintas voces y animarse a hablar hasta de las debilidades propias, tabúes del realpolitik que no hacen más que erosionar las posibilidades reales de diálogo democrático, incluso de consensos políticos mínimos y una eventual proyección con amplio respaldo mayoritario del rumbo a seguir.

La disputa por la disputa misma en la discusión política argentina es tan abrumadora, que contra lo que los microclimas militantes fantasean, el desinterés de miembros de la sociedad por la cosa pública y el rol de la política en todo ello, es cada vez mayor. La calle, los lugares de trabajo, hasta los bares marcan un termómetro contundente en tal sentido. Los intereses y las necesidades están pasando por otros carriles.

Y sí, tenemos las PASO por delante, que no definen nada pero sirven como herramienta para excluir a las fuerzas más minoritarias de ser opciones dentro de dos meses, por un lado, movilizar a la población dos veces en plena pandemia y tener que desplegar grandes esfuerzos y una alta erogación de gastos que, esta vez más que nunca, bien podrían haberse evitado y reducido a la mitad, y para marcar una tendencia fidedigna en cuanto a lo electoral en sí, que bien puede revertirse, de cara a la competencia definitiva de noviembre próximo.

Veremos si la pandemia trae consigo alguna sorpresita en alguna región del país, aunque a priori es de esperar que cada gran bloque político parlamentario continúe sosteniendo el grueso de sus fortalezas territoriales, y que, bajo la férula del gradual reacomodamiento de la sociedad gracias al avance sostenido de la campaña nacional de vacunación (antivacunas abstenerse de opinar en esta y en ninguna otra nota de Huellas Suburbanas) y la reapertura de casi toda la vida productiva del país, haya una segunda oportunidad para el oficialismo de cara al desafío de optimizar recursos y esfuerzos para garantizar un profundo despegue en los siguientes dos años de gestión. Los discursos tan cavernarios como de espíritu destituyente de Mauricio Macri y su claque más cercana, pueden oficiar de impulso para que sectores moderados de la sociedad, hartos de la pelea y los agravios en estas temáticas, sumen un votito de confianza a Alberto Fernández y equipo.

Pero a diestra y siniestra, esta vez sí, habrá “votos desgarrados” para tirar al techo, aunque nadie lo vaya a admitir. Tan cuestionado en su tiempo por la creación de esta definición, Horacio González ahora habría tenido el agridulce sabor de confirmar la justeza de su conjetura de 6 años atrás.

Y por si fuera poco… nos tapa el agua.

Elección tras elección se superan en la banalización de un discurso pretendidamente “joven” que sólo ridiculiza a los enunciatarios del mismo y revela, por una parte, la penosa influencia cultural que la política, entendida ésta como ese reino de las chicanas y las agresiones en un rango de 150 caracteres o menos, viene ejerciendo sobre las mayorías, y la comodidad ramplona de armar debates que duran varios días por redes sociales (y por grandes medios masivos de comunicación, debidamente sincronizado en la bellaquería de la carrera por el rating minuto a minuto) sobre cómo fumar un porro, dónde sí y dónde no, o quiénes garchan más o menos, y tras ese desteñido y patético telón, prevalece el ocultamiento (¿Deliberado?) o el “eliminar de agenda” a los temas de fondo, esos que hace muchísimo no se debaten con seriedad por aquello de la bendita coyuntura, por el no golpearse entre propios –aunque haya propios decididamente impresentables y flojísimos de papeles. Lo cual lleva a pensar que, si nos dejáramos guiar por esa matriz de pensamiento, habría que vivir haciendo la vista gorda respecto a errores o agachadas de los “propios” y, en sentido opuesto, no tener la capacidad ni el decoro intelectual como para valorar y eventualmente distinguir acciones o gestos de solidaridad que puedan ser articulados por actores que, circunstancialmente en el universo de saltimbanquis de bonito discurso, estén parados en el otro margen de la ya nefasta “grieta”.  Esa misma que destroza lazos familiares, enemista vecinos, enerva ante cada show mediático destinado a avivar las llamas de la confrontación social… para que, finalmente, los acuerdos intersectoriales se den, invariablemente, en ámbitos cerrados y de espaldas al grueso de la sociedad.

Hermoso negocio este de la “grieta” social, para que cinchen millones de personas, entretenidas en desautorizarse y chicanearse unas a otras, mientras las decisiones se toman en otro lugar, bajo ese tácito acuerdo para que nada cambie más allá de los estrechos márgenes concedidos por los auténticamente dueños de todas las cosas, y creadores de todas las reglamentaciones que nos rigen y moldean.

 

Daniel Chaves
dafachaves@gmail.com