Vivir en una Carnicería

Otra vez me ataca esa sensación de acercarme a un precipicio. Sé que la realidad nos atraviesa a todos, pero el espacio que ciertos discursos tienen en la sociedad hoy, me golpea fuertemente, avasalla y se mezcla aquello que me llega de afuera con lo propio de adentro. La ideología que uno ha desarrollado para poder interpretar y categorizar el cotidiano que nos rodea. Siento que dolorosamente construyo el día a día viendo dinamitado todo avance en retroceso. La historia hace una espiral, parece volver irremediablemente a momentos pasados, dolorosos, de los que tanto nos ha costado salir y reponernos. En la imposición de lo retrógrado, siento que poco hemos avanzado y se suma algo nuevo: la banalización de todo.

Quizás esos momentos en que sorbo este mal trago, los discursos destructores y demoníacos son convenientes a intereses sectarios y a ciertos grupos que los revindican, muchos sin poder justificar con racionalidad por qué adhieren, llegan incluso a justificar el genocidio que muy similares discursos implicaron. Se avizora la sombra de los dos demonios en una era que se denomina de la “pos-verdad”, y desde esta posición emocional, quienes ignoran, nadan como si fueran propietarios de una verdad. La emocionalidad del agravio, de la destrucción y de la irracionalidad son respuestas viscerales oportunamente usadas por quienes buscan intereses sectarios que hagan foco en la destrucción de la sociedad.       

Así como se vivifica una fe desmedida en el mercado, también la mentira emotiva lleva siempre a la distorsión de la realidad con primacía de ciertas creencias frente a cualquier dato objetivo. Así, por ejemplo, se asume sin tapujos que en el último proceso militar hubo secuestros, desapariciones y torturas. Pero se niega saber el destino de muchos de los muertos (dato objetivo), producto de esas desapariciones sin esclarecimiento. Si la apertura de los archivos es negada, ¿Cuál es el dato objetivo de la realidad?

No hace mucho, participé de un hecho cultural que me puso ante la cruda realidad de vivir en un tiempo donde los referentes que delimitan la verdad se desdibujan y no tienen la misma suerte que la parcial emocionalidad que se refuerza, en cambio. Ocurrió hace poco, cuando vi en el Teatro Regio Carnicería, una obra de Javier Dualte y Mariano Stolkiner. En estado alerta, reflexioné sobre que lo sucede en el mundo que debe ser entendido como un todo: la relatividad de los discursos, la banalización de la verdad, perspectivas peligrosas, por cierto, que emergen de la mano de quienes oportunamente aprovechan los acontecimientos traumáticos que golpean a la sociedad, para fines propios. Descarnadamente, sobrevoló en la atmósfera de la sala, mientras la obra se desarrollaba, cierta sensación de peligro de vivir sin una verdad superior a la humana, manipular sin una certeza que valora la vida como bien supremo y llegar a matar.

Muchos actos políticos vienen edificándose desde la emocionalidad y la sugestión, negando o desconociendo todo avance posible. Lamentablemente, no son pocos, quienes creen que una vida es posible en el reino del revés. Así, mientras dure la convicción, otros harán suya la voluntad de quienes, arrodillados, suplicarán por salvar su vida. Así, es la creencia en época de la “pos-verdad”: sectaria, destructiva, miserable, efímera.

Carnicería me llevó a pensar, además, cuán necesaria es la educación para que las personas sean libres, alimentando el pensamiento crítico para distinguir la paja del trigo, y separar la emocionalidad manifiesta de los datos objetivos que marcan la subsistencia.  Asimismo, ¿Por qué se debilitó tanto? La libertad no es, pues, el libre albedrío de un mercado que nunca funciona en abstracto: es un derecho del hombre, jamás algo dado desde afuera.

Eduardo Marcelo Soria
msoria@huellas-suburbanas.info