Vacuna(gate), burbuja (pinchada) semáforos (titilantes) y más allá la inundación

Intentaré hacer un breve recorrido por dos temas que a mi entender están íntimamente relacionados pero pareciera que en Ciudad Gótica siquiera se cruzan: vacunación y presencialidad educativa.

El 2020 fue un año difícil, con la irrupción de la pandemia los primeros meses transcurrieron en una especie de mega pausa donde los animales silvestres tomaban las calles y los cielos límpidos al igual que las aguas, nos hicieron creer que el mundo debía cambiar. Nos dedicamos a “cuidar” a los extremos más vulnerables del ciclo vital: adultos mayores e infancias. Empezamos a mantener una rutina casera donde convivíamos bajo un mismo techo con nuestro núcleo familiar-afectivo. La idea de tener las escuelas cerradas era una demanda social que llegó hasta las puertas mismas de la “rebelión popular” que implicaba tomar la decisión de no enviar a las criaturas a cursar. Claro que en aquella época nadie pensaba que esto se iba a prolongar tanto.

Un recorrido similar ocurrió con la vacuna: la queríamos, la esperábamos, la dudamos, la rechazamos, la demonizamos, nos negamos a que se nos aplique, pedíamos que “los políticos” se las apliquen primero y ahora reclamamos que consigan más y nos rasgamos las vestiduras por un puñado de vacunas aplicadas por fuera de la fila (unas 10 dosis). Este escándalo hizo volar por los aires al mejor médico sanitarista VIVO (como diría una blonda conductora) de nuestro país. Cuando muera pasará a ocupar el segundo lugar detrás de Carrillo. Viejas prácticas políticas que sobreviven en un hombre de 80 años que no supo ver el león al que estaba alimentando, un jovencito de su entorno familiar, el monje negro. Lisandro: un ilustre desconocido que hoy en día sigue con su vida apaciblemente. El poder atonta, sumerge en una embriaguez que sin dudas perjudica más al pueblo que al protagonista.

A un año del primer caso detectado en el país, ya estamos transcurriendo la “nueva normalidad” que básicamente consiste en hacer lo mismo de antes pero algunas personas usando barbijo (muy pocas usándolo correctamente NARIZ-BOCA-MENTÓN). Las mismas inequidades, las mismas mezquindades, las mismas contradicciones, todo potenciado.

De repente la misma presión social que se utilizó el año pasado se ejerce ahora con  la fuerza inversa: que abran las escuelas “los chicos no aguantan más”; que traigan más vacunas “que los políticos se vacunen al final”.

Respecto de la vacunación, hay muy poca información circulando, sin embargo los spots publicitarios oficiales han pasado de recomendarnos que ordenemos el placard y avisarnos que podíamos salir a comprar comida (¿?) a “animarnos a ejercer la cuidadanía” limitándose a tratar de “gilada” a quien no toma los recaudos sanitarios que son tan simples como LAVARSE LAS MANOS, USAR BARBIJO, PERMANECER A DOS METROS DE DISTANCIA. Aprendimos una nueva palabra, que ya olvidamos (trazabilidad) y conocimos una herramienta fundamental que nadie consulta (monitor público de vacunación).

Luego del escándalo sabemos, o tenemos la posibilidad de saber (si es que nos interesara) el número de personas vacunadas, un resultado modesto pero que avanza a paso firme. Hay problemas de distribución del mágico elixir, que responden a problemas de fabricación básicamente porque los laboratorios vendieron dosis que ahora no pueden fabricar para poder cumplir con los envíos a los que se han comprometido: TOTAL NORMALIDAD (de la nueva-vieja normalidad).Con los laboratorios nadie se mete y Ginés fue uno de los que se metió, a él lo perdimos, la industria farmacéutica “festeja” su traspié mientras goza de buena salud.

Pareciera que nada ha cambiado, o mejor sí, se han profundizado las individualidades que nos llevarán a la ruina. Así es que tenemos países que han comprado dosis que exceden su población mientras hay otros países que están en la fila sin siquiera recibir una dosis. Renglón aparte para Cuba que avanza a paso redoblado con su vacuna producida en la isla, a la que han denominado “Soberana“.

Por otro lado tenemos que volver a trabajar en forma presencial y entonces casi como si no tuviera nada que ver, reclamamos que abran las escuelas. Ah, no pará, es por el interés superior de las criaturas…

Desde el sector educativo no hay propuestas “alternativas”, pareciera que la única forma de aprender es estar en el mismo espacio físico con un grupo de personas escuchando a otra persona que habla o muestra un saber totalmente desconocido para su público. Tenemos que pensar que la educación es algo más que aprobar exámenes durante años, y también tenemos que decidir si la institución educativa es realmente un lugar “donde se va a aprender contenido” o “donde se van a aprender habilidades sociales” o ambos pero no ir alternando estas ideas de acuerdo a nuestras conveniencias.

¿Qué pasaría si pensamos que ambas actividades pueden fusionarse y aceptamos el desafío de proponer otra cosa?

La primera propuesta fue reemplazar el aula por un aula virtual (qué novedoso).

La segunda propuesta fue la del regreso a la presencialidad en “burbujas” tan frágiles como las que pueden salir de soplar un alambre luego de pasarlo por un tarro de detergente con agua.

¿Qué pasaría si sacamos la escuela a la calle?

Si proponemos un dispositivo “itinerante” como son las escuelas transhumantes, que se centran en el proyecto vital de esos grupos que tienen la necesidad de migrar. La metodología de mapeo comunitario, por ejemplo, podría ser aplicada en términos educativos y plantear consignas participativas, que puedan suceder cerca del domicilio del alumnado, guiado por docentes que puedan transitar por el mundo. Consignas aplicables, que sean transformadoras de la realidad, que luego de la pandemia puedan continuar y sean pensadas como un proyecto educativo a largo plazo.

Las campañas de prevención debieran suceder en el territorio, no con fuerzas de seguridad, sino con agentes sanitarios.

La educación debiera transcurrir en el territorio para que podamos ir aprendiendo cómo utilizar ese conocimiento que vamos asimilando.

El mundo “ya no es el mismo” y seguimos ofreciendo las clásicas respuestas a nóveles preguntas, cambios para que nada cambie, seguimos haciendo lo mismo esperando resultados distintos. El viejo Juan, un paisano que conocí diría “yo no sé si son locos o pelotudos”. Desde el campo de la salud mental sólo puedo decir que “los locos” no comen vidrio, así que me inclino por la segunda opción, pues no nos extinguimos de pura suerte (ni tanto perderíamos sin la humanidad devastando el planeta).

Soledad Verónica Abella
soledad@huellas-suburbanas.info