Una técnica para volar

Luego de soñar, unx mira para atrás y se sorprende del tiempo en que anduvo suspendidx. Sencillamente suspendidx en el aire, o más bien en el inconsciente ¡Qué mecanismo increíble! Pero luego despertamos y la pava contra la hornalla, y la clase virtual, y el recuerdo del último beso, de la última joda, y la distancia de lxs amigxs, y el barbijo. Nos toca, inevitablemente, vérnosla con lo cotidiano. El final de la pandemia es una incógnita y la vida anda puesta entre signos de exclamación: ¡No salgas! ¡Laváte las manos! ¡Un metro de distancia! ¡El tapabocas en todo momento! Entendible, argumentado, necesario: no lo discutimos ¿Pero mientras tanto, qué? Me pregunto, mientras un pájaro en mi jardín se mueve de un punto a otro con un simple aleteo. Un aleteo burlesco, hecho a sabiendas de que yo miraría y solamente podría observar y envidiar. Un pequeño vuelo que, para serte gráfico, es tan simple como una mano que va y toma la tapa de una mermelada abierta para luego cerrarla, viajando al frasco. Pero eso sí, ni nuestra mano ni la tapa tienen la elegancia del pajarito que se mueve con total libertad. Este no conoce de pandemias, ni los “después de esto vamos a tomar una birra”, ni la clase virtual que se entrecorta, ni los barbijos arrebatando media cara, ni los mil mensajes de mis amigxs diciendo “qué manija de salir”. Por eso se despega del suelo con tanta facilidad, mientras yo no paro de hacerme la cabeza (valga la metáfora de hacer, es decir, la cabeza es construible) con tristezas y melancolías absurdas que colaboran en forjar de este tiempo una jaula. Sí, se invierten los roles. El pájaro vuela y nosotrxs en una jaula, contemplándolo. No se haga la idea de que aquí hay una distancia irremediable. Claro que hay un contacto, aunque mínimo. Sin acercarse, el ave nos aproxima con su andanza la técnica necesaria para volar, pero tendremos que buscar sinónimos de eso que no tenemos: alas.

Llegué a la conclusión de que nada se mueve más rápido que los ojos. Están como aceitados en los huequitos que ocupan y su tarea es constante pero desordenada. Son nuestras alas puestas en código. Miramos todo el tiempo, podemos llegar a observar 180°, pero para volar nos hace falta una constancia, una técnica. Necesitamos lograr una sucesión, como hace el pájaro. He aquí nuestra herramienta. Lamentablemente con comprender esto aún no podemos volar. Precisamos una guía para que se cumpla la sucesión y todos los movimientos sean reiterativos, iguales.

Tome un libro. Ábralo. Naturalmente sitúe sus dos ojos (puede hacerlo con uno si desea, pero es más cómodo con dos) en el comienzo que se ubica en la parte izquierda de la hoja. Preste atención en cada palabra, desplazándose lentamente hacia la derecha al terminar cada una. No sea ansiosx y salte palabras, páginas o capítulos: debe cumplir obedientemente con el movimiento pues sino será tosco e inútil el aleteo. Cuando se termine la línea no desespere ni se deslice por el vacío blanco que le precipitará al abismo donde las hojas se sujetan, sino que debe bajar a la línea siguiente y pararse en el comienzo (siempre el lado izquierdo) para continuar hacia la derecha. Así reiteradas veces. Notará algo de aire dándole en la cara, y sus pies soltarán despacio todo ese terreno de realidad para tomar vuelo sobre lo escrito, imaginando y abriéndose paso entre tanta queja e impotencia que la pandemia acarrea en su mente.

Ha terminado el poema, el cuento, el capítulo de una novela, y ahora suelta la vista. Se sorprende del tiempo en que anduvo suspendidx. Se sorprende de que por un instante la cuarentena quedó debajo y usted volaba, aunque quietx. El celular seguramente le esté llamando, abriendo sus párpados por un momento con el llegar de algún mensaje. Los Whatsapp se habrán amontonado y las historias de Instagram de igual manera. Los minutos habrán avanzado extrañando sus ojos pendientes. Ha vuelto, como luego de soñar. Hay una pandemia sin fecha de vencimiento y una cuarentena que le prohíbe salir. Pero al alcance de sus ojos (o en ellos) existe una técnica para volar.

Felipe Melicchio
felipemelicchio@huellas-suburbanas.info