
06 Dic Una gambeta a la eternidad: Ad10s y gracias
Nunca creímos que iba a llegar ese día, quizás porque creíamos que era inmortal, que había gambeteado a la muerte tantas veces que esta iba a ser una más. Pero ya se lo veía con dificultad para gambetear, para caminar, para hablar. El famoso “entorno” que él dejo construir lo marcaba día y noche, pero lo marcaban mal, haciéndole faltas y dañándolo, hasta llegar al peor final.
¿Cómo se va a morir Maradona? ¿Cómo se va a morir el Diego? Esas fueron las preguntas que más resonaron por estos días, cuando muchos no podíamos creer el paso a la inmortalidad del mejor de todos los tiempos. Y a quienes no le gusta el fútbol también se sintieron conmovidos por esa argentinidad innata que Maradona derrochaba constantemente. Se murió Diego y se murió una parte de la Argentina, o quizás la Argentina misma.
Paradójicamente, uno de los mejores títulos que describieron la despedida en Casa Rosada fue el del diario La Nación: “Maradona tuvo un velatorio como su vida: caótico, emocionante y plebeyo”, rezaba el titular del diario más conservador de la Argentina. Caótica fue la vida del diez, un ir y venir constante, contradicciones eternas, peleas, drogas, amores, reconocimientos de hijos y mucho más. 60 años de vida, que, al estilo Maradona, parecieron 160. Emoción fue lo que le generó a todo un pueblo dentro y fuera de la cancha, ¿hubo acaso un jugador que trascendió tanto en la historia por lo que hizo fuera del verde césped? Y plebeyo, quizás la mejor palabra para dar cuenta de ese amor popular que se demostró en su despedida. Maradona dibujó una sonrisa en todos los pueblos humildes: Nápoles, Fiorito, La Boca, la Argentina entera. “¿Sabés la felicidad que nos dio a los pobres? Ni para comer teníamos, y él te hacia feliz” decía un señor, agachado y llorando mientras le dejaba unas velas.
Muchas canciones están dedicadas al Diego. Una de las más cantadas es “La mano de Dios”, de Rodrigo. E fragmento que dice “sembró alegría en el pueblo, regó de gloria este suelo”, es el que mejor describe la simbiosis entre Maradona y esa gente que en masa se volcó a despedirlo en Plaza de Mayo. Es que ese pueblo fue a darle el último adiós a alguien salido del pueblo. Maradona fue un negro de la villa en Fiorito, en Europa o en La Plata. Con una pelota hizo feliz a millones, y sin ella también. Desde ese gol imposible a los ingleses con el relato emocionante de Víctor Hugo hasta el abrazo con las Abuelas de Plaza de Mayo, Fidel, Néstor, Cristina y la presencia en el freno al ALCA en 2005.
“Dios ha muerto” decían algunos emulando a Nietzsche. Maradona fue un dios, “el más humano de todos los dioses”, como lo definió de manera tan precisa Galeano. Y es que nos creímos eso de que era un dios desde que levantó la mano bien alto para hacerle el gol a los ingleses, desde que vimos esa luz que místicamente lo iluminó en el Mundial de Rusia 2018, hasta la cantidad de veces que estuvo a punto de morir y resucitó. Y seguirá siendo dios en cada milagro que se dé a partir de ahora en nuestra Argentina.
Le tocó irse en medio de una pandemia que lo tenía mal emocional y físicamente, pero que nos tiene mal a todxs también. Siempre dijimos, ¿Te imaginás lo que va a ser cuando se muera Maradona? No, no lo imaginábamos, hasta que nos tocó vivirlo, y no estábamos preparados.
Una multitud se reúne para despedirlo en la Casa Rosada. Desde el más allá, el Diego sigue gambeteando, ahora a los policías que intentan reprimir a esa gente, su gente, esa que lo ama y se siente identificada con él. Gambetea y nos deja un último gol, luego corre a abrazarse con el pueblo, su pueblo. Se abraza con los cientos de miles que lloran y cantan por él bajo el sol de ese 26 de noviembre de 2020, se abraza mientras de a poco sube, empujado por la multitud, a devolverle la mano a Dios, a reencontrarse con la Tota y don Diego. De fondo suenan los Ratones Paranoicos: «quisiera ver al Diego para siempre, gambeteando por toda la eternidad».
Ad10s y gracias.