Una democracia tullida, estéril e inexplicable

Gentileza: Carlos Caramello

Publicada originalmente en https://www.lapatriadaweb.com.ar

 Fue -ocurrió- en los años de plomo. Una “batida”: dirección de casa ocupada por extremistas. Allá va un retén del Ejército, al mando de un teniente primero, a tomarla. Rodean la vivienda. Orden de fuego. Le tiran con todo lo que tienen. Saltan los pedazos de revoque del frente, se astillan las persianas de madera, se ven caer fragmentos de vidrio hechos añicos. Nadie responde. Parece vacía. El oficial levanta la mano en un gesto que significa alto. Extrae una granada de entre sus ropas, se arrastra unos 30 metros hasta colocarse debajo de la ventana rota. Muerde la anilla del seguro de la bomba de mano con furia, pega el tirón… y se rompe un diente. Resultado, coparon (destruyeron) una casa vacía y trajeron un herido de guerra.

La anécdota que corrió de boca en boca, de cuartel en cuartel, como un reguero de pólvora (perdón por el lugar común pero me pareció adecuado, ya que combina con el color de la historia) llegó hasta mi por transmisión oral. Ningún medio de la época se hubiese animado a publicar nada que ofendiese a las Fuerzas Armadas y de Seguridad. Además, no entendían la ironía.

Traigo a colación esta parábola porque, de repente, la sociedad argentina se me presenta como aquel momento: un sector tirándole a otro con todas las razones que se le ocurren, intentando que reflexionen, advirtiendo de los peligros sin comprender que ese grupo está “vacío”, que el desencanto es un hueco en las cabezas de los que marchan alegremente hacia su mayor error porque creen que allí radica su única esperanza.

Y encima, cada tanto, de ese sector que busca persuadir al otro con reflexiones, motivos, análisis, historias, especulaciones, discursos; de ese grupo supuestamente esclarecido, surge un estratega de caricatura -seguramente bienintencionado- que, buscando convencer a los inconvencibles, se pega un tiro en el pie.

Pasa que el vector de proyección es incorrecto y pivotean sobre ese yerro como si estuviesen sobre el famoso punto de apoyo de Arquímedes, ese que te permite mover el mundo. Pero, en realidad, la progresía está apuntalada en una quimera.

Con la democracia se come, se cura, se educa” era el grito de guerra de don Raúl Alfonsín hace cuatro décadas. Pero, con el tiempo, muchos sintieron que se educaba más o menos, se curaba mal y se comía peor. Y entonces la famosa panacea se volvió duda, luego rabia y, finalmente, desesperación. “Un cuento de ruido y furia narrado por un loco” definía el bardo inglés en Macbeth. Y a favor de eso, reaccionaron.

Nadie se tomó el trabajo de explicarles que el ejercicio democrático conlleva deberes. Salir de la oscuridad de los ’70 era la promesa de un filme en tecnicolor poblado de derechos y sin responsabilidad alguna. Además, de paso, la construcción de sentido la dejamos a la derecha de la razón y, entonces, pasó lo que pasó.

Justo cuando los jóvenes sobrevivientes de aquellos tiempos peinábamos canas (los que tenemos pelo, claro) y tratábamos de explicar lo que no habíamos explicado durante 40 años, aparece un idiota shakesperiano ahíto de ruido y furia y enerva a los que no pueden estudiar porque tienen que sobrevivir. Manipula a los que no supimos educar. Opera sobre la desesperación. Convence a los que se cagan de hambre.

Y nosotros, los del otro lado, del lado de la cama tibia y las cuatro comidas diarias, nos ofendemos. No entendemos cómo no comprenden que es mejor esta mala democracia tullida que la promesa de un fascismo mejor. Nosotros, que estamos dormidos, queremos despertarlos.

De la eterna lucha entre los que no saben y los que muy bien no se acuerdan, emergen falsos profetas, ídolos de barro, candidatos del marketing político, redentores de cotillón. Ninguno les sirve a los hambrientos. Pero alguno puede resultar hasta un escape a la desfuturización.

Porque hace ya 40 años creímos que habíamos ganado la batalla cuando, en realidad, la guerra era un continuo.

No supimos defendernos. No supimos defenderlos. Hicimos posibilismo…

Así estamos.

Carlos Caramello
carlos.caramello@huellas-suburbanas.info