
08 Nov Un ballotage por la convivencia democrática
“Hoy te intento contar que todo va bien / aunque no te lo creas…
Aunque a estas alturas un último esfuerzo no valga la pena…” (“El sol no regresa” La Quinta Estación)
Lo que sigue –y seguirá- faltando
Lejos del exitismo harto inconducente que, aún contra su voluntad, exponen a diario tanto pesimistas como triunfalistas en esto de ofrecer una mirada de nuestra realidad más cotidiana y tangible para las grandes masas de nuestro pueblo, desde estas columnas editoriales hemos venido procurando recorrer una senda donde prime la observación y descripción analítica, lo más ecuánime posible, sin por ello caer en las hipócritas banderas –siempre inconfesablemente reaccionarias – de la supuesta neutralidad.
Ambos polos (el pesimista y el triunfalista en cada etapa), finalmente, jamás han contribuido a ofrecer una mirada más pedagógica y de profundización educativa y cultural para el pueblo. Atraer voluntades sólo para que ello derive en más votos para sus propias expectativas, suele ser una herramienta válida y esperable dentro de los saludables márgenes del ejercicio de la democracia y sus representaciones político-partidarias. Pero no implica necesariamente un rumbo hacia una mayor madurez en la apropiación y aplicación del más profundo sentido del ser ciudadano/a. Y así ha de seguir todo ello, casi con toda seguridad, en este interminable sendero del apelar a las decisiones del conjunto de la población, básicamente y sólo en tiempos electorales, por estricta necesidad.
Días atrás, un jubilado bancario residente en Mar del Plata, me hizo estos señalamientos, muy atendibles, que decido situar en este debe que, acaso, algún día debamos enmendar con toda firmeza:
“El solo hecho que (Javier Milei) haya llegado hasta donde llegó, que su voz haya sido escuchada como una salida, que por el contrario no haya sido tomada para la chacota, es un signo de la derrota popular en estos tiempos en que se ha validado como legítimo, como una opinión más, el todo vale, que todo se compra o se vende, que la ley de la selva es la única posible, que se discutan propuestas delirantes… el solo hecho de aceptar como un debate normal la mercantilización de todo nos ha prostituido como sociedad. Es como discutir con alguien que afirma que la tierra es plana o que el Sol se ubica en su interior.
La década ganada entonces no fue tal o al menos sólo ha significado una mejora frágil en las condiciones de vida del pueblo, un posicionamiento independiente en las relaciones exteriores, un momento en fin que apenas arañó sin dejar rastro la dura estructura del Poder Fáctico, del Talón de Hierro de la auténtica dictadura del privilegio que cotidianamente marca el rumbo de la sociedad, fija metas y precios, determina prioridades, quiénes son los buenos y los malos, escribe las verdades irrebatibles, aún si las mismas se dan de patadas con el acontecer diario.
Resulta entonces que los vagos son los trabajadores, que la clase parasitaria encarna la producción, que la usura, fuga de capitales y la evasión son méritos, siendo la solidaridad una gilada y la codicia una virtud. Deberemos replantearnos todo. Reflexionar estilos de militancia que no son tales, sino escalera y clientelismo a la vista.
Retomar palabras y actitudes, revolución si cabe, romper con los privilegios, levantar la mirada, desprenderla del barro, generar una épica… Derrotar a la locura, amén de al loco».
Y a los bifes se ha dicho: Elecciones y sus consecuencias presentes y futuras
Luego del impecable –e inesperado- repunte que obtuvo Sergio Massa en las pasadas elecciones del 22 de octubre, se inició un reacomodamiento aún parcial y plagado de expectativas y especulaciones, tanto por parte de las fuerzas ya derrotadas, como a la espera de lo que sucederá con aquel bloque que no resulte vencedor en el próximo ballotage.
Múltiples dirigentes de distintos espacios políticos, sindicales y de organizaciones sociales y culturales, han manifestado abierto apoyo o una discreta neutralidad hacia la candidatura del actual ministro de Economía, pero aclarando su espanto, a veces incluso irreconciliable, hacia todo el terror que puede implicar el advenimiento de un fundamentalismo de ultraderecha como el que encarna Javier Milei, ahora debidamente secundado y asesorado por el expresidente Mauricio Macri. Pero hace mucho tiempo, todos sabemos esto, nadie es dueño de las voluntades cívicas a la hora de depositar su voto en la urna. Y en total coincidencia con algo que volvió a señalar Eduardo Aliverti el pasado 4 del corriente, el sentimiento antiperonista es, cuando menos, tan poderoso como la pasión por el peronismo en nuestro país. Baste para ello cuantificar, desde una concepción antiperonista o si prefieren aggionar el concepto al antikirchnerismo, qué componente y cantidad de votos totales obtuvieron, en su conjunto, las coaliciones electorales que han sabido hacer culto de aquello, por derecha y por izquierda, sin excepciones.
Felizmente, como nada es tan lineal, el espanto a lo que representa Milei y su completo entorno de primeras y segundas líneas dirigenciales de toda índole, puede obrar pequeños milagros para nuestra democracia, por lo cual debemos situarnos aún desde la cautela y la prudencia, y divisar que estamos en medio de un escenario ahora signado por dos grandes polos con bastante equivalencia de fuerzas. Lo cual no habilita ni el triunfalismo a contratiempo y necio, ni el pesimismo derrotista, sino el máximo esfuerzo cívico del conjunto de la sociedad, cada cual desde su área de competencia, en aras de salvaguardar, de mínima y como base primordial para seguir caminando, la convivencia pacífica y orgullosa de haber construido estos 40 años seguidos de democracia argentina, a veces elitista, muchas veces injusta y desigual, pero democracia al fin. De lo contrario, caer en el abismo de la irracionalidad, el racismo, la misoginia y la más que segura radicalización extrema de las diferencias entre clases sociales, ofrecería un panorama de oscuridades que no deseamos explorar, ni adentrarnos para dilucidar qué tan profundo se nos puede obligar a caer en conjunto.
Pero así están dadas las circunstancias, y al cierre de esta edición, 6 de noviembre, nadie tiene ganada aún esta elección bisagra para nuestra vida en sociedad.
Desde esta columna editorial, puedo esta vez, y dada la magnitud del peligro latente, tomar por todo lo anteriormente dicho, una postura transparente a favor de la candidatura de Sergio Massa, aun no siendo parte integrante de la Unidad por la Patria, y aún no sintiéndome cercano ni representado por su principal candidato, por no mencionar también a una larga lista entre sus actores políticos intervinientes.
Los tiempos –que entre todos hemos sabido mal-construir – imponen una toma de posición entre quienes garantizan, insisto, de mínima, la convivencia democrática que anhelamos y pregonamos desde que esta publicación existe y mucho antes también, o quienes ya no ocultan que vienen a barrer con todo ello… y con quienes sostenemos y defendemos esos sagrados estandartes, que tantos sacrificios de vidas humanas y penurias populares costaron para alcanzar, desde hace 40 años, esta nueva oportunidad para forjar un país digno de ser vivido junto a nuestro prójimo.