
31 Oct Un aparente surrealismo en los discursos. La educación como derecho, un necesario estado de alerta
Una mueca horrorosa agita los demonios que duermen profundamente dentro de muchos cuerpos. Fragmenta la coherencia en su fuero íntimo y va sembrando el terreno, luego de un letargo pos-pandémico, la atrocidad. Muchos creíamos haberlo conseguido, inmunizado, pero se liberaron por fin.
Ya nos habían dado alguna muestra los surrealistas con Un Perro andaluz o con La edad de oro, no obstante, no estuvimos alerta de que el arte no lo sublima todo. Sufrir, agraviar, avanzar hacia el precipicio son presentados como una posibilidad cuando las mesetas en el manejo humano no es lo más conveniente. El mundo funciona al revés, estar alertas es lo mínimo del gobierno de los estados.
Ahora veamos la situación con detenimiento. Vinculemos el acontecer con el complejo de factores que hacen a la conformación de la cosmovisión actual. En este sentido, la educación, vapuleada por décadas, tuvo que ver y mucho con este panorama. Baste mirar como esta herramienta política de Estado en las manos de la generación del 80 cohesionó a través de la Ley 1420 a la Nación Argentina. La separación de la iglesia y la formación del ciudadano fue uno de los terrenos proclives al surgimiento de los movimientos de cambio en el seno de la sociedad. Los hijos de los inmigrantes conformaron la clase media, primero, y luego, acompañó el ascenso de las clases populares. Los lugares de formación aunaban la consciencia heterogénea y los pasos de la política iban detrás. Amalgamaba a todos y todas en una Nación. Así, este derecho quedó incorporado al piso de posibilidades de partida, sin demasiada consciencia en lo que se recibe en la civilidad.
Procesos no democráticos, especialmente y también en tiempos de las pujas democráticas, efectos colaterales de las dictaduras, han recaído directamente sobre la educación, tratando de atenuar esos estropicios. Por eso lo educativo es un reflejo de los avances y de las frustraciones de la sociedad. En la escuela es imposible que no se produzca un avance de esas situaciones críticas que fuera de las instituciones ocurren.
Y en estos tiempos no faltan discursos que son explícitos en eso de retrotraer la realidad al Siglo XIX, esquivando aviesamente el poder de cohesionar que tuvo la educación. Ponen en escena devaneos psicopáticos intencionales que deprimen ciertas cuestiones como la autoestima de un pueblo, y emulan una epopeya nefasta de la cual también hemos tenido no poca experiencia.
La educación es un derecho, eso es indudable: su ejercicio debe de estar en manos del Estado para conformar consciencia nacional y popular. Debe alfabetizar para que el conjunto interprete el complejo maniqueo que se busca cuando se intenta avanzar sobre la conciencia de los sujetos en su tránsito por la realidad.