Todos hablamos del cambio climático pero… ¿Qué hacemos?

Lo sentimos en nuestros cuerpos, en nuestras prácticas,  en cada territorio y a nivel de toda la tierra, cada día que pasa con mayor intensidad… el clima cambia, y con él todo aquello que considerábamos como “normal” como las épocas y frecuencias de las lluvias, las temperaturas, las heladas, las nevadas. Esta situación lleva a que se hable del clima en todos los ámbitos, desde laborales hasta en los foros internacionales. Cabe la pregunta, ¿Hablamos mucho, analizamos las causas, nos compadecemos de las consecuencias pero… ¿Hacemos algo? Digo ¿cambiamos nuestras prácticas y hábitos individuales y grupales? ¿Seremos capaces de modificar nuestros modos de consumo, producción, transporte y comercialización de bienes y servicios, además de la reutilización y transformación de aquello que denominamos desperdicios?

No parece ser una tarea sencilla. El cambio climático nos interpela en la relación instrumental que mantenemos con los bienes naturales; el agua, el suelo, los bosques, el aire y desde allí en correspondencia, a los estilos y modos de vida recreados en una gran parte de los seres humanos que habitamos este planeta.

Podemos analizar las causas desde varias perspectivas; Por un lado, el consumo desenfrenado, por lo menos de una parte de la sociedad, ya sea de  autos, bebidas, alimentos, vestimenta, de plástico, lleva a una continua producción de estos bienes, por lo cual se expande la minería, las actividades agrícolas, la producción en línea… todo lleva a más extracción de minerales, de petróleo, de agua, a la necesidad de generar más energía. La deforestación  y quema de bosques, la extracción de petróleo- ahora con más fracking- la producción de carne estabulada (feed lots), el transporte de productos a largas distancias genera cada vez más gases de efecto invernadero, el dióxido de carbono, el oxido nitroso  y el metano, que juntos han determinado el engrosamiento de una capa que recubre la tierra y evita su enfriamiento. El proceso fue lento pero se aceleró junto al consumo y extracción de bienes naturales, en los últimos años.

Ahora bien: esta situación, ya evidente por demás, de cambios y variabilidad climática, nos exige y estimula a repensar nuestra vida en su integralidad. La reflexión nos permite analizar los escenarios mundiales y territoriales, pero también a proponernos cambios individuales, territoriales e internacionales en nuestra relación con los bienes naturales y entre nosotros mismos.

¿Podemos hacerlo? Debemos hacerlo. Si cada uno no cambia, nada cambia, pero poco podemos modificar si no lo hacemos como sociedad; de allí las miradas y acciones globales, los acuerdos, las estrategias, las prácticas, las tecnologías, los sistemas productivos a recrear, desarrollar, fomentar y emplear…

Debemos repensar la producción de alimentos, ya no desde los monocultivos sino desde la agroecología, desde la recreación de agroecosistemas sustentables con suelos sanos y diversidad biológica donde se recicle de la energía y se demande menos combustibles fósiles. Además, donde se promuevan los mercados locales y el consumo responsable, todo lleva a acotar la producción, el transporte y el consumo, a comer alimentos locales, de estación, sanos y nutritivos ejerciendo la soberanía alimentaria.

En el caso de la producción también es necesario repensar los modos, los materiales utilizados, los sistemas, las tecnologías, la eficiencia energética, la durabilidad de los productos, el transporte y demás.

Las acciones también deben incluir a repensar qué hacemos con los llamados desperdicios o “basura” no desde el final de la cadena  de producción y consumo, sino desde todas las fases y procesos, promoviendo un verdadero reciclaje y reutilización.

Por último, una reflexión sobre nuestro consumo: para muchos sistemas económico-políticos, motor de la economía.  Si seguimos insistiendo, desde las políticas públicas, en expandir el consumo desenfrenado, sólo lograremos producir más gases de efecto invernadero. Quizá deberíamos reflexionar y proponernos, como individuos y como sociedad, articular un consumo sustentable.

Un consumo responsable, que no implica dejar de satisfacer nuestras necesidades, sino por el contrario, expandirlas y satisfacer a todas y a todos los seres humanos, en su justa medida. Un consumo equitativo que tenga en cuenta las necesidades individuales y grupales de ésta y de las próximas generaciones,  que al fin y el cabo no están presentes , ni toman decisiones en la actualidad, pero que padecerán todo lo que NO hacemos y aún aquello que NO  logramos acordar para hacer un mundo habitable para todos/as.

Javier Souza Casadinho
javier@huellas-suburbanas.info