
06 Nov Sin lugares, sin quiebres. En busca de nuevos paradigmas para el rock argentino
De Cemento a La Cueva. Sin lugares.
30 de diciembre de 2004. La noche sofocante, aciaga, ceñía sus brazos de fuego sobre el cuello del rock argentino. Mientras en Cemento, Sancamaleón y Nuca disparaban sus últimos acordes, comenzaban a confirmarse los rumores que hablaban de decenas de muertos por un incendio en República de Cromagnon, otro reducto de Omar Chabán. Esa noche ardieron como nunca la desidia, el abandono, la euforia desbocada, la pasión incomprendida. Aquella noche terminó con la vida terrenal de 194 almas y también dejó quieta, como entumecida, al principio perpleja, y luego encarcelada en un limbo de conformidad al alma del rock nacional.
Cromagnon nos llevó puestos a todos. Cromagnon se llevó puesto a Cemento, o mejor dicho, a la casa del rock nacional, el pesebre del underground que vio nacer a miles de artistas que hoy conforman la escena de lo que se entiende por rock en Argentina.
Nunca más volvió a existir un lugar de esas características, un lugar dentro del cual cualquier tipo de expresión estaba permitida, dónde la libertad de expresión artística, impersonal, colectiva, alcanzaba un punto de elevación conceptual tan sublime que es difícil de describir. Sumo, Los Redondos, Batato Barea, Hermética, Divididos, La Renga, un lugar que en su momento estaba abierto de Martes a Domingo con obras de teatro, música, bandas que convocaban treinta, cuarenta o dos mil personas. Eso también murió con Cromagnon. Un lugar donde la creatividad le diera paso a una nueva realidad concreta que pueda sostener niveles de novedad que rompan cualquier atisbo de estancamiento.
Cemento, bajo la dirección brillante de Omar Chabán, fue la cuna de la segunda vuelta del under al rock en Argentina. Fue el heredero natural de la mística que en la década del 60′ supo forjar La Cueva, aquel mítico lugar donde nuestra alegre juventud parió lo que se iba a conocer cómo Rock Nacional. En esos espacios multidimensionales se desarrolló un lenguaje propio, una escena con códigos que mutaron a medida que el rock como experiencia contracultural universal fue recreándose a sí mismo para seguir atravesando límites a través del tiempo. Rockabilly, Heavy Metal, Punk, Psicodelia. Rock. Simplemente rock. El rock en todas sus vertientes se quedó sin lugares donde germinar después de Cromagnon, porque el endurecimiento de las leyes rozó lo proscriptivo. Signo de estos tiempos. Los distintos, los que pueden generar expresiones que cuestionen el orden preestablecido no pueden ni deben juntarse. Hoy Cemento es un estacionamiento, La Cueva un sótano en desuso y el rock deambula por estadios o «arenas» según el capricho de la multi o el sponsor de turno. Son criaturas de diseño. El rock ya no molesta y más que nunca, extraña y necesita lugares propios donde la puerta se cierre y el mundo vuelva a ser su mundo.
De Charly al Indio. Sin quiebres.
Hace unos días Charly García cumplió 70 años, el Indio Solari tiene 72 y Gustavo Cerati falleció hace algunos años. Los tres músicos más influyentes y convocantes del rock argentino de los últimos 50 años, o son septuagenarios o, como en el lamentable caso de Cerati, ya no están. Puede agregarse a La Renga como uno de los más convocantes. Vale. Pero es evidente que, más allá de la calidad técnica innegable de los grupos que pueden haber surgido tras la revolución tecnológica, ninguno fue capaz de generar un quiebre en la escena, una ruptura con lo establecido, ni muchos penetrar para siempre en el inconsciente colectivo. Puede un grupo significar algo para un grupo de seguidores y eso es legítimo, pero influenciar a todo un género y de esa manera sostener una escena general que nutra al rock nacional de forma tal que no se estanque y siga produciendo contracultura desigual, auténtica, combinada, con la cadencia precisa para convertirse en una opción a las modas de la sociedad de consumo….eso ya es otra cosa. Contra eso atenta la falta de lugares propios para el rock y su inconsciencia.
Ya no hay quiebres guerreando contra la «cultura» que el consumo capitalista nos tira por la cabeza. En medio del gobierno de facto de Onganía-Lanusse-Levingston, en La Cueva crecieron Billy Bond, Los Gatos, Manal, Sandro, Baglietto, Pappo, Tanguito, las poesías de Pipo Lernoud y los pibes que después saltaron, ya en pleno videlato, a tocar en Obras marcando para siempre a todas las generaciones de rockeros; Spinetta, García, Mestre.
20 años después Omar Chabán, que ya tenía el Café Einstein, abrió Cemento y, así, entre las razzias de los primeros años del advenimiento de la democracia post 83′ y se hicieron grandes V8 y el Heavy Metal, el llamado Nuevo Rock Argentino, de Babasónicos y Los Brujos, Attaque 77, Ricky Espinoza y el Punk criollo, el rock barrial, La Renga. Había contenido, había rebeldía y, por sobre todas las cosas, originalidad, ninguna criatura de diseño, ninguna pose. Do it yourself. No había salidas de emergencias, simplemente porque se vivía en estado de emergencia cuidándose entre todos.
Urgía aquello que hoy ya no existe más, porque todo ya está en Google, en Spotify o en Youtube; el hambre por saciar la curiosidad artística e intelectual explorando y explotando de adentro hacia afuera sentimientos viscerales transformados en música y lírica amalgamadas para hacer estallar por los aires a la industria del entretenimiento.
Hace una semana también se cumplieron 30 años de Nevermind, la bomba que detonó Nirvana para hacer borrón y cuenta en el rock and roll mundial y en Argentina van a cumplirse 40 años de la aparición de Sumo, Soda y Los Redondos. Fue el último estallido. Pasó demasiado tiempo. Ya es hora de encontrar un lugar y, despacito pero sin pausa, empezar a juntar pólvora otra vez.