
10 Nov Secreto a voces
Entre todas las desigualdades que nos toca soportar a las mujeres, quizás la más extrema es la que nos expropia de nuestro propio cuerpo. Resulta ser que nuestro envase debiera estar siempre disponible para que los machos se sirvan de él a su antojo.
Voy a graficar con un simple ejemplo de la actualidad del mundo del espectáculo. Imagínate que estás trabajando como sonidista en un canal de televisión, cuando termina el programa viene un “expendedor de combustible espiritual” y te toca el culo. Esta escena tomada de la vida real, que transcurre en el ámbito laboral, nos persigue en el espacio público desde nuestra más tierna adolescencia (para quienes hemos tenido la fortuna de no ser violentadas durante la niñez).
Quizás no sea necesario abundar en detalles, pero a riesgo de perder unas líneas valiosas, voy a detallar una situación de lo más común. Vas viajando en un transporte público lleno de gente y de repente sentís una mano que toca tus partes íntimas de una forma que sabés que no es producto del amontonamiento, de una manera inadecuada. Seguramente tratás de correrte en el reducido espacio en el que estás, tratando de alejarte de esa intrusión y porque sabés que si se te ocurre quejarte vas a pasar un momento quizás peor. Ni hablar de cuando te APOYAN EL MIEMBRO VIRIL EN ALGUNA DE TUS PARTES ÍNTIMAS…
Si te animás a expresarte (sin siquiera saber de quién es esa mano) comienza una pequeña tragedia griega, en la cual los posibles dueños de esa mano (todos los hombres que te rodean) comienzan a cerrar filas para proteger al machito que se dio el gusto de tocarte. Varios escenarios son posibles: 1- el tipo es identificado y repudiado por el colectivo de personas que viajan en el transporte público, lo capturan y lo entregan a las fuerzas de seguridad; 2- el tipo no es identificado y se produce un silencio sepulcral 3- apuntamos a nuestro sospechoso (o simplemente lanzamos un grito al cielo) y este ser despreciable retruca “estás loca” comenzando una discusión en la que te sabés en inferioridad de condiciones pero no te resignás. En cualquiera de estos escenarios el tipo quizás zafa ocultándose en el anonimato de la multitud o devolviendo la acusación recargada, sin embargo la mujer, de mínima, pasa un momento horrible SIEMPRE.
Esta situación se repite miles de veces en nuestras vidas y recién hace un par de años nos animamos a hablar, a denunciar, a resistirnos a estos modos violentos de avasallamiento de nuestros cuerpos. El ejemplo de la sonidista terminó “bien” ya que el conductor fue despedido de ese canal, pero no tardó en dar su versión de los hechos en su programa radial: quiso saludar a su compañera de trabajo con un choque de manos que se desvió involuntariamente hacia sus partes íntimas. Entonces vendrían las defensas mediáticas de otros machos respecto de este conductor que apuntaban a la “envidia por su éxito”. Y luego comenzó a circular el secreto a voces, resulta que se sabía que este tipo tenía conductas abusivas con las mujeres que trabajaban con él: “Obvio”, agrego yo en alguna charla casual con algún interlocutor no muy avezado, que me responde con una pregunta ¿obvio? Sí viejo, OBVIO y ¿sabés por qué? Sin darle tiempo a responder le adelanto que el cuerpo de las mujeres, no es nuestro sino que está al servicio del macho. Y ahí mismo suele comenzar una discusión interminable que va tomando distintas formas cada vez. Se va disfrazando de clichés machistas en relación a nuestro cuerpo, a nuestro lugar en la sociedad, a nuestra función reproductiva en este mundo, etc. etc. etc.
Les resulta casi incomprensible la mayoría de las cosas que les digo, por eso empiezan a levantar el tono de voz, sin saber que esa misma discusión la he tenido miles de veces, quizás pensando que con cuatro gritos me van a hacer callar. Mientras voy elevando mi tono de voz pienso “pobre tipo piensa que sus gritos me van a apabullar” y la cosa se va poniendo cada vez más difícil, porque se va sumando gente que por lo general está del lado del macho. En algún momento termina la discusión cuando se aburren, cuando se dan cuenta de que sigo hablando, cuando no tienen más nada que decir o cuando les toco alguna fibra íntima: su madre, su hermana, su sobrina, su pareja, alguna mujer cercana. Esta herramienta suele ser la estocada final y aunque no me gusta usarla (porque no creo que haya que personalizarlo) es de lo más eficaz.
Volviendo al tema del conductor, creo que vamos avanzando muy lentamente, sin prisa pero sin pausa. Hoy en día “está mal visto” que estos episodios sucedan y resulta más fácil echar al conductor que pasar por alto la situación. Esto abre la caja de Pandora y comienzan a fluir relatos múltiples de otras mujeres que han pasado por algo similar, o que sabían que este tipo se maneja así. Al tiempo todo volverá a la normalidad, esto será una anécdota graciosa o quizás no…
Esa pequeña chance de hacer mella en el patriarcado es lo que me inspira. Es una lucha sin cuartel, una batalla que perdemos cada 18 horas cuando arrebatan la vida de una compañera en la que resulta ser la máxima expresión de esta idea de nuestros cuerpos como propiedad privada del macho.
Sigo tirando golpes al vacío desde mi trinchera y seguiré hasta que no vea caer al patriarcado, porque pienso que “lo imposible solo tarda un poco más”.
Cansa, sépanlo.