
05 May Réquiem argentino para el motor de la historia
“Nosotros no nos realizamos. Somos un abismo yendo hacia un abismo, un pozo que mira al Cielo.” Fernando Pessoa, Letanía[1]
Por: Maximiliano Pedranzini
desde Eldorado, Misiones
Escribía por el año 1963 el historiador británico Edward Palmer Thompson en su libro La formación de la clase obrera en Inglaterra, que “la clase obrera no surgió como el sol, en un momento determinado. Estuvo presente en su propia formación”; -y si la formación, como enuncia Thompson-, es “un proceso activo, que debe tanto a la acción como al condicionamiento”[ii], el efecto inverso representa exactamente lo mismo. La clase obrera en Argentina atraviesa un proceso de descomposición debido la destrucción sistemática de las fuentes de trabajo, y de su hábitat natural, que es la industria: no hay clase obrera si no hay industria; no hay clase trabajadora si no hay trabajo. Una verdad de Perogrullo, pero que es bueno recalcar de tanto en tanto.
Este fenómeno es transversal al mundo del trabajo cuya cultura se volvió a poner en peligro, como en la década de los 90, el 10 de diciembre de 2015 con la asunción de Mauricio Macri a la presidencia de la nación. La degradación de la vida material erosiona todo lazo de solidaridad y recrudece el cisma social que existe desde hace algunos años en nuestro país. Los personeros políticos y financieros de la clase dominante cristalizan el espíritu pragmático de este naufragio que atraviesa el movimiento obrero -cada vez más testimonial y menos combativo-, y fundamentalmente el trabajo como razón de ser de buena parte de esa humanidad que mora suelo argentino. El único triunfo posible que podemos vislumbrar en este período es la de un capitalismo de raíz exógena que opera con el fin de acumular capital a costa de la crisis económica que afecta a los sectores más desprotegidos. ¿En qué horizonte podemos confiar hoy? Distantes y menos prometedores, aguardan bajo una soledad semejante a la nuestra, enviando señales que cuesta descifrar.
Es difícil, sin embargo, volver a confiar en aquel futuro que nuestros padres y abuelos alguna vez creyeron. La historia presente -a la que algunos, desde Georg Winter y Wilhelm Bauer[iii] en adelante, le dan la denominación de “política”, a la que adscribo, por cierto- no se ajusta en lo absoluto a las expectativas racionales que todo ser humano tiene que es el de vivir con cierto grado de dignidad. Más bien es un valor que viene desapareciendo a medida que se pulveriza el empleo. Perdida toda expectativa en el aquí y ahora conquistada en el último decenio, la noción de trabajo queda supeditada a la mera retórica, y la retórica, como las hojas del otoño, se las lleva el viento.
La clase obrera aborrece por naturaleza a ese Leviatán ávido de poder y henchido de astucia que personifica el capitalismo que, influenciando sobre gobiernos y políticas de corte libremercadista para facilitar su propio crecimiento sacrificando la vida de millones de seres humanos, ataca sin distinción de género o franja etaria. “La muerte rosa”, en prosa del brillante André Breton:
Solos moldearán los ecos todos esos lugares que fueron
Y en la infinita vegetación transparente
Te pasearás con la velocidad
Que anima a las bestias del bosque
Mi despojo tal vez te rasguñarás
Sin verlos como uno se lanza sobre un arma flotante
Pues perteneceré a un vacío tal los tramos
De una escalera cuyo mecanismo se llama imposibilidad[iv]
El motor de la historia, sostenía Karl Marx, “es la lucha de clases”[v]. El nuestro, como todo motor, tiene engranajes que lo hacen funcionar. Uno de ellos está roto. El más importante de todos. El que lo hace funcionar, como en aquellas épocas de antaño donde la rebelión tenía el sagrado semblante de un porvenir siempre mejor. Quizá esté obsoleto. Inservible para hacer arrancar la máquina de la historia argentina. ¿Por qué? ¿Cuáles son las razones? ¿Qué es lo que tiene que pasar para que el engranaje que simboliza la clase obrera haga funcionar ese motor que significa la lucha de clases en Argentina y engendre la chispa que encienda el movimiento? Su mecanismo, como versa en el poema de Breton, está imposibilitado. Aunque aquí el autor está haciendo referencia a una escalera, tal vez para tocar el cielo. Una clase obrera que, más que lanzarse al asalto del cielo[vi] -como dijera hermosamente Marx-, se conforma con ser un pozo que lo mira sin inmutarse demasiado, tal como lo expresa el poeta portugués Fernando Pessoa en el epígrafe que da inicio a estas reflexiones que no hacen más que evocar un ápice de memoria en el aniversario por el día de los trabajadores que quedará, paradójicamente, para el olvido.
Las ambiciones del sujeto moderno de la burguesía capitalista persiguen un único objetivo sobre la faz de la tierra y son incompatibles de fondo con las de las clases trabajadoras. Jamás abrirán puntos de encuentros más allá de los establecidos por la relación capital y trabajo. El consenso se extingue entre dos actores cuyas aspiraciones se encuentran mediadas por fronteras sociales difíciles de pasar en el mundo de hoy. La redención prometeica por parte de la burguesía es una cándida quimera que muchos todavía se persignan en seguir creyendo y que parece inoxidable al paso del tiempo.
Y es cuando el escepticismo se apodera de un modo escalofriante de las generaciones presentes y futuras, y donde los proyectos políticos que se vuelven relatos metafísicos de algo que alguna vez pasó, o, peor aún, en utopías reaccionarias que encarnan las peores epidemias, entre la que se encuentra la hipoteca de todo un país cuyo principal deudor es el pueblo que una vez más se pondrá a prueba reafirmando su fe en esto que algunos siguen empeñados en llamar “democracia”.
Referencias:
[1] Fernando Pessoa, Libro del desasosiego de Bernardo Soáres, 1ª ed., traducción y edición de Manuel Moya, Baile del Sol, Tenerife, 2010, p. 65.
[ii] Cfr. Edward P. Thompson, La formación de la clase obrera en Inglaterra, 1ª ed., traducción de Elena Grau, Capitán Swing, Madrid, 2012, p. 27.
[iii] “La palabra ‘Política’ -escribe Wilhelm Bauer- comparte en alemán con la palara ‘Historia’ el doble sentido de una significación objetiva y otra subjetiva, en cuanto que se quiere entender por ella, no sólo la teoría de la acción política, sino la acción política misma. Por consiguiente, para que sea posible enjuiciar la relación entre Historia y Política se las debe reducir a un denominador común. (…) Georg Winter, ha examinado separadamente, del modo más agudo, ambas significaciones, va más allá cuando advierte: ‘La Historia es la Política del pasado; la Política, la Historia del presente.’ A ver. Si en la Argentina -siguiendo el razonamiento de Bauer-, hoy día, se lanza un plan de privatizaciones y, a partir de ello, comienza a producirse el deterioro del aparato productivo, este cambio de situación forma indudablemente un trozo de su historia, pero para su Política constituye todo lo más un supuesto. Política en sentido objetivo -asevera Bauer- es la suma de las acciones que se refieren a la configuración de la vida pública; Historia, por el contrario, significa algo más amplio, aquello que no incluye en sí solamente a los hombres creadores, activos, sino también a los inactivos”, en este caso a los excluidos y olvidados de la sociedad (Wilhelm Bauer, Introducción al estudio de la Historia, 4ª ed., traducción y notas de Luis G. de Valdeavellano, Bosch, Barcelona, 1970, p. 62. Las cursivas son nuestras).
[iv] André Breton, Poemas, selección y traducción de Armando Rojas, Trilce, Montevideo, 1992, p. 56.
[v] Así definen Karl Marx y Friedrich Engels la teoría de la lucha de clases como motor de la historia: “la historia de toda sociedad hasta nuestros días, es la historia de la lucha de clases, Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos, maestros y compañeros, en una palabra, opresores y oprimidos, han estado enfrentándose unos a otros en un constante antagonismo y mantenido una lucha ininterrumpida, ora disimulada, ora abierta, lucha que siempre ha terminado en una transformación revolucionaria de la sociedad entera, o en la destrucción de ambas clases en pugna.” (Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto Comunista. 1848-1948, edición del Centenario, traducción de Mauricio Amster, Babel, Santiago de Chile, 1948, pp. 3, 4)
[vi] K. Marx, carta a Ludwig Kugelmann, Londres, 12 de abril de 1871 en Cartas a Kugelmann, traducción de Giannina Bertarelli, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p. 208.