Repensando nuestras prácticas y estrategias para acabar con el hambre

¿Necesitamos nuevos proyectos o mejorar críticamente los que tenemos?

En el último número de Huellas Suburbanas hablamos del hambre, de sus causas, de sus manifestaciones, de la ofensa a la vida, a la dignidad y a las relaciones humanas que implica la situación de que millones de personas no accedan a una alimentación digna y suficiente de acuerdo a los requerimientos corporales, a nuestros gustos y a cada cultura.

Decíamos allí que desde proyectos planificados y ejecutados tanto a nivel nacional como  provincial y municipal, llevados a cabo por instituciones del Estado, y no gubernamentales, intentamos generar acciones ya para erradicar el hambre, como para paliar, a partir de la autoproducción de alimentos, sus consecuencias. Las pruebas se hallan a la vista, las personas y familias con hambre se han multiplicado. ¿Fallamos? ¿En qué? ¿Por qué? ¿Las causas fueron internas?  ¿O fenómenos externos se interpusieron en nuestros caminos?

No alcanzamos los objetivos. Debemos reconocerlo tanto los tomadores de decisiones como aquellos que mediante la ejecución de diferentes actividades hemos llevado a la práctica, en cada territorio, estos proyectos. No hacerlo implicaría hacer las mismas cosas esperando vanamente resultados distintos.

¿En que nos hemos equivocado? ¿En el diagnóstico? ¿En la determinación de objetivos? ¿En la selección y puesta en juego de las actividades? ¿En la evaluación? ¿En todo al mismo tiempo?

Hacer un buen diagnóstico, aunque necesario, no es suficiente para generar adecuados proyectos que posibiliten alcanzar los objetivos planteados. Esto implica contar con adecuados marcos de análisis, seleccionar los mejores métodos y herramientas y sobre todo saber aplicarlos de manera adecuada en cada territorio. El diagnóstico debe permitirnos conocer los problemas y las necesidades relacionadas con el hambre, así como las verdaderas causas, es decir todos los factores directos, junto a aquellos que pueden condicionar el acceso a una alimentación digna  y continua a lo largo del tiempo. Conocer para actuar, conocer los factores para removerlos, es decir, conocer la realidad para transformarla. Del diagnóstico deben derivar objetivos concretos, cumplibles, claros, y en relación al tiempo, de corto, mediano y largo plazo.

Una de las fases de cada proyecto más importante, es la selección y puesta en práctica de las actividades relacionadas con los objetivos, y con el diagnóstico. A lo largo de estos últimos años desplegamos una serie de actividades muchas veces inconexas, superpuestas, no adecuadas al contexto social, económico, ambiental y sobremanera cultural donde se asientan las familias potencialmente “beneficiarias” de los proyectos.

Hemos entregado semillas no adaptadas para la alimentación de las personas, semillas no adaptadas al suelo y clima de cada territorio. Hemos entregado frutales y pollos a familias que no contaban con las mínimas condiciones para poder cuidarlos, con conocimientos mínimos, sin tiempo para realizar las prácticas e instalaciones propicias. Hemos convertido a los insumos, por ejemplo, semillas y gallinas, en objetos de deseo, en mercaderías fetiches, donde cada familia, también técnicos y funcionarios, pujamos por atesorarlos, aunque después no sepamos, no podamos, no queramos utilizarlos.

Reconozco el gran esfuerzo realizados por miles de técnicos de diferentes programas a lo largo del país, reconozco las miles de capacitaciones, charlas, discusiones, demostraciones realizadas, pero evidentemente no alcanzó: entonces es desde allí desde donde se hace imprescindible una discusión amplia de las estrategias puestas en juego y de las tareas llevadas a cabo.

Por último, deberemos repensar quienes, y como se hacen las evaluaciones, tanto del proceso como las finales de cada proyecto. ¿Hemos escogido las mejores herramientas e indicadores? ¿Hemos sido capaces de ser críticos de las acciones realizadas y de los resultados planteados? ¿Hemos podido realizar evaluaciones independientes, abiertas, objetivas? Francamente, creo que en muchos proyectos sí, pero que en otros no hemos podido ser lo suficientemente críticos. Tomando a la crítica como una posible herramienta y fuente de datos para mejorar y ser más eficientes con el tiempo dedicado por los actores sociales -aunque para muchos parezca una mala endemoniada-  y con el dinero de los contribuyentes.

La autoproducción puede constituirse en una adecuada estrategia para obtener alimentos abundantes, sanos, de alta calidad intrínseca. La siembra de hortalizas, el cultivo de frutales, la cría de animales junto con la recolección y caza son prácticas que la humanidad ha realizado desde que peregrinamos en la tierra, pero debemos repensar juntos las condiciones naturales, los bienes, las tecnologías, los conocimientos, las prácticas y actitudes individuales y grupales que pueden posibilitarlo.

Las huertas y granjas familiares, escolares y comunitarias se constituyen en un satisfactorio sinérgico de necesidades; brindan alimento, hermosean nuestra casa, nos ayudan a mitigar el cambio climático, brindan trabajo, nos permiten desarrollar nuestra creatividad y talentos, etc. Entonces debemos repensar los planes, proyectos y programas para consolidarlo.

En primer lugar, debemos pensar en el espacio; el terreno, el territorio, la tierra, el suelo donde realizaremos las huertas y granjas, y si bien se piensa que siempre hay espacio, los procesos de concentración y encarecimiento de la tierra de los últimos años, más en zonas periurbanas, implica que cada metro de las viviendas sea ocupado por más de dos generaciones de miembros de las familias. Debemos repensar en ocupar terrenos públicos para lograrlo, los terrenos de instituciones, los costados de las vías, por dar ejemplos concretos, pueden ayudarnos.

Dentro de los bienes, el suelo es fundamental, y si bien en muchos casos producto de la urbanización y uso de la mejor tierra para hacer ladrillos, los suelos han sido “decapitados” es posible mejorarlos mediante la confección de abonos. Aquí también aparece la posibilidad de reutilizar los desperdicios que se producen en cada casa, barrio, comunidad. Los desperdicios se transforman en alimentos. Hacer abonos implica insumos, conocimientos, tiempo, prácticas, paciencia y ayudar a la naturaleza en sus procesos naturales.

El suelo, el agua, las semillas, las herramientas son imprescindibles para el desarrollo de las actividades, pero insuficientes si no somos capaces de conjugarlos de manera adecuada con nuestro trabajo,  así el Nano Serrat nos dice “todo está listo, el agua, el sol y el barro… pero si falta usted no habrá milagro”. Allí esta lo esencial, el despliegue de nuestras potencialidades, de nuestras capacidades, de valernos por nosotros mismos. De conjugar factores, bienes, tecnologías con nuestros conocimientos y prácticas. No es fácil, ni difícil, hacer una huerta, criar animales, cultivar frutales. Todo depende de nuestros conocimientos y allí también debemos actuar. Necesitamos intercambiar saberes, ideas, dudas, repensar prácticas y acciones, re-aprender para crecer. Conocer cultivos junto a fechas, distancias, profundidades de siembra, sobre abonos, sobre insectos, hongos y su manejo integral puede parecer una tarea inacabable, pero que se puede transformar no sólo en algo ameno y reconfortante si media la obtención de nuestros propios alimentos.

No hay nada más gratificante que producir nuestra propia comida, nos hace libres, nos integra a la naturaleza y a nuestra comunidad. En este momento de crisis alimentaria se hace necesario fomentar las estrategias y prácticas que nos permitan lograr la autonomía y la soberanía  alimentaria, pero primero debemos  rever lo realizado, repensar nuestras prácticas y acciones, criticarnos, mejorar, enriquecernos. Si solo hacemos lo mismo, volveremos a repetir los mismos errores sin alcanzar los objetivos que nos plantemos.

Javier Souza Casadinho
javier@huellas-suburbanas.info