RECUERDOS DEL CRUCERO Y DE LAS ISLAS…

Madre, me voy a la isla,

No sé contra quién pelear,

Tal vez luche o me resista

O tal vez me muera allá

Creo que hace mucho frío, por acá

Hay más miedos como el mío en la ciudad

(Alejandro Lerner “La isla de la buena memoria”)

A Juani, que pudo regresar, y a los 323 marinos que surcarán las aguas del Atlántico Sur hasta el fin de sus días.

Con Juani nos conocíamos desde hacía un par de años. Ambos sabíamos que había un tema que de algún modo nos unía, pero que no nos animábamos a tocar.  Pero en un lejano mayo del ochenta y tantos, esa charla que nos debíamos salió en el estudio de la FM Suburbana.  Y en estos tiempos de desmemorias, en que se cumplen 40 años de ese evento que nos sigue convocando, quise rescatarla en estas líneas.

 Juani era colimba en la Armada y lo que sentía durante aquellos sucesos era “un poco el patriotismo o algo así, algo confuso.  Pensaba en que iba a ir a una guerra, sin tener conciencia de lo que era eso. De cómo era una guerra”.  Pero, una vez que terminaron con el alistamiento del barco, salieron hacia las aguas del sur.

   “Esa madrugada del 2 de mayo, entramos en la zona de exclusión, por lo menos, así nos lo comentaron. Estábamos en nuestros puestos de combate, pero alrededor de las diez de la mañana, salimos de la zona y nos dieron franco por el resto del día.  Por supuesto, a bordo de la nave”.

“Ese día comenzamos a recibir noticias de que Malvinas estaba bajo fuego aéreo enemigo, y además, alrededor de las seis de la tarde siempre funcionaba a través de los intercomunicadores del barco, una radio que nos acercaba información y trataba de darnos tranquilidad.  Teníamos la orden de tener la ropa de abrigo y el salvavidas a mano, por si nos atacaban”.

“La jornada transcurría normalmente, estábamos tranquilos y muy cansados, especialmente los que trabajábamos y hacíamos guardias en la sala de máquinas: seis horas de trabajo y seis de descanso. Yo me había levantado para retomar la guardia; estaba parado frente al cofre donde guardábamos la ropa, cuando de repente, se oye un inmenso estruendo, como que se rompen vidrios, cosas. Tuve la sensación de que el barco se levantaba hacia un costado y volvía a caer (el buque tenía 183 metros de eslora -largo-, era un buque grande). Caigo al piso, otros chicos caen de las literas, y se corta completamente la luz, anochecía pese a que eran las cuatro de la tarde”.

“En ese instante sentí que todos corrían hacia las cubiertas superiores, hacia los puestos de combate o abandono.  Yo, por supuesto, fui al de abandono.  Por suerte no era más tarde, con noche totalmente cerrada, donde no se ve absolutamente nada, porque si no creo que nos quedábamos todos allí…  Yo todavía pensaba que se había roto un generador, ni me imaginaba lo que en realidad había sucedido.”

“En el puesto de abandono comienzo a darme cuenta de la realidad: el crucero estaba bastante escorado – inclinado –  En ese momento salió el comandante y con un megáfono explicó lo que pasaba: un torpedo había pegado en popa, dos o tres metros detrás del blindaje de las máquinas, quebrando la línea de eje de los motores. Penetró y explotó adentro, rompiendo todo. El crucero estaba totalmente paralizado, con los tableros de energía destruidos, con los mamparos incandescentes…  Lamentablemente, los muchachos que estaban en la sala de máquinas, se imaginan, ¿no?”

 Luego de unos instantes de congoja, Juani retoma el relato: “algunos pasaban semidesnudos, con la ropa en la mano, pese al frío. El comandante dijo que íbamos a esperar un poco, hasta saber si la gente de Control de Averías, podía convertir en estanco el lugar por donde había penetrado el torpedo.  En muy poco tiempo se comprobó que eso era imposible y dio la orden de abandono.  Además, nos enteramos de que otro torpedo nos había pegado, aunque sin causar tanto daño”.

“Arrojamos al agua el barril que contenía la balsa salvavidas y accionamos la soga que la inflaba. Comencé a descender desde la parte más alta, la más alejada del agua, hasta una corza que sobresalía y desde allí salté sobre el techo de la balsa.  En realidad mi balsa había sido alejada por la corriente y caí sobre otra; de errar en el salto y caer a las heladas aguas, solo te daban un margen de sobrevida de tres a cuatro minutos”.

“Éramos diecisiete personas a bordo, la balsa tenía capacidad para veinte, y en casos extremos para el doble de gente.   Desde el interior de la misma vimos que casi no quedaba gente en las cubiertas, salvo el comandante que fue el último en abandonar la nave.”…

“Todavía estábamos atados al buque; un muchacho (los rangos se habían caído al agua) tenía una navaja y cortó la soga para evitar que el barco nos arrastrara al hundirse.”

“Remábamos con fuerza, a través de dos pequeñas ventanillas (la balsa era cerrada como una carpa), pero la marea parecía acercarnos nuevamente al barco.  Por suerte, éste se portó bien hasta último momento, ya que el agua fue penetrando por el lado que estaba escorado y, al hundirse, no succionó o arrastró con la fuerza que se esperaba.”

“Estábamos a la buena de Dios, esperando que los dos barcos que siempre iban con nosotros se hubiesen enterado de lo que había pasado.  El crucero A.R.A. General Belgrano no tenía sonar para captar submarinos…”

“Nos hallábamos algo decaídos, ya asumiendo lo que pasaba, en medio de un mar embravecido con olas que parecían querer partirnos al medio. Durante las primeras veinticuatro horas no había que consumir alimentos ni beber líquidos; la balsa tenía elementos de pesca, un bidón de cinco litros de agua, medicamentos, caramelos con vitaminas y pastillas para el mareo. Nos calentábamos con nuestra propia orina…; esa noche creímos divisar un barco.”

“Pasamos toda la noche en medio del frío, tratando de sacar el agua que entraba en la balsa, pero estábamos tranquilos porque distinguíamos las luces de las otras balsas”.

“Luego de pasar las veinticuatro horas recomendadas para estos casos, bebimos algo de agua y comimos algunos caramelos.  Alrededor de las tres de la tarde nos sobrevoló un avión y le hicimos señales con un espejo y arrojando un tinte especial a las aguas.  Al anochecer vimos un barco que comenzó a levantar gente de las balsas”.

“El martes por la mañana, el buque que habíamos avistado la noche anterior puso proa hacia nosotros, se arrimó y nos rescató.  Ya a bordo, nos dieron algo de ropa seca y alimentos calientes.  El barco se dirigió al puerto de Ushuaia, que era el más cercano.  Desde allí nos trasladaron en avión hasta la Base Naval Puerto Belgrano”.

“Cuando llegamos nos recibieron como héroes, nos abrazaban…  aunque yo no me sentía tan así.  Es que eran muchos los que no estaban, los que habían quedado a bordo, acompañando ese, el último viaje del Crucero A.R.A. General Belgrano…”

Juan Carlos Dennin
juancarlos@huellas-suburbanas.info