Procesos y cambios en la estructura agraria argentina y el rol de las políticas públicas

La producción agraria en Argentina se halla inmersa en una serie de procesos que la contienen, limitan y que han originado profundos cambios en la estructura de tenencia de la tierra, en la estructura económico-productiva y por ende en la estructura social en especial sobre los actores sociales, en sus relaciones y articulaciones.

Desde los años ’50 se inicia un proceso que algunos denominan de “modernización”, otros de “revolución Verde” pero que sería más apropiado llamar “Expansión de los monocultivos y sus paquetes tecnológicos”. Como características fundamentales de este proceso se destacan el reemplazo de las simientes autóctonas por semillas híbridas y “mejoradas”, la utilización de insecticidas sintéticos, herbicidas y fertilizantes químicos, muchos de ellos derivados del petróleo. Estos cambios dieron origen a otros procesos; por un lado, se intensifica la demanda de capital para la adquisición de estos insumos externos y por otro se inicia un período de agriculturización, en el cual se van abandonando paulatinamente las rotaciones agrícola -ganadera siendo reemplazadas por una canasta cada vez más pequeña de cultivos.   Desde entonces se visualizan los efectos de estas estrategias, practicas productivas y tecnologías utilizadas sobre los bienes comunes naturales; procesos de degradación de los suelos, contaminación de las aguas y pérdida de biodiversidad natural y cultivada.

Estos procesos, y sus consecuencias, se fueron intensificando en el tiempo al compás de las políticas públicas y las propias decisiones de los productores, pero indudablemente los cambios se profundizan con la autorización del primer cultivo transgénico en Argentina, la soja resistente al glifosato, en el año 1996 que sumada al incremento en la demanda por parte de China e India determinan una fuerte ampliación de la superficie de este cultivo. Los monocultivos son insustentables desde la misma base dado que no reproducen las condiciones para su propia existencia.   Por un lado, al restituir o aportar pocos restos orgánicos al suelo la cantidad de materia orgánica disminuye, y con ello se modifican sus características químicas, físicas y biológicas; al disminuir la fertilidad se aplican cada vez más fertilizantes químicos. De la misma manera al reducirse la diversidad, natural y cultivada, se restringen las relaciones intraespecíficas entre insectos, por ejemplo, entre parásitos y predadores, haciendo a la actividad agrícola más demandante de insecticidas sintéticos. Por último, para destacar la expansión en la utilización de herbicidas fruto de la conjunción de los monocultivos, los modos de laboreo del suelo y fundamentalmente la aplicación permanente de las mismas formulaciones tóxicas.

Lo dicho anteriormente da paso a otros procesos con consecuencias socioambientales. El reemplazo de los flujos , relaciones y ciclos naturales por insecticidas y fertilizantes químicos  ha determinado, por un lado, un encarecimiento de la producción, por ejemplo en el trigo se pasa de un costo de implantación de 100 dólares por ha a cerca de 400 dólares por ha en los últimos 20 años, por otro lado la continua demanda de insumos externos hace a la agricultura más dependiente de otras actividades, como la petroquímica, de la cual requiere fertilizantes, de las industrias químicas y semilleras que aportan plaguicidas y simientes modificadas genéticamente. A su vez la agricultura toma rasgos y tiempos de otras actividades como la especulación de las actividades financieras y los ritmos productivos de la industria, se toma al suelo como una línea de montaje e incluso se intenta independizarlo del clima.

El incremento en el uso de agrotóxicos derivado de la instrumentación de prácticas agrícolas insustentables ha determinado la pérdida de diversidad biológica, la contaminación de los bienes naturales e intoxicaciones agudas y crónicas de la población expuesta; trabajadores y productores agrarios, comunidades periurbanas y consumidores que habitan ámbitos rurales y urbanos.

Comenzamos esta nota hablando de las características de la estructura agraria argentina y de los cambios entrelazados, profundos y dolientes de los últimos años. Estos cambios no son espontáneos, muy por el contrario, como ya lo mencionamos, se originan en procesos de distinta índole que a su vez se relacionan tanto con modificaciones externas al país, como con las políticas públicas internas. Esto hay que tenerlo claro, las modificaciones en la tenencia de la tierra tanto en su concentración -cada vez más tierra en menos manos- la expansión del arrendamiento, la pérdida de tierras y la migración de campesinos, el auge de la soja, la expansión en el uso de agrotóxicos, la contaminación del agua y la intoxicación de seres humanos todo está relacionado con las políticas públicas. En efecto, las políticas arancelarias, las tecnológicas, las alimentarias, las educativas, las de extensión y comunicación, las cambiarias, las crediticias y las (des)políticas de tierras han incidido en la manifestación y profundización de aquello que vemos, sentimos, sufrimos y padecemos hoy.

Más allá que en la actualidad se registran cambios, por ejemplo a partir de la adopción de modos de producción, estrategias y prácticas agroecológicas, junto a la organización de los productores, se requiere de la decisión política de llevar adelante profundas modificaciones   no sólo para revertir los procesos descriptos sino para que la agricultura vuelva a ser una actividad viable económicamente, respetuosa del ambiente, demandante de trabajo, creativa y placentera  y además productora de alimentos sanos y accesibles para todos /as.