Precarización sangrienta

Una acuarela urbana (y conurbana… y demás etcéteras): Hace un rato, oh vida a ritmos indeseados, tuve que apelar a un pedido por delivery. Bien, nada fuera de lo común. Hasta ahí, dentro de los cánones más o menos normales. Pero lo que viene es el golpe de escena.

Llega el repartidor, trabajador para múltiples firmas y restaurantes de la zona. En este caso, para uno ubicado bien en pleno centro comercial de Morón. Omitiremos su nombre para no comprometer al joven laburante precarizado.

Como decía, llega el repartidor, rengueando, con una rodilla literalmente emanando sangre, un codo también lastimado. Todo magullado, dirían los más mayorcitos. Deja a un costado de la entrada a mi casa el pedido, no lo entrega en mano para limitar al máximo el contacto conmigo, pero no puedo evitar preguntarle qué le ha sucedido. A lo que el joven me confiesa que lo chocaron, concretamente salió despedido por el aire, aterrizó contra el asfalto y de ahí, la resultante de todos los magullones visibles.

Le indiqué que debía hacerse ver de inmediato con un médico y, de mínima, tenían que hacerle algunas placas. Me respondió en tono evasivo “si… podría ser…”. La respuesta consabida cuando el interlocutor no quiere, no puede o teme ausentarse del laburo para tales requerimientos clínicos.

Inmediatamente profundicé la cuestión, y le pregunté si había hablado con los responsables del restaurante para el cual estaba efectuando esos repartos, y por cierto que me dijo que sí, que de hecho, el accidente lo había tenido antes del mediodía, así que ya llevaba unas 3 horas manejando y repartiendo delivery así, sangrando para mayor literalidad. Ergo, sus no-patrones, aún viéndolo en tales condiciones, carecieron de gesto alguno para que este muchacho pueda retirarse e ir a hacerse ver por un profesional médico, sin que ello le acarree perderse los pocos mangos que seguramente espera y precisa ganarse durante el resto de esta jornada.

Un restaurante que la junta con pala. Dato no menor.

Un laburante precarizado que tuvo que elegir continuar trabajando, rengo y sangrante, quizás por todo el resto de esta jornada. Y mañana… mañana sólo Dios sabrá cómo le caerán los dados para el devenir de este chico.

Y así como él… quién sabe cuántas realidades más, idénticas o muy parecidas. La realidad que hemos sabido construir, en conjunto y sin cruzarnos culpas unos a otros. Jóvenes pobres que se ven obligados a estropearse la salud por dos mangos.

El resto de la cháchara, justificaciones de ocasión o lamentos a destiempo, se los dejamos para los inteligentes analistas de superestructuras nuestros de cada día.

Daniel Chaves
dafachaves@gmail.com