
17 Jun Prácticas educativas en el contexto de la virtualidad ¿nada se aprende?
Por: Prof. Eduardo Marcelo Soria
Como pasa en una gran cantidad de situaciones de la vida cotidiana, las generalizaciones que son producto de ciertas observaciones sirven de poco. Concuerdan, en gran medida, con una mirada sesgada que cristaliza certezas y que da por sentada una verdad irrefutable.Tienen que ver con una percepción personal que puede no ser compartida. De poco sirven esas formulaciones cuando se intentan abrir caminos con los dispositivos disponibles en contextos problemáticos. Así, en este tiempo de pandemia, la virtualidad ha sido un objeto analizado muy rápidamente desde distintos ángulos y, quizá, la conspiración que inicialmente cargó con el origen del virus haya pasado ahora a la conexión virtual en su empeño por enseñar a niños y adolescentes. Parte de esa supuesta conspiración extrema fue traducida en una terminante negativa de que los estudiantes puedan aprender en este formato de conexión poco o nada de los contenidos escolares.
Me permito preguntarme ¿Nada se aprende en la virtualidad? O, ¿Existe la posibilidad de que algo se aprenda en la conexión virtual? Debo decir que juego como local en la búsqueda de una respuesta y considero que esas respuestas afirmativas de movida no serían más que una nueva generalización empírica y optimista. Del mismo modo, cabe recordar lo que no hace mucho se preguntaban muchos ¿Aprenden los contenidos quienes van todos los días a la escuela? Siempre tenemos la necesidad de volver al ser dador de respuestas sobre aquello que no está resuelto.
Entonces, intentemos superar la antinomia y pensemos que la virtualidad estaba en la escuela como recurso y cuyo uso era discrecional. Hoy toma un carácter imperativo y debiera movernos a reflexionar acerca de sus implicancias, mucho más que antes. Al menos, no podemos negar su existencia. Nos convoca, en tanto educadores y nos conmina a pensar cómo resolver en la vía remota.
Digamos que la educación es una acción esencialmente social, vincula a las personas a un objeto de conocimiento, también en la virtualidad con un vínculo mediatizado. Ambos son puntas del mismo asunto.
No resulta errónea la suposición aquella de que cuando hay necesidad e intencionalidad de educar se toman decisiones pedagógicas que aprovechan una diversidad de soportes y formatos para recomponer ese vínculo en condiciones remotas. He aquí la irresistible tarea de educar en contextos no áulicos y favorecer que aquello que sabemos transcurra con o sin transformador y que el hecho educativo ocurra. Así, quizás podamos hacer realidad aquello de que un hombre autónomo debe tomar decisiones y ser responsable por ello, es decir hacerse cargo de sus consecuencias. El estudiante, como ideal de persona autónoma, deberá mostrar su juego entrando en este juego y así demostrar cuánto pudo aprender o no.
En estas posibilidades que imponen los tiempos que corren, la realidad exhibe una serie de temores atendibles. Está clara la preocupación de muchos educadores al dejar a quienes se educan en un marco de libertad, para que el otro sienta la necesidad de aprender. Otra de las preocupaciones radica en la recomposición que los Estados hagan de la educación, tal como viene concibiéndose en los tiempos de cambio. Lo laboral, la obligación, la prioridad pasan a ser condiciones relativas en este contexto.
La esfera de las tentaciones hace a la libertad de los humanos en su búsqueda de aquello que quieran ser. Es lícito desconfiar y, también, pensar que se aprende aún en la virtualidad, sin embargo, lo que se destapa es una gama de problemas irresueltos que lo remoto no logra solucionar.