Para partir los partidos políticos

Gentileza www.lapatriadaweb.com.ar

Las coaliciones se degluten los partidos políticos y sus dirigentes, constituidos en el lazo vivo con los militantes, son impugnados por el sondeo. Como commodities, los candidatos se ofrecen en góndolas a precios accesibles, y no tanto, o también se producen ondemand.

Fue. Kaput. Hagan la misa de réquiem para el Sistema de Partidos Políticos de la Argentina. Reformen, o modifiquen, o deroguen los artículos 38, 54, 77 y 99 inciso 3 de la Constitución Nacional. Cierren las unidades básicas, los comités, los locales de las distintas facciones de la izquierda glamorosa y abran centros culturales capaces de contener músicos de folklore jazz fusión y de cumbia barroco electrónica. Las PASO (esa mala copia de las Primarias y los Caucus de EEUU) han logrado su objetivo último: implosionar a los Partidos Políticos.

Vivimos tiempos de Alianzas, Encuentros, Coaliciones, Frentes, Acuerdos, Uniones, Ligas, Pactos, Espacios y todo el resto de sinónimos aplicables a esta idea de juntar varias líneas internas de lo que alguna vez fueron los partidos políticos y lanzarlas bajo una denominación rimbombante y abarcativa, tarea que, por supuesto, dejan al marquetinero de turno.

Los motivos son varios. Casi todos muy (demasiado diría) evidentes. El primero, comercial: los partidos tienen dirigentes y los dirigentes -salvando algunas detestables excepciones- no son comprables. Tienen un compromiso con el votante, con la base, con las mujeres y los hombres que se entregan a su conducción. En la felicidad de ese pueblo reside la fortaleza política, el poder del dirigente. Y, además, una antigualla: la lealtad de dos vías.

Las alianzas, coaliciones o equivalentes no pueden tener un dirigente porque cada grupo o facción que las conforme tiene una o varias cabezas -y agarrate con los egos-. Por eso lo más adecuado es que, quienes los representen, sean candidatos. Y los candidatos son comprables. No tienen valor, pero tienen precio. Es más, están en una especie de mesa de saldos y retazos electorales: los poderosos pasan por ahí, y eligen.

¿No creen? Miren hacia el Llao-Llao, donde los candidatos de la derecha light, la regular y la brutal desfilaron esta semana para que los personeros del ya mítico Círculo Rojo les tomasen examen. A los dirigentes los aprueba el pueblo; a los candidatos, los que les van a financiar la campaña.

Otro porqué: el Mercado hace ya mucho tiempo que intenta que el Estado deje de financiar la política, acaso para transformarse en la única fuente de financiamiento. Asistimos a remanidas operaciones mediáticas respecto de “¿Cuánto Cuesta un Diputado?”, a verdaderos aprietes para terminar con jubilaciones de privilegio o cualquier otro tipo de cuestión que consideren una prebenda; a sesudas críticas por los viáticos, los viajes, los contratos… Todos temas que tiene que ver con el “gasto” que el Mercado le achaca al Estado sin reconocer ni blanquear que es mucho más lo que se gasta en subsidios, créditos blandos y otros beneficios a empresarios “para que crezca el país”. Cínicos.

Finalmente: “Los partidos políticos son una realidad histórica bastante reciente. Su aparición se encuentra ligada al surgimiento de la democracia moderna”, define, en su inicio, un capítulo del libro Partidos Políticos, Democracia y Cambio Social, que firman José Felix Tezanos y César Luena López de la Universidad de México. Y allí, el tercer y quizá, más importante motivo: esta democracia mediatizada, lábil, lisiada, jaqueada, de una intensidad que alterna entre baja y nula, opone una única resistencia: los partidos políticos. Muros articulados de una organización que vence al tiempo y resiste frente a las veleidades posmodernas, los rítmicos ataques financieros y la promesa de una complacencia en continuado.

Donde el Mercado pone empleo no registrado, los partidos ponen trabajo; donde impulsa consumo, los partidos proponen ahorro; donde juega el dios satisfacción, los partidos articulan amor y solidaridad.

Por eso hay que terminar definitivamente con los partidos (y lo están consiguiendo). Para que en las neo-democracias, “el pueblo no delibere ni gobierne, salvo por medio de sus representantes”. Sí, “sus” representantes, o mejor, sus empleados. Los de ellos. Los que han resuelto fundir el metal resistente de la única herramienta para la producción de equilibrio y cambios en la realidad social: la política.

Carlos Caramello
carlos.caramello@huellas-suburbanas.info