PANDEMIA, CUARENTENA, SOLIDARIDAD Y LOS CASI CAPPELETTIS DE MI VIEJA

A raíz del largo período de permanencia intramuros, que obligado y convencido debo realizar, como muchos de los habitantes de este mundo, descubrí, o mejor dicho puse en práctica un valor solidario. Prestarle más atención a las necesidades de los vecinos más cercanos. A saber, una señora mayor que vive sola en el dúplex de la derecha y un matrimonio mayor que viven juntos en el de la izquierda.

Los primeros días de abril, habiendo ya limpiado la casa, arreglado objetos varios, cortado el pasto del fondo más el muro vivo poblado de enredaderas y jazmines. Habiendo realizado trabajos varios en todas las macetas, habiendo removido la tierra, agregado fertilizantes naturales y de los otros, habiendo combatido las hormigas y habiendo puesto el piso de jardín, necesario para que crezca el pasto en los lugares que las perras lo han dañado, me dispuse a hacer un asado, para tres. Tarea que detesto. Realizar un despliegue extraordinario para pocos comensales. Pues entonces, ¿Qué se me ocurrió? Para compensar, le avise a la señora mayor del dúplex de la derecha, que iba a hacer un asado. La invité a poner sobre mi parrilla su carne y compartir a través del muro, ella en su casa y nosotros en la nuestra, por el covid19, la experiencia del asado compartido en cuarentena. Salió así, y me hizo sentir bien. María Elena, agradeció, más de una vez.

Otro día estaba desayunando, alrededor de las 9 de la mañana. Escucho el timbre del dúplex de la izquierda, donde vive el matrimonio mayor. Infructuosamente un señor, que aparentemente estaba de paso, trataba de llamar la atención de Susana y Rubén, con timbrazos. Pero ellos, ahora en esta normalidad de cuarentena, se acuestan bastante más tarde, y por consiguiente se levantan también tarde. Por ello, no escuchaban el llamado. No había esperanzas que oyeran el timbre. Por ello me acerqué a la reja y le pregunté, solidariamente, si quería dejarles algo a sus suegros, quienes aún dormían. Daniel, que así se llama, me dio un paquete de tapas para empanaditas de copetín, que Susana le habría encargado. Dos o tres horas después, cuando noté a mis vecinos levantados, realicé la entrega. La señora sorprendida, y no sabiendo cómo darme las gracias, me contó que esa masa la utilizaba para hacer pasta rellena. Del tipo Cappellettis.

Esta última experiencia me hizo conectar con mi infancia, cuando mi viejita, que hoy tiene ya ochenta y ocho primaveras encima, nos hacía a toda la familia los cappellettis. Además del relleno, ella hacía también la masa casera. Ahora ya no cocina, casi no puede estar parada por mucho tiempo. Tampoco le responderían las manos, cuyos dedos poblados de artrosis le impedirían hacer fuerza o apretar la masa para sellar la pasta, como hacía antes. Los cappellettis caseros se hacen uno por uno. No conozco máquinas hogareñas que lo hagan. Me vino, pues, una tremenda nostalgia de aquella experiencia culinaria. Pasta casera con tuco y estofado hecha por la mamma. Cuando fui a hacer compras, busqué esas tapitas en las heladeras del súper chino de mi barrio. Aunque no son muy habituales. las encontré. Por eso el yerno de Susana y Rubén se las conseguía en un negocio de su barrio. Creo que vive en Castelar.

Me dispuse a devolverle a mi vieja, algo de todo lo que ella se esforzó para criarnos a mí y a mi hermano. Papá murió cuando yo tenía once y Osvaldo nueve. Por haber estado atento a las necesidades de mis vecinos, tengo ahora la oportunidad de alegrarle estos días aciagos de encierro a mi viejita con “casi” cappellettis. No son los mismos. Que doña Ana hacía, yo no hago la masa. Compro las tapitas en el chino. Pero ella los come igual durante la semana. No sé si nota que la masa es comprada. Si así fuera, lo disimula. Nunca se olvida, aunque muchas cosas sí se le olvidan, de contarme que comió los cappellettis que ahora yo le hago a ella y que estaban “RIQUISIMOS”!

Hubo gente que me dijo: “Todo lo que das vuelve”. Es este el caso. Fue así.

Me volvieron, como regalo, muchas sonrisas de mi madre agradecida porque le llevo lo que le gusta comer y ya no puede hacer por ella misma.

Roberto Coluccio
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