
20 May Palestina y la deformación de la verdad
El mes de mayo se vio sacudido nuevamente por la convulsionada situación en Medio Oriente. En muchas ocasiones hay que bucear en el tiempo, para tratar de encontrar una perspectiva que nos acerque a la comprensión de tan laberíntico contexto. En la actualidad todo se ha “simplificado”. Desde los medios siempre ponen el acento en que los palestinos son “terroristas” que atacan a Israel, que es un estado “democrático” consolidado.
Si recorremos los tiempos hasta llegar a 1948 podemos encontrar indicios de lo que aún hoy está ocurriendo. El 15 de mayo de ese año terminaba oficialmente el mandato británico sobre la Palestina otomana, territorio ocupado al finalizar la Primera Guerra Mundial. El día 14 se había proclamado la independencia y el establecimiento del Estado de Israel según las fronteras delineadas por el plan de partición diseñado por la ONU en 1947.
El día siguiente de aquel 15 de mayo, se transformó en un día de luto nacional entre los palestinos, en que se evoca la Nakba (Día de la Catástrofe). Se conmemora la expulsión o huida de gran parte de la población palestina de sus hogares como consecuencia del nacimiento del Estado de Israel. Ese nuevo estado se instaló sobre un territorio que ya tenía sus propios habitantes.
Antes y durante la guerra árabe-israelí de 1948 (los países árabes no reconocieron ese nuevo estado), más de 700.000 palestinos (unos dos tercios de la población total) huyeron o fueron expulsados de sus tierras en la Palestina histórica, ante el avance de las tropas judías, mientras que cientos de pueblos y ciudades palestinos fueron despoblados y arrasados.
Pero lo que pareció ser una resultante de esa guerra, la Nakba, no fue tal. Fue el desarrollo de un plan diseñado antes de la guerra. Ben Gurión sostenía que un Estado judío solo podía ser viable y duradero si los judíos representaban al menos el 80% de la población. Para ello, deberían atraer inmigrantes judíos de todas partes del mundo, además de “convencer” (“a como dé lugar”) a la población árabe local de que abandonara sus hogares.
Finalizado el conflicto, Israel negó a estos refugiados el derecho de retorno a sus hogares, declarando sus propiedades «ausentes» y confiscándolas.
Historia de una masacre
Cuando estalla el conflicto, los habitantes de dos poblados cercanos, el palestino Deir Yassin y el judío Giv’at Shaul firmaron un pacto por el que se comprometían a continuar en buenas relaciones, intercambiar información sobre movimientos de los forasteros a través del territorio del pueblo y garantizar la seguridad de los vehículos del pueblo. El cuartel general de Haganá (organización paramilitar de autodefensa judía creada en 1920, predecesora del actual ejército) refrendó dicho acuerdo.
Pese a que las fuerzas de Irgun y de Lehi lo sabían, atacaron la aldea el 9 de abril. El asalto fue rechazado en un principio, y los atacantes sufrieron 40 heridos. Sólo la intervención de una unidad del Palmach (Unidad de élite integrada en el Haganá), con el uso de morteros les permitió conquistar el pueblo. Muchas casas fueron voladas con familias dentro y se le disparó a la gente: entre 107 y 254 aldeanos, entre ellos mujeres y niños, fueron asesinados. Los supervivientes fueron cargados en camiones y conducidos, a través de Jerusalén, en un desfile de la victoria.
En el informe posterior de la Cruz Roja, realizado por Jacques de Reynier, se indica que las tropas británicas no intervinieron para impedir la masacre y que las bandas sionistas negaron el acceso al personal médico para atender a los heridos. Los supervivientes de la masacre informaron de las atrocidades cometidas ese día y dijeron que las bandas armadas asaltaron la aldea alrededor de las 3 de la madrugada de ese 9 de abril.
Luego de capturar la aldea, las bandas judías obligaron a parte de la población a situarse junto a las murallas y abrieron fuego contra ellos. Esta masacre creó una oleada de pánico que obligó a muchos palestinos a huir de sus casas para evitar un destino similar. “Corrían como gatos», relató el responsable del operativo, Yehoshuá Zettler, comandante de Lehi en Jerusalén, al describir a los árabes que huían de sus casas en Deir Yassin.
Un año más tarde, se construyó el barrio judío de Givat Shaul Bet. Muchas de las casas del pueblo en la colina y la escuela se utilizaron para el Centro de Salud Mental de Kfar Shaul, un hospital psiquiátrico público israelí. Algunas casas fuera de la valla del recinto del hospital se utilizaron con fines residenciales y comerciales, o como almacenes.
El concepto de la Nakba o «día de la catástrofe» como fecha oficial, lo introdujo en 1998 el entonces presidente Yasser Arafat. Por otra parte, el 23 de marzo de 2011, el parlamento israelí (Knéset) aprobó una rectificación del presupuesto público por la que se otorgaba al Ministerio de Economía el poder de reducir o suprimir la financiación gubernamental a cualquier ONG israelí que conmemorase el Día de la Nakba.
Será porque la historia la escriben los que ganan, el motivo por el cual no pude encontrar historiadores israelíes relatando estos sucesos. Es más, siempre los tratan como propaganda árabe del horror y la mentira. Al detenerme a observar cómo se siguen difundiendo los hechos actuales, veo que no ha cambiado mucho la historia. Si se reflexiona que una de aquellas bandas paramilitares, Irgún, fue la predecesora del partido político nacionalista Herut («Libertad») luego trasformado en el Likud, que ha conducido o ha sido parte de la mayoría de los gobiernos israelíes desde 1977, se le encuentra sentido la desinformación.
Generalmente, nos llegan siempre la misma clase de análisis, comentarios y opiniones sobre el conflicto de Medio Oriente ¿Es una casualidad histórica o un accionar perfeccionado en el tiempo para desdibujar la verdad? ¿No existen opiniones sobre Israel manteniendo una política colonialista arrasadora sobre Palestina, o su agresividad sobre Iraq o Líbano? Esto no le suena raro nadie, ¿o es que quizá les aflora algún temor?
El accionar de manipulación informativa se profundizó en el año 2001. En aquel entonces, fundaciones privadas, conjuntamente con el Ministerio de Exteriores de Israel, crearon el programa de Becas Hasbará. Tomó estado público en 2014, tras una investigación periodística que comprobó que la finalidad de estas becas es “combatir en línea el antisemitismo y los llamados a boicotear a Israel”.
El gobierno israelí reorganizó el funcionamiento de la Dirección Nacional de Informaciones Israelí y su política de Hasbará para operar por todo el mundo, priorizando en la actualidad África y América Latina. Suman en ese esquema a muchos colaboracionistas, generalmente universitarios, no solo de Israel, sino muchos otros países. Aparecerán en las redes como simples usuarios, pero operan, en realidad, como trolls o mercenarios bien pagos (becados o subvencionados). La misión que desarrollan es el defender las posturas de Israel y atacar a quienes las critican. Adaptan la realidad a sus objetivos, ya sea con informaciones falsas, con agresiones o con acusaciones de antisemitismo.
Quizá sea este el principal motivo por el cual pasó, casi sin pena ni gloria, en los medios de nuestro país, el bombardeo por parte de la aviación israelí en Gaza. Fue una incursión en la que derribaron un edificio de 13 pisos donde funcionaban las oficinas periodísticas de Al Jazeera y Associated Press. Eso sí, los periodistas remarcaban el comunicado del gobierno de Israel que decía que allí se escondían terroristas de Hamas. Tampoco tuvo mucho desarrollo informativo el ataque a las instalaciones médicas de la Sociedad de la Media Luna Roja de Qatar ¿Defienden la información veraz o difunden una simple aceptación de impunidad?