
06 Jun Ochenta amagues y ningún gol
A Baldomero Fernández Moreno, flojo de metáforas en horizontes de proyectos flacos
Llegamos a las 80 ediciones de una publicación autogestionada cuyo signo identitario, quizás, sea el subsistir casi milagrosamente año tras año, harto flacos en finanzas, testigos ya impertérritos del permanente no-apoyo de muchos sectores que suelen elogiar páginas de esta revista, y por el contrario, ha sabido hallar manos salvadoras desde rincones teóricamente en las antípodas de la matriz de convicciones, tanto periodísticas como de enfoque político general que presenta Huellas Suburbanas con respecto a nuestra realidad.
Nunca mejor dicho aquello de que “no todo lo que reluce es oro, y no todo lo que es oro, brilla”.
Acérrimos defensores de la Ley de Medios de aquel ya bastante lejano en todo aspecto 2009/2010, menosprecian a esta y muchas otras herramientas creadas desde la comunicación popular, y grupos y dirigentes enrolados en sectores duramente opuestos a aquella iniciativa por la democratización de las voces, terminan siendo quienes, muchas veces, ofrecen colaboración en silencio y sin ejercer presión por el control de la línea editorial de ninguna índole.
Alguna vez había que dejar sentada esta gigantesca contradicción, que deviene en un secreto a voces en el territorio, y que al final del camino, todo el mundo lo sabe.
Aclaradas estas cuestiones que hacen al estado de situación en que arribamos a nuestras primeras 80 ediciones, nos toca transitar una etapa nacional en la que el cuadro inflacionario (¿Cuasi híper, o también es “tabú y “funcional a la derecha” decirlo de ese modo?) pone en jaque la más sencilla cotidianidad de más de la mitad de la población, más allá de una extensa batería de medidas que el gobierno ha procurado aplicar desde el inicio de la pandemia hasta la fecha, ciertamente sin éxitos destacables en ninguna de ellas.
Los más benévolos hacia la gestión encabezada por Alberto Fernández y muy estrechamente secundado por el ministro Martín Guzmán y Gustavo Béliz (con su especial predilección por tener posiciones de influencia y lobby muy gravitantes, pero en aparente escasa relevancia e ínfima visibilidad en la opinión pública) señalan los esfuerzos por recuperar el salario (de los trabajadores registrados, lo cual dista enormemente de constituirse en la totalidad de los mismos) y fortalecer la producción industrial, amén de las ayudas o –como se dice desde el macrismo en adelante- los “alivios” (fiscales, de pequeños bonos y demás) para paliar bolsillos a granel frente al salvaje aumento de los precios de los productos de consumo básico, sumado a los incrementos no tan amigables de servicios públicos, combustibles… y todo lo demás.
Es un jaque permanente. El gobierno mueve una pieza, y las corporaciones corren el eje y vuelven a jaquearlo. Una y otra vez. El grueso de la población, alejada y harta de los análisis de actualidad de todo tipo y enfoque, lo padecen poco conscientemente con la carestía de sus vidas en franco avance. Y concentran, como casi siempre lo han hecho, sus broncas en forma piramidal, hacia las autoridades políticas, y jamás hacia sus principales verdugos desde que nacen hasta que mueren: los grandes evasores y explotadores “hijos predilectos del sistema” de todo pelaje y color.
En este sórdido pero respetado y asimilado orden de lo establecido, ¿Sirve continuar sumando movidas, amagues, idas y venidas en una partida cuyo tablero, piezas, reglamento y jaques sólo le pertenecen a los dueños reales de todas las cosas? ¿O habría que sumar voluntades para patear de una vez el tablero e imponer nuevas reglas del juego?
Lo primero parece estéril, simpáticos esfuerzos dignos y bienintencionados pero de a ratos bañados en un halo de complicidad con el establishment al que no le tocan ni una uña, esfuerzos que nos termina dejando entre abrumados y azorados, pero ante todo, con una sensación de indefensión social cada vez mayor. Lo segundo, inaplicable por muy escaso interés de la enorme mayoría de la sociedad. Raquitismo de masa crítica dispuesta a arriesgar incluso su propio confort en aras de un proyecto que bien podríamos categorizarlo como emancipador.
Pero no. El “no se puede”, nieto no reconocido del “no te metas”, goza de excelente salud, ahora con una base identitaria renovada y en franco crecimiento por derecha y también por “izquierda”. Realpolitik, así le suelen llamar los que la saben lunga…
Atravesamos la famosa nostalgia de haber sido y el dolor de ya no ser. O una transición hacia algo, en el mejor de los casos, que permita seguir flotando sin mayores ambiciones dentro del océano global, cada vez más turbulento. Y, por supuesto, el respeto institucionalizado hacia una distribución y reparto de la torta que garantice riqueza y poder para los mismos de siempre, y para todos los demás, como diría el poeta, apenas un conchabo… para ir tirando…