
06 Sep No hay salida posible sin construcción colectiva
La historia demostró que el capitalismo de periferia, al menos hasta la década de 1990, necesitaba la existencia de un medido número de desocupados, con el objetivo de mantener salarios bajos y maximizar el saqueo de los grandes grupos económicos que ostentaban, y ostentan, el poder.
Sin embargo, el proceso de economía de mercado global, las tecnologías de alta productividad y la ambición insaciable por concentrar riquezas, han generado una excesiva desigualdad y una enorme masa de trabajadores desocupados que se tornó potencialmente peligrosa para la continuidad de este mecanismo de acumulación.
Alarmados por esta situación, y con el fin de conservar sus espurios privilegios, los pocos, pero poderosos beneficiados del sistema, precisaban mantener dividida y enfrentada a esa cada vez más grande masa popular. Mejor que nadie, sabían que la unidad de los pueblos sería letal para la permanencia del injusto orden establecido.
Por eso es que la cultura, esa esencia inmaterial que unifica los pueblos, es el primer blanco a destruir en pos de lograr su inconfesable objetivo. Para ello, construyeron un enorme y globalizado aparato de dominación, que incluye medios de comunicación masivos y falsas redes sociales, destinado a fragmentar la sociedad en tantas partes como sea posible, apelando a una brutal deformación histórica, de identidad, costumbres y valores. Al mismo tiempo, por medio de la implementación de discusiones estériles, y falsas noticias, buscan aturdir y confundir al pueblo, con el objetivo de evitar cualquier posibilidad de consciencia y orientación colectiva… Uno por uno, separados, cargados de frustraciones, bronca y odio, somos más fáciles de dominar.
A fin de consolidar ese plan, día y noche, siembran el egoísmo y la violencia como ordenadores sociales. Promueven incansablemente la búsqueda de lo efímero, la sobre-valorización del placer sensorial, la competencia como único método para ganarse la vida; ponderan la disputa en vez de la cooperación, el merecimiento individual en lugar del derecho colectivo, el carisma por encima del trabajo, la estética sobre la belleza; contraponen la urgencia a lo estratégico con el objetivo de hacerla el estado permanente, naturalizan el hecho de que todo acto y relación humana se vea sometida a la conveniencia… imponen la idea, la fatal trampa, de que todo tiene un precio. Egoísmo, violencia, caos, en cada una de las premisas.
De esta manera, se da la formación de sujetos culturalmente aislados de su contexto y, por ende, de su condición humana de ser social. Así, reducen las posibilidades de cambios y transformaciones profundas, ya que ninguna gesta es producto de una realización individual. En consecuencia, orientan a la sociedad a la inmovilización, al sinsentido de acción alguna.
Esta segregación y ruptura del tejido social es el pilar fundamental del sistema imperante, dado que funciona como garante de la continuación de las peores injusticias y, al mismo tiempo, brinda impunidad a sus culpables.
La política argentina, y el resultado de las elecciones primarias, reflejan cabalmente el éxito y las consecuencias de esta estrategia de dominación cultural, como así también, el hartazgo y la ausencia de reacción positiva que produce en la enorme mayoría de nuestro pueblo.
También, y principalmente, en las cúpulas de los principales armados políticos, donde claramente se puede observar cómo ponderan los intereses individuales sobre los colectivos, las denuncias entre personas ocupan casi la totalidad del debate público mientras que los proyectos de solución brillan por su ausencia; lo mediático posee más peso que el trabajo concreto. Los ideales y motivaciones que cada uno lleva, terminan pereciendo ante los banquetes que ofrece el poder. Degeneran a la política, transformándola en una carrera individual por la conquista de cargos, de rosca permanente, cuando, en rigor de verdad, se trata de un instrumento, un arte colectivo, para transformar la realidad.
Abajo, aunque superficialmente distinto, este egoísmo capitalista que sembró el sistema, también organiza a una gran parte de la militancia. Cientos de organizaciones, cada una con su referente, intentan imponer sus ideas, con sus formas y palabras exactas, en una competencia exacerbada por llamar la atención con grandilocuentes discursos que solo escuchan ellos mismos. Formidables carismas que convocan cientos o miles de seguidores constituyendo sectas funcionales a quienes detestan. Sus métodos son los que el propio sistema, que dicen combatir, les impuso. Así, terminan por impedir la indispensable comunión de las bases; vital en el objetivo de promover nuevos protagonistas y nuevas políticas.
Visto esto, hay quienes todavía piensan que la raíz del problema es sólo el modo de producción o los defectos de las distintas administraciones. Sin embargo, hay algo subjetivo y más profundo que constituye su base de sustento. El modelo económico, político y social reinante es motivado por el egoísmo y el desamor inoculado desde hace décadas como construcción cultural del capitalismo colonial.
Es por todo lo expuesto que la salida a esta angustiante y caótica situación vendrá como consecuencia de acciones completamente distintas a las que los armados políticos tradicionales vienen repitiendo sistemáticamente desde hace años, obteniendo cada vez peores resultados.
Necesitamos, de manera urgente, volver a vernos y reconocernos en el otro, levantar los puentes que el sistema rompió y edificar muchos más, conducir con el ejemplo, sin someter a nadie, enfocarnos en los puntos en común, que son los mayoritarios, y no persistir en el enfrentamiento destructivo por las diferencias, relacionarnos fraternalmente, reconstruir el tejido social; hacer comunidad.
Enunciar, debatir y divulgar el cúmulo de certezas colectivas que supimos acumular como pueblo a lo largo de nuestra historia, y plasmarlas en un proyecto político que vuelva a motivar y conducir a la mayoría del pueblo argentino. Sólo entonces volverá a resurgir el proyecto de desarrollo nacional como una alternativa en disputa contra las distintas variables que se disputan la administración colonial.
Dejar atrás el egoísmo capitalista; ese simple y profundo acto, es el más revolucionario a nuestro alcance, y es el que permitirá edificar una sociedad donde reine el amor y la igualdad.