Ni el tiro del final

Publicado originalmente en https://www.revistalabarraca.com.ar

Autorizado por su autor para compartir desde Huellas Suburbanas

Por: Carlos Caramello

Estás desorientado y no sabés
Qué «trole» hay que tomar para seguir.

Catulo Castillo

La foto es de una atemporalidad que perturba. Podría ser de ayer, de antes de ayer, de hace dos años, tres… pero, por otra parte, nadie se atrevería a asegurar que no es de pasado mañana: una persona en situación de calle, entre jirones de trapos, goma espuma y cartones más o menos acomodados, duerme en las escalinatas de ingreso a la sede del Partido Justicialista Nacional de la calle Matheu. Dato de época.

Hicieron lo indecible para quedarse con los cargos. El poder de un ratito -junto a los portadores de libaciones y ofrendas de siempre del PJ-, conspiró para apropiarse cuasi de facto de secretarías, comisiones, direcciones… puestos de la burocracia partidaria que, una vez ocupado el raviol, sólo pasan a engrosar el curriculum del feliz poseedor. El poder de la nomenclatura. Como si lo que se nombra fuese lo que se hace.

Así juega la argentina centrojás, la de la tibieza y la media puntada, la del pase corto, pero, de corazón, nada. Juega al poder por el poder mismo, como esos chicos de clase media que no terminan de disfrutar de sus juguetes. Así andan, revoleando títulos, nombramientos, honores… nunca lucha. Eso sí: en el Centro (que no es la Tercera Posición, claro). Equilibrados. Engolados. Asumidos. Como si el Centro no fuese, también, un anacronismo. Como si ser mejor implicara separarte de cualquier extremo (aunque la nueva derecha democrática no está tan mal, ¿viste?)

Y uno los ve pasar, confiados en que están armando algún nuevo “ismo” que pueda desplazar las viejas y sólidas banderas. Pero que, más que nada, los lleve fuertes a las futuras elecciones porque de esto se trata: de durar, de flotar, de estar un ratito más con el celular pago, el chofer dispuesto, la asesora de encuestas rotundas, el secretario tecno conectado. Las largas disertaciones por zoom, – más aburridas que los cumpleaños por el mismo sistema-, las conferencias de prensa con preguntas pautadas y el entorno alcahuete que te jura que sos un campeón, que de donde patees la clavás en el ángulo.

Afuera de ese espacio de confort ficticio e impostado, hay un dolor que ruge en las tripas de pibes que pasan días sin comer. Que mastican un cartón húmedo mientras empujan el carro de contenedor en contenedor. Y no son números. No son datos. No son indicadores -aunque los indicadores dejen otra foto: la de la Argentina que no come carne; la de la Argentina que exporta más vacas que la de “los ganados y las mieses”-. No son ni gráficos de barras ni tortas multicolores: son de verdad. Son esos a los que la dirigencia biempensante y módica reconoce como el objeto de sus desvelos, aunque luego use toda su energía para avanzar en el tablero de la politiquería partidaria.

Apoltronados en cómodos sillones directorio, siempre con cara de compungidos porque Pandemia, inquietos por si corbata celeste o corbata roja -las dos que les levantan el pecho-, ordenan sus modestos desaguisados para no parecerse tanto a los anteriores; buscan desesperadamente una narrativa que los proyecte un poco más en las mediciones y trafican valores estéticos -porque lo ético está un poco demodé-. Eso sí, con un manual de lugares comunes en la cartera de la dama o el bolsillo del caballero y una cohorte de trolls operando en las redes para explicarles qué pueden escribir y qué no… porque, si no, le hacés el juego a la derecha.

¿Cuál derecha, amigo? ¿La brutal, la asesina, la que ha mudado cañones por espacios en la televisión, y asonadas por golpes blandos? ¿La de dirigentes con pinta de dipsómanos y perio-espías en los medios dominantes? ¿La de los jueces servilleta y los fiscales extorsionadores? Esa derecha avanza sola, acá y en el mundo. Se desliza sobre el aceitado juego que le hace la otra derecha, la nueva, la flamante, la progre, que declara en foros internacionales que “no hay empleo sin empleadores”; que da entrevistas a un diario gusano para decir que “el sueldo digno es aquel que estemos en condiciones de pagar”, que considera que “la Justicia como poder debe replantearse a sí misma”, que se pregunta si la Argentina está “en condiciones” de dragar el Río Paraná (si no podemos eso, apaguemos la luz, cerremos la puerta y tiremos la llave en la alcantarilla… como Cortázar).

Es entonces cuando la foto atemporal cobra movimiento: miles de familias tiritan bajo las autopistas, en las entradas del palier de departamentos fastuosos, en los cajeros automáticos de bancos malhechores -los que tienen más suerte-. Miles de mujeres abusadas una y otra vez por todos y por todo arrastran sus pasos nocturnos. Miles de pibitas y pibitos, los ojos grandes, redondos, negros, sin brillo, te miran mientras roen un pedazo de pan duro. Pero…pero…

Tenemos que honrar nuestras deudas. Las que tomaron a espaldas del pueblo, pero con la garantía del pueblo. Y sin meternos con los patrones porque el Campo y la Industria… y aunque no tengamos divisas, no es cuestión. Ni tocar la Hidrovía, ni expropiar Vicentín, ni exigirle al laboratorio argentino que produjo millones de vacunas contra el bicho que cumpla con sus compromisos, ni dejar de pagar la cuota del Club de París como si fuese el Jockey y todos nosotros Figueroa Alcorta. Ni controlar precios que ya no suben por el ascensor de Perón sino en el cohete a la estratósfera de Menem. Ni pagar planes sociales porque van al dólar blue.

Han aprendido a entregar la felicidad del pueblo a cambio de un rato de satisfacción. Y ya no hay Diego que los putee para que la pasen. Y así juegan: intentando demostrar que distribuyen la pelota desde el centro, aunque sus patrones -los verdaderos adversarios- los tienen contra el arco. Con el agregado de que, en este partido, el arquero no trajo las manos. Si, a veces, dan ganas de balearse… con cebitas.

Carlos Caramello
carlos.caramello@huellas-suburbanas.info