
30 Jun Los que honran a la Patria, y los que la desprecian
No se deben violentar instantes únicos e irrepetibles de la infancia. Es propio de una gran bajeza y desprecio por la noción de Patria, arruinar el momento en el que los niños toman, acaso, su primera noción del formar parte del Ser Nacional, que es el día en que realizan la solemne Promesa a la Bandera. Sólo un apátrida y, ante todo, un desgraciado, sería capaz de cometer tamaño accionar. Cuesta imaginarlo. Cuesta suponer que cualquier buen vecino tenga el descaro de hacer algo así. Ni que pensarlo de un funcionario público, de esos que se golpean el pecho por su pueblo, y demás sandeces que, a no dudarlo, nadie les cree.
Allá lejos, con más barba y menos abdomen, bajé a la comarca y me adentré en la docencia suburbana, en los pagos de González Catán y también en Rafael Castillo. Durante cinco años, fui testigo y emocionado participante de la Promesa a la Bandera que hacían los chiquitos en barrio Villa Dorrego, perteneciente a la primera de las localidades matanceras antes mencionadas.
Aquello estremecía. Familias completas, quebrantadas en términos económicos, que por aquel entonces (años 1998 hasta 2003) sobrevivían del trueque y algunas changas o incluso el cartoneo, desbordaban las instalaciones de la escuela. Con sus mejores prendas, respetuosos y expectantes, allí llegaban madres, padres, abuelas, vecinos… a punto tal de tener que cortarse la calle para llevar a cabo tan importante actividad en un espacio más amplio.
Y allí estaban. Ese alumnado afectuoso, colmado de sueños, repartiendo abrazos y besos a sus docentes, aprestos a realizar su promesa a la bandera de la patria.
Este paisano llegado desde lejos, debía retirarse a un lugar menos visible… cosa de poder dejar brotar algunas lágrimas sin más testigos que alguna abuelita en idéntica y discreta comunión sentimental.
“¡Sí, prometo!” repetían con todas sus fuerzas aquellas vocecitas, con la transparencia del alma que tienen los niños, y con las ilusiones sencillas y profundas que toda comunidad trabajadora y pobre posee a borbotones.
En los ojos del alumnado, se reflejaba la alegría de sentirse, desde ese día, un poquito más argentinos que antes. Ser parte del país que aman desde tierna infancia a instancias de sus progenitores. Ese mismo país que los abandona tan recurrentemente, y los desprecia por vivir en las periferias de las grandes metrópolis de cemento y egoísmos brotando desde automóviles a toda velocidad. Ese país que los condena a la postergación a lo largo de todas sus existencias… sólo para que un puñado de inescrupulosos acumule las riquezas forjadas por el sacrificio de todos los demás.
Y aún así, niños y adultos de aquellos barrios, se emocionaban y celebraban en íntima comunión, la Promesa a la Bandera nacional. El orgullo, decía, de sentirse argentinos.
Lo mismo debieron haber deseado esos chicos de colegios de Rosario cuando, días atrás, se dispusieron a efectuar idéntica ceremonia. Para colmo, en presencia del mismísimo Presidente de la Nación. Tenía que ser algo perfecto, una mañana soñada. Pero no.
El susodicho arremetió con uno de sus discursos signado por su habitual y tremenda carga de violencia gestual y semántica. Eligió a Hugo Moyano como blanco predilecto de sus agravios, y se olvidó completamente del símbolo que tenía frente a sí, y al que debía honrar, al menos protocolarmente y por algunos escasos minutos.
No lo logró. No pudo, y no quiso hacerlo.
A su alrededor, niños con la mirada llena de desencanto. Docentes y padres que no podían creer lo que estaba sucediendo ante sus ojos, y hasta la Intendenta de Rosario, con un semblante tan elocuente que no logró escapar a los flashes fotográficos.
Entonces volví a recordar a aquel piberío de González Catán y sus humildes pero gigantescos actos para honrar a nuestra insignia patria. Y me fui mascullando una incertidumbre por las grisáceas calles invernales de este conurbano bonaerense: ¿Qué clase de monstruosa deformidad anida debajo de la máscara de arrogante empresario, capaz de arruinar una celebración tan importante para la formación cultural y ciudadana de niñas y niños?
Sigo caminando… evoco esas caritas entre sorprendidas y desilusionadas, y hallo que las definiciones o adjetivaciones no logran expresar lo que este personaje me viene haciendo brotar de las entrañas.