
06 Jun Los indignados
Una actitud, antes que una clasificación, raza o subespecie. Los que se enfadan/enojan/sobresaltan… ante cada giro del destino que afecte su siempre claro sentido de justicia (personal, unidireccional, unidimensional).
Nunca perciben como recíproca la relación de obligaciones y responsabilidades, pero son especialmente sensibles a cualquier acción ajena que los afecte de algún modo, directo o no.
Pueblan las filas de izquierdas y derechas, pero son más abundantes entre las amplias columnas de independientes autodefinidos como apolíticos/víctimas voluntarias de las decisiones de otros. Estos últimos, uniformados por la indiferencia y la alineación alienada de no hacerse cargo de nada que implique definir colectivamente, pensar en el conjunto, comprometer una hora de su tiempo y alguna forma de sentimiento solidario.
Se puede verificar en la mirada de los sujetos al volante de esas burbujas de metal, vidrio y caucho llamadas automóviles. En estos palacios individuales donde todos tienen razón y ninguno, no esperarán un segundo para dejar pasar a otro. Las otras burbujas son vistas como potenciales enemigas, competitivas y amenazantes… un auténtico teatro de la singularidad masiva.
En tiempos en que las crisis se vuelven tan complicadas, con tantas variables, actores y fuerzas en juego, la confusión multiplica la peligrosidad de estos auténticos trompos a gran velocidad. Giran y se golpean mutuamente sin entender claramente qué los impulsa, qué destino o dibujo los mueve, qué consecuencia tiene cada uno de sus choques.
No imaginan al servicio de qué intereses realizan estos movimientos, aparentemente personales y como chihuahuas ladrando, protegiendo algo similar al derecho, pero degradado, como lo es el propio sentido de lo que se les debe, lo que les corresponde, el lábil territorio de lo que les pertenece por el sólo hecho de ser blancos, clasemedieros, hombres y mujeres de carácter, viviendo en lugares más o menos propios, propietarios de algún lugar imaginario inscripto en la naturaleza.
De vez en cuando un vendedor los representa con un discurso que levanta la voz del ofuscamiento contra el viento, el destino o los lugares comunes del prejuicio (contra los sospechosos de siempre: pobres, morochos, jóvenes, peronistas… sumemos las feministas). Estos mercachifles de ocasión terminan abultando las ganancias de los poderosos de verdad, los dueños del circo. Pero mientras tanto, colorean las pantallas y le ponen letra a los indignados.
Con una biblia y por bandera un semáforo, son pasto para los gritones con peluca.
Los que estamos vacunados con organización, unidad, solidaridad y mucha lectura compartida con personas que sienten que la patria es el otro y el destino es la humanidad, zafamos. Al menos de esta.