LO QUE QUISIMOS SER Y NO PUDIMOS (1ra entrega)

Por: Rubén Lombardi
Al alumbrar el proceso emancipador allá por 1810 no nos decíamos argentinos, ni peruanos, ni venezolanos ni bolivianos.

Nos pensábamos y escribíamos como americanos. Ciudadanos y habitantes de América del Sur, que nacíamos a la vida independiente en hermandad de aspiraciones.

Ya los cholos que desalojaron a los colonialistas en el altiplano paceño, al mando del mestizo Murillo en mayo de 1809, cursaron la invitación a todos los cabildos americanos a confederarse para la libertad. En 1811 alumbraba el combate de Miguel Hidalgo en suelo mejicano, (al que seguiría el cura Morelos apenas más tarde) mientras en la otra punta rioplatense, el oriental José Artigas levantaba las masas gauchas e indígenas en contra de toda opresión exterior. En Chile comenzaba la guerra libertadora San Martin y su ejército modelo, sostenido en los valles y quebradas salteñas por los Infernales de Güemes. Y poco más tarde toda la América Central vivía su experiencia federal en Unidad de acción, al mando de José Cecilio Del Valle y Francisco Morazán, inmediatamente después de la gran influencia haitiana con su jefe negro Alejandro Petión, a quien habría que dedicarle un párrafo o nota aparte.

Pero el más decisivo y amplio en la mirada fue sin dudas Simón BOLIVAR.

Emigrado de su provincia venezolana natal luego de un primer estrepitoso fracaso, vuelve con otra mirada política y nuevos bríos en 1816. El aristócrata blanco, típico mantuano por origen y formación, llega comprometido por el líder haitiano a modificar los apoyos sociales con las que debe presentar batalla. Pisa suelo patrio, libera esclavos, suprime servicios personales y hasta declara abolida la esclavitud, con lo cual logra la adhesión de los postergados pero aguerridos llaneros, campesinos y sectores sociales populares. Apuntemos que tales clases habían permanecido masivamente adictas a las tropas realistas en la campaña anterior del Libertador, más que por españolismo, por odio a la aristocracia blanca.

Una sucesión extraordinaria de victorias jalonan el paso de las tropas bolivarianas: Boyacá, Carabobo, Pichincha, Junín y finalmente AYACUCHO fueron las páginas más renombradas. En 1826 su poder era inmenso, tanto como el territorio alcanzado por su autoridad política: Desde Panamá hasta el Alto Perú obedecían sus leyes, San Martin lo apoyaba hasta en su exilio europeo, O Higgins en Chile, Dorrego, Bustos el Deán Funes en el Rio de la Plata. Méjico le ofrece «Perpetua amistad!». Casi 10 millones de kilómetros cuadrados de suelo americano expresan la vocación de recorrer UNIDOS el camino de la Independencia americana, tras el magnetismo del gran Libertador.

Importantes intentos forjaron esa posibilidad. Tal vez el Congreso de Panamá fue el más radiante. Se trataba (en 1826) de acordar una Asamblea permanente de los países del continente para unirlos entre si, defenderlos de agresiones extracontinentales, creación de una marina común, fijación igualmente común de derechos aduaneros. » Una NACION DE REPUBLICAS», la definió Bolívar.

«Nuestra repúblicas se ligarán de tal modo que en lugar de naciones aparezcan como hermanas, unidas por todos los vínculos que nos han estrechado en los siglos anteriores…». A un interrogante le respondió: «Nosotros no podemos vivir sino de la unión». «El único remedio es una federación general…más estrecha que la de los Estados Unidos», escribió avizor.

La situación continental, mirada someramente desde el propio continente, parecía propicia. No obstante aquel gran sueño NO PUDO SER.

Pero no fue infortunio. Esa palabra solo cabe para las consecuencias, pero germinaron causas profundas y potentes que frustraron el sueño de la Patria Grande unida y soberana.

Un antecedente originario lo producía la necesidad del apoyo político británico al que se sintieron obligados los primeros Libertadores. El éxito militar contra el absolutismo español dependía, al menos, en la neutralidad inglesa ante el escenario de lucha. Y tan fue así que Bolívar y San Martin fueron auspiciados por las Logias de la Rubia Albión en los primeros pasos de su aventura emancipatoria.

No parecía haber otro sendero en aquel entonces. Por supuesto que después, el patriotismo de cada soldado fue marcando el camino a seguir, especialmente al día siguiente de la gran victoria de Ayacucho.

Y en esta misma jornada aludida, los patriotas pudieron verificar que esa alianza tácita del pasado frenaba la aspiración última y profunda de edificar esa NACION DE REPUBLICAS pensada por el caraqueño.

«Divide y reinarás», un lema que los británicos no habían pronunciado en vano.

A los factores portuarios americanos nada las incomodaba más que una gran Nación diversificada en su economía, con mercado común, protección industrial, marinas mercantes compactas. Adheridas al monocultivo, cuya producción monopolizaban, a las rentas de las aduanas que acaparaban y al libre comercio que aprovechaban para colocar sus carnes, vacas, café, cacao, añil, algodón, tabaco y oro a cambio de las manufacturas inglesas, fueron alejándose firmemente de los intentos unificadores estableciendo una relación de hecho estructural con el Imperio europeo.

Y conspiraron, vaya si conspiraron!…

El General Santander, desde Colombia se alza contra la autoridad de Bolívar, hasta transformarse en un Mitre de la vieja Cundinamarca. Obando encabeza el alzamiento armado contra el propio Libertador. Un tal La Mar proclama su poder en Lima, otros capitanejos se sublevan en Quito (hasta separar a Ecuador del gran Estado sudamericano).

El mismo Mariscal SUCRE fue un caso especial. Este singular soldado americano, venezolano, que antes de sus 30 años condujo el Ejército Libertador vencedor en los campos de Ayacucho, el que con esa victoria acabó para siempre con el absolutismo político español en el continente (tal era la confianza que supo ganarse de su jefe mayor Bolívar), obtuvo la máxima distinción de su superior para encabezar las más importantes campañas. Pese a que habíase mostrado débil con los deseos segregacionistas de las 4 provincias altoperuanas y contribuyó indirectamente a la artificial formación de BOLIVIA, nunca abandonó la fidelidad. Los cabecillas de la política portuaria lo fijaron en la mira. Un día en que paseaba sin escolta por la provincia de Pasto, Gran Colombia, lo asesinaron fríamente con 4 pistoletazos, tal vez como precio de haber puesto su gran capacidad militar al servicio de la Patria Grande, siempre con Bolívar.

Bolivia se separó por obra de Olañeta y Gamarra, ante la glacial indiferencia de la dirigencia de Buenos Aires, donde ya tenía vigencia espiritual aquel designio sarmientista de » El mal que aqueja al país es la extensión». Derrotado y exiliado Artigas de su Banda Oriental (que había soñado integrada en Confederación popular en el amplio territorio sudamericano confluyendo con Argentina y Paraguay) la noble provincia de las cuchillas, planicies y arroyuelos se convierte en Uruguay, gracias a la habilidad diplomática de Lord Ponsomby, el ex cortejante despechado de Lady Conyngham.

Mientras, el Paraguay se enclaustraba en torno al Dictador FRANCIA y su sempiterna desconfianza al mundo exterior de la anarquía y la explotación colonialista.

Al fin, muere Bolívar y Morazán es asesinado, con lo que se esfuma el sueño de una América Central compacta y aparecen sobre la Geografía política las actuales Honduras, Costa Rica, Haití, El Salvador y Nicaragua.

Ya el continente estaba BALCANIZADO, la suprema aspiración de la Gran Bretaña. Sobre la cercana NACION DE REPUBLICAS surgían 20 «patrias chicas», republiquitas incompletas formalmente soberanas pero sometidas a la pesada carga de la dependencia económica estructural.

El ya citado Ponsomby lo supo escribir allá por 1828, en pleno choque con el Coronel Dorrego en esa particular comisión diplomática a que lo había destinado el Foreing Office: » Sugiero…la constitución de la Banda Oriental en estado independiente…» «por largo tiempo, los orientales no tendrían Marina, y no podrían, por tanto, aunque quisieran, impedir el comercio libre en el Plata». Condicionó incansablemente la gestión del noble Dorrego que intentaba mantener a la Banda como provincia nuestra. Tras muchas insolencias, una fragata de guerra «visita» Buenos Aires. Se consigue así la firma de Dorrego al tratado de paz. «Yo creo que nuestro gobierno podrá orientar los asuntos de esta parte de Sud América casi como le plazca», concluyó con la acostumbrada petulancia inglesa.

Pero la Historia no estaba concluida. En la próxima entrega veremos intentos de sobrevivir el sueño unificador bolivariano.