¿Ligeras correcciones o cambio de rumbo?

Abordar siempre conceptos similares, se vuelve algo reiterativo, estéril y aburrido tanto para el público como para quien lo enuncia.

Lo que se veía venir, sucedió. Aquellas limitaciones o errores que muchos señalábamos desde hace un añito largo, buena parte de la población lo hizo notar en las urnas. Nada realmente nuevo bajo el sol. Tampoco es demasiado innovadora la actitud pública de los oficialismos derrotados y su obsesión por intentar licuar la resultante de sus propias malas decisiones, cuestión que es más que probable que no halle buena receptividad entre ese río de votantes que le quitaron su apoyo al Frente de Todos, pero que no lo derivó hacia ninguna otra fuerza. Más grave aún para la salud de la democracia en clave liberal que conocemos: ni siquiera fueron a votar.

Mientras la militancia más consustanciada con las banderas nacionales populares de las últimas dos décadas del devenir nacional siguen clamando en un continuum nostálgico por una nueva Ley de Medios que garantice una redistribución de pauta oficial a favor de la legión de pequeños medios populares que la reman (remamos) en la adversidad, a lo largo y ancho del país, la realidad es bien distinta y muestra la obscena pauta que desde Nación se le sigue brindando a los principales consorcios multimediáticos (conservadores, oportunistas liberales ú oportunistas hacia el progresismo, según mande la ocasión y la necesidad del departamento de finanzas), esos mismos que sin mayores miramientos bombardean al actual gobierno cuya cabeza visible es el Dr. Alberto Fernández. Una auténtica vista panorámica de un doble discurso que se reitera en varios ejes. Las grandes promesas que finalizan en modestísimas realidades (en el mejor de los casos). Escenas que languidecen ante los ojos y las urgencias de una población que no la pasa nada bien. Una población que, actualmente al menos la mitad de la misma, acumula sobre sus espaldas el derrumbe socioeconómico continuado, haciendo honor a la verdad y a los datos duros, de por lo menos los últimos 7 u 8 años de vida nacional. Primero el estancamiento, luego el saqueo con derrumbe general, y a ello le siguió el nocaut de la pandemia y su oleada de cierres forzosos no siempre debidamente atendidos mediante herramientas más prolongadas en el tiempo, como el IFE u otra similar.

Así como la mayoría de la población ha decidido dejar de involucrarse, e incluso interiorizarse aunque más no sea en lo básico de la cosa pública y las luchas de modelos posibles de país en disputa permanente, tampoco se podrá esperar que en sólo dos meses haya un vuelco radical en materia de políticas económicas de parte del gobierno nacional, que vuelva a enamorar en un corto plazo a quienes están desilusionados y en estado de desamparo identitario-político de cara a la elección crucial de noviembre.

¿Advertirán los cuadros dirigenciales del oficialismo, que una parte importante del electoral propio espera un rumbo mucho más vigoroso, combativo y menos contemplativo (guiño al General tantas veces evocado y tan pocas veces imitado en su firmeza de conducción) respecto a las pulseadas con los distintos grupos de poder concentrado que tienen a maltraer, sin mayores incomodidades, a la gestión presidencial? ¿Sabrán que la responsabilidad de haber sufrido una derrota a nivel nacional tan dura como imprevista, no se puede explicar únicamente por las operetas multimediáticas y las estrategias de la oposición político-empresarial, sino que ante todo el no votante le reclama un hacerse-cargo de las falencias y timideces propias?

Si esto fuera un partido de fútbol (y no pocos lo viven como tal), podría señalarse que el rival está ganando por un par de goles, holgadamente, pero que no juega tan bien como se lo piensa, es débil en su propia defensa y tienen conflictos serios por la capitanía, que se pueden trasladar a cortocircuitos dentro del campo de juego. O sea, el equipo del Frente de Todos puede revertir, pero con el toquecito lindo, amigable, intrascendente que genera aplausos más que nada entre sectores medios, fundamentalmente universitarios y de grandes núcleos urbanos, pero que no resuelve el drama de la pobreza dizque miseria entre quienes son su más genuino combustible electoral y motor para el desarrollo nacional, entonces corre riesgo de regalar un muy valioso partido a un rival al que le sobran recursos, pero en el fondo sigue moviéndose como un grupo escasamente homogéneo y pocas veces respetable.

Si perdés de local, siendo el actual dueño de la pelota, pagando el alquiler de la cancha y con la mayoría de las tribunas aún tenuemente aferradas a la expectativa de dar vuelta el resultado, entonces el problema será únicamente propiedad de los perdedores, de esos que serán capaces de perder habiendo tenido todo para ganar incluso por goleada. Y la carrera por el campeonato 2023 podría comenzar a verse desde muy atrás, prematuramente entre neblinas, cada vez más difuso y lejano, rodeado de ollas populares y una enorme impaciencia social, imposibilitada de concretar su modesto proyecto de corto plazo, que es el plato de comida para el día siguiente.

Daniel Chaves
dafachaves@gmail.com