Ley Micaela: legislar desde y sobre una realidad machista

“Ni en pedo me tomo el Uber sola” escuché en varias oportunidades de la boca de alguna amiga. “Me tocaron el culo en el boliche y cuando me di vuelta no supe quién fue”, también contaron más de una vez y la ignorancia, no intelectual (que sería menor) sino vivencial, siempre me delata. “Salgo a la calle y me llevo el silbido o el grito de un tipo” me dijeron diferentes bocas, distintas, pero comunes como ríos afluentes que desaguan en una sola boca mayor: la del género femenino entero, víctima de los mismos flagelos. En las despedidas (con más frecuencia entre mujeres) una frase pone en evidencia la podredumbre del mundo: “avisáme cuando llegues”, se dice, y hasta que no se llega a tierra firme, y el mensaje cae en el otro celular, el viaje es un oscuro tránsito por el afuera donde las posibilidades del mal están al acecho. No es paranoia; anécdotas y testimonios terribles pueblan las conciencias y las calles, y los bares, y los Ubers, y los boliches… y, a la vez, dentro de las anécdotas y los testimonios terribles, se despuebla de vida a mujeres cotidianamente: como le ocurrió a Micaela.

Micaela García tenía 21 años, militaba en el Movimiento Evita y por Ni Una Menos; una noche salió de un boliche en Gualeguay, Entre Ríos, y en manos de Sebastián Wagner (quien ya tenía antecedentes penales por violación) fue violada y asesinada. Sobre la base de esta trágica historia (alzada por los movimientos feministas en muchas protestas) el 10 de enero de 2019 se promulgó la Ley Micaela. Esta consiste en la capacitación obligatoria en la temática de género y violencia por motivos de género para todas las personas que integren los tres poderes del Estado Nacional: Ejecutivo, Legislativo y Judicial.

La ley vincula su origen con su acción: nace de un hecho dramático donde se presenta la violencia de género en su estado más extremo, y le toca sumergirse en una realidad machista y misógina con el fin de dar herramientas para prevenir estas prácticas. Su nombre nos conduce a lo que le ocurrió a Micaela y de esta manera su relato se vuelve incesante, no existe la posibilidad del olvido; hecha ley, impone su moraleja a nivel estatal con el objetivo de diseñar políticas que dejen de replicar Sebastianes (machos abusadores) y de producir Micaelas (víctimas de la violencia patriarcal) ¿Su moraleja? ¿Qué enseñanza podemos deducir? Tanto dentro del Uber como del boliche, y fuera en la calle destemplada, contra Micaela o aguardando a mis amigas, la violencia machista es ese trasfondo latente que amenaza en todos lados de diferentes maneras. Y con la Ley Micaela se propone “desterrar” en sus dos definiciones: sacar de bajo-tierra aquellas formas de vínculo dañino y discriminatorio, visibilizar, y hacerlas desaparecer de la sociedad, desterrarlas, a través de un Protocolo de intervención que se les enseña a lxs integrantes del Estado Nacional. Pero esta propuesta de formación obligatoria no solo llegó a la función pública.

La Universidad de Buenos Aires,a través de la Resolución 1995/19, adhirió el 20 de noviembre de 2019 a la Ley Micaela y dispuso para todxs lxs integrantes (autoridades, docentes, investigadores, estudiantes y no docentes) el mismo curso obligatorio. A partir del 23 de septiembre de este año, comenzó su aplicación para estudiantes. Son tres módulos que van desde “Patriarcado, sexismo y construcción social de los géneros” hasta “Acceso a derechos y erradicación de las violencias”. Ante la noticia de un curso obligatorio, varios grupos de Whatsapp en los que participo se agitaron y algunos comentarios, que a continuación transcribo, nos servirán para pensar un último concepto: la obligatoriedad.

“No me gusta que me impongan cosas” dice una tal Lore; “me parece re asqueroso obligar y meter sanciones al que no lo haga” envía un anónimo Marcos; “no me parece que obliguen a los estudiantes a que realicen el curso” expresa Luz.

A partir de esto, me pregunto ¿de qué manera trabaja el machismo? ¿Acaso no impone normas obligatoriamente? Claro que sí, la diferencia radica en que habita el espacio en silencio. No existe un “curso obligatorio de machismo” pero a diario se imparten clases sin pizarrón, ni módulos, ni bibliografía, ni docentes, donde se nos inculcan prácticas y concepciones machistas. Y no lo elegimos, la costumbre nos obliga a formarnos así. Por ejemplo: cuando de pequeñxs observamos que los hombres se quedan sentados y las mujeres se levantan a lavar los platos, y nadie dice nada, estamos ante una lección que nos moldea. La obligatoriedad de esta manera es invisible, todo funciona como si fuera normal y corriente, aunque se trate de imposiciones arbitrarias.

Ante este escenario prefijado, donde se nos impone obligatoriamente una crianza machista (dado que el mundo se configura así), la otra obligación del “curso en capacitación de género” ya no es una mera imposición, sino más bien una invitación a emanciparnos. A leer el mundo desde una mirada no heredada, sino teórica, que nos permita recobrar la voluntad, observar lo heredado (el histórico funcionamiento patriarcal del mundo), pensar y accionar de otra forma.

Más que “hecha en su memoria”, me gusta pensar que Micaela García continúa su militancia a través de esta Ley, que la vuelve inmortal y colectiva, algo así como Dios, pero feminista.

Felipe Melicchio
felipemelicchio@huellas-suburbanas.info