Las bases

No se supone que la historia se nutra de elementos metafísicos, escolásticos o premoniciones, pero en la era en la cual las fantasías se corroboran casi inmediatamente, es inevitable que más de una vez sus consecuencias se anticipen al raciocinio o al análisis consciente y así, la urgencia tiende a imponerse con contundencia sobre la importancia de pensar la acumulación de poder estratégicamente, subordinando la táctica a tal estrategia y despojando a la política práctica de cualquier vestigio enmohecido que remita a dogmas o doctrinas atávicos, extemporáneos e inaplicables al momento histórico actual.

El excesivo verticalismo y la consecuente falta de sentido colectivo de las decisiones políticas que caracterizaron los últimos años del kirchnerismo en el poder resultaron determinantes y condujeron al movimiento nacional, policlasista y heterogéneo, primero a una derrota electoral histórica y, como  consecuencia directa de esa derrota, a la desorganización y el desmembramiento de cuanto tuviera de organizado y unido el movimiento.

Tal es el drama que se abate sobre la política argentina vista en perspectiva desde el Campo Nacional.

Sin embargo la cuestión sigue siendo proponer, dado que hasta ahora la mera suma de diagnósticos y explicaciones a las derrotas que se tuvo no han servido de nada per sé, la idea es encontrar las formas y los contenidos que mejor se vayan adaptando a la realidad política concreta.

No estamos proponiendo nada nuevo y para demostrarlo quisiera traer aquí dos párrafos de Jorge Abelardo Ramos en “Marxismo para Latinoamericanos”, aquella memorable charla que diera en la Universidad de San Andrés de La Paz, Bolivia en 1971, en los cuáles nos recordaba que: “la política es la única actividad productiva nacional que el imperialismo ha dejado a los
latinoamericanos, porque se ha reservado para sí mismo todas las
restantes” y que “…nosotros (los latinoamericanos), precisamente por nuestro atraso, estamos en la avanzada revolucionaria y la nuestra es una historia en movimiento”.

Ramos sintetiza en esas líneas dos profundos desafíos a retomar; primero nada más y nada menos que hacerse cargo desde el rol que nos toque, de nuestro destino político cómo nación. Es vital que los sectores plebeyos tomen en sus manos la tarea organizativa, profundizar la formación e intensificar las instancias de interacción e intercambio entre las clases subalternas en detrimento de los “mesías” y los líderes idealizados que cristalizan la acción militante. Lógicamente tamaño paso no se dará por ósmosis, sino que será fruto del trabajo militante de las organizaciones, los sindicatos, las comisiones o los medios que ya cuentan con inserción real tanto del movimiento obrero cómo de la pequeña burguesía. Se trata de garantizar la lucha por la conducción plebeya del movimiento de liberación nacional formando los cuadros políticos que más allá de todo lo burgueses que puedan ser los objetivos iniciales del movimiento, asuman la responsabilidad histórica de profundizar el rumbo desde una perspectiva superadora del nacionalismo revolucionario.

Se trata de llevar al plano práctico la proposición teórica de Ramos y tomar a la política cómo la “actividad productiva nacional” capaz de generar las herramientas que nos permitan avanzar sobre la reconquista de las demás actividades que el vampirismo imperialista se “reservó para sí” y es aquí donde entronca la segunda cita de Ramos, cuya médula conceptual se nutre de las posibilidades que le otorga al proceso de reorganización popular la posición “de avanzada revolucionaria” que emana de la vigencia y la falta de resolución de nuestras tareas nacionales.

Que la nuestra sea “una historia en movimiento”, le abre el escenario a la creación de nuevas tácticas que se adapten mejor tanto a la lucha social cómo a la lucha nacional. No vamos a prescindir de nuestro pasado histórico ni de nuestra identidad, muy por el contrario, se trata en verdad de reconquistar la historia de los vencidos de la Patria para tomar de allí lo que sirva a la construcción actual.

Lo mismo vale para la experiencia universal; hay que aprender del enemigo, que se recrea a lo largo de la historia según sus intereses, sus posibilidades y en base al conocimiento profundo de su propia composición social y su concepto de construcción plutocrática.

Los intereses que le demandan su función a la oligarquía responden a las necesidades del imperialismo, a la vez que los intereses que le demandan su función al movimiento nacional emanan de las necesidades de su pueblo. Esta fórmula, tan sabida y recalcada, no hay que aprendérsela de memoria para usarla en discusiones en las redes sociales, hay que ponerla en práctica para interpelar desde ahí la realidad y poner en crisis la hegemonía oligárquica, se trata de la dialéctica patria-colonia y lleva la carga de doscientos años de sangre derramada que exige justicia. A ese peso inconmensurable le estamos poniendo el lomo. Estar a la altura sólo depende de nosotros.