La Vuelta de Obligado: antiimperialismo y nación

Por: Maximiliano Molocznik

El éxito de la política británica en el Río de la Plata ha sido -durante todo el siglo XIX y gran parte del XX- atribuible a la silenciosa, pero muy eficiente, labor de sus diplomáticos. Sin embargo, hubo algunos momentos en los cuales Inglaterra debió dejar de lado sutilezas y mostrar la cara oficial guerrerista de su Imperio. Uno de ellos fue en 1845, cuando encontraba en la política de soberanía nacional de Juan Manuel de Rosas graves escollos a sus intereses. Éstos eran muy concretos: defender a sus comerciantes en ambos márgenes del Río de la Plata e imponer alguna solución al enfrentamiento que Rosas mantenía con Montevideo.

Se pone en marcha, entonces, un claro operativo colonialista cuyo objetivo era evitar que Rosas dominara los dos puertos claves del Río de la Plata. De resultar exitoso este emprendimiento, se pondría en caja al “bárbaro” de Carlos Antonio López que intentaba una vía de desarrollo autónoma. Paraguay no estaba dispuesto a entregarse a los dictados del capital industrial inglés y a las necesidades de su banca.

Son estos dos sectores -junto a los comerciantes- los que propician una “solución rápida al conflicto” para lograr el comercio libre. Esta consiste en alentar la clásica política imperial de la balcanización. Para ello, Londres siempre ha contado con sus aliados internos, verdaderos hombres de paja, como el cipayo Florencio Varela, quien trabajó codo a codo con la diplomacia inglesa para lograr que Entre Ríos y Corrientes se transformaran en Estados autónomos.

La Vuelta de Obligado es, entonces, una defensa frente la invasión internacional de los ríos argentinos. Buques mercantes extranjeros y la escuadra de guerra anglo-francesa ingresan al Río de la Plata y remontan el río Paraná. Sus principales acciones “civilizatorias” fueron: saquear Gualeguaychú, incendiar Colonia del Sacramento y tomar -a sangre y fuego- la isla Martín García.

Frente a esta desembozada acción imperialista, Rosas va a conducir una guerra nacional que no sólo enfrentará al enemigo externo, sino que mostrará la colaboración del unitarismo liberal con él. Para ello, dispone en un recodo del Paraná (entre San Pedro y Ramallo) dos mil hombres al mando del General Lucio Norberto Mansilla y ordena el emplazamiento de veintisiete cañones.

Pese a la enorme superioridad numérica del enemigo y la decisión heroica de Mansilla de extender cadenas por el Paraná a modo de barrera y hundir barcos para trabar el paso, los invasores logran avanzar hacia el norte, aunque comprueban que, por la falta de tropas terrestres y -sobre todo- por la gallardía de los rioplatenses, no podrán controlar el río.

Mientras tanto, en Europa, se jugaba el partido de la diplomacia. Florencio Varela y Domingo Faustino Sarmiento, adalides del unitarismo cipayo, hacen campaña en Francia contra Rosas presentándolo ante la opinión pública como un “tirano bárbaro y cruel”. A diferencia de esta vergonzosa postura antinacional, el General José de San Martín -al borde de sus setenta años- publica una famosa carta en diarios franceses e ingleses advirtiendo a los invasores que su aventura no será exitosa.

A los pensadores del coloniaje -habituados a repetir las viejas monsergas del mitrismo sobre el desprecio de San Martín por Rosas- cabría recomendarles, precisamente, la lectura de la emotiva carta que el gran Capitán le envía a Rosas, el 11 de enero de 1846. En ella, le vuelve a ofrecer -como hiciera frente al bloqueo francés de 1838- sus servicios militares, pese a su precaria salud.

Es muy necesario señalar también que reconocer la lucha de Rosas en defensa de la soberanía nacional no implica avalar su política interna. A diferencia de lo que han planteado -desde los años 30 hasta hoy- los historiadores del nacionalismo católico y de derecha, nosotros creemos que Rosas no es un caudillo nacional. Su política interna es una expresión más del centralismo porteño, con algunos guiños a las provincias, pero porteño al fin. Rosas es un caudillo bonaerense que defenderá siempre el monopolio de las rentas aduaneras y el cierre de los ríos favoreciendo a, lo que Juan Bautista Alberdi llamaba, muy lúcidamente, la “Provincia-Metrópoli”.

En síntesis, la batalla de la Vuelta de Obligado tiene tanta trascendencia como las luchas por la emancipación y debería estudiarse con más ahínco en las escuelas. El león inglés encuentra un freno a sus ambiciones imperiales y no logra -ni lo hará hasta 1852- controlar el comercio de Buenos Aires, Montevideo y el Paraná hacia el Litoral, Paraguay y Brasil, su gran objetivo. La Vuelta de Obligado se constituye en un importante hecho de conciencia antiimperialista y de defensa de la soberanía nacional.

Colaboradores diversos Huellas Suburbanas
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