
08 Feb Entre la tierna ignorancia y el desfachatado engaño
A veces pienso que entre el no saber y el no decir la verdad, sólo hay un pequeño paso.
Y sólo una gota de inocencia.
También que no es bueno dejar correr la imaginación enlazando hechos y procesos.
Porque uno puede sacar conclusiones indebidas.
Sin embargo tal vez sea conveniente hacer un ejercicio al respecto.
Hace unos pocos días nos conmovió (o nos llegó intensamente la noticia, lo que no es lo mismo, pero . . .) la visita del Papa Francisco a la hermana República de Chile.
Y supimos que lo hizo en particular sobre tres ciudades: Santiago, Iquique y Temuco.
Algunos “medios” nos hicieron saber que muchos lamentaban que no visitase nuestro país. Y que lo más significativo de su mensaje fue reclamarles abandonar la violencia a quienes aquí llamamos “mapuches”. En realidad, sería bueno, para quienes quieran tomar nota de su palabra, reanalizar sus dichos en las misas. Pienso que algunos expresan recomendaciones a quienes pueden ejercer el poder, desde cualquier rol.
Pero en lo personal, me he detenido a considerar las razones de la elección de esas tres ciudades. ¿Las habrá elegido él, personalmente? ¿sus equipos de asesores?. ¿Habrá que aceptar que hay una influencia divina, sobrenatural, en esas decisiones?
Yo no tengo las respuestas. Pero sí puedo meditar sobre algunos asuntos que no he escuchado ni leído en los especialistas que nos sobreabundaron de datos y consideraciones.
La visita al Palacio de La Moneda es un hecho protocolar, toda vez que en una visita a esa Nación es comprensible que la cabeza del Estado Vaticano salude a la cabeza del Estado Chileno en la sede de sus funciones. Se me ocurre, de todos modos, que no hubiese estado nada mal que Francisco, el Santo Padre, tuviese algún mensaje (siquiera críptico o elíptico) hacia ese terrible asesinato cometido allí sobre la persona (y el irreparable agravio sobre su investidura) del Presidente constitucional Salvador Allende Gossens, en 1973.
Lo que también creo imprescindible precisar, porque lo de La Moneda no es ignorado (aunque tal vez sí olvidado y encubierto por muchos –algunos más admiradores y seguidores de Jorge Rafael que de Jorge Bergoglio . . .-), son las posibles razones, reales o deseables, de las misas en Iquique y en Temuco.
En esas dos ciudades, el Estado Chileno, en realidad el gobierno de turno en cada caso, masacró a inocentes e indefensas personas, por la fuerza de las balas de su ejército regular. Balas y otras armas más letales que las piedras y los ruegos que se suelen utilizar contra los opresores.
En Santa María de Iquique fue en 1907, para liquidar los reclamos de los trabajadores (mayoritariamente bolivianos y peruanos), explotados –como es clásico en los países que disfrutan los beneficios del capitalismo- en la recolección del salitre, en este caso. La mayoría fueron asesinados en una escuela, evidencia del nivel de violencia que podían estar alcanzando esos enemigos. Que eran “extranjeros” porque luego de la Guerra del Pacífico, menos de treinta años antes, Chile había ocupado territorios de Bolivia y el Perú, para agrado (y obvia ventaja) de la corona británica. Guerra en cuya gestación la diplomacia inglesa y los grandes capitales de ese origen habían “trabajado empeñosamente”.
En Temuco, no demasiado antes (1881) se había dado otra masacre, sobre la población originaria de ese territorio clave para la protección del Wallmapu. Hoy diríamos los mapuches de ese vasto sector del sur chileno. También el ejército, no suficientemente entretenido con la Guerra del Salitre, en el norte, ocupó y fundó la ciudad de Temuco sobre el humedal que aseguraba la provisión de agua potable y suelo fértil a los pobladores originarios. Esos que pasaban, como lo siguen haciendo, por los valles cordilleranos, entre los cerros, con su ganado y el fruto del trabajo de la tierra que entonces todavía era rendidora, hacia la Araucanía del este, la del Neuquén y zonas vecinas. Desde mucho antes de que se constituyeran los estados chileno y argentino, y muy especialmente mucho antes de que los intereses ingleses y alemanes (prusianos, eran por entonces) decidiesen promover la persecución de los mapuches. Por la mano de sus militares esclarecidos, como el General Julio Argentino “el Zorro” Roca, en el caso de “nuestro desierto sureño”, o el Coronel Friedrich Rauch (degollado por “Arbolito”, un indio ranquel harto de que los mataran miserablemente).
Yo no puedo asegurar que el Papa Francisco haya tomado en cuenta estos antecedentes para decir una misa en cada uno de estos especiales lugares. Pero si no lo hizo a sabiendas, creo que está muy bien que algunos nos ocupemos de estas reflexiones.